“Annus horribilis” para la Iglesia en Alemania. Pero también en Italia y en el Vaticano.

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Han causado un gran revuelo las desastrosas estadísticas de 2020 publicadas a mediados de julio por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica de Alemania, que muestran un fuerte descenso respecto al año anterior, sobre todo en la participación en los sacramentos.

A fines de julio, en una entrevista autobiográfica concedida a “Herder Korrespondenz”, el Papa emérito Benedicto XVI fue a la raíz del desastre, acusando la reducción de la Iglesia a una “Amtskirche” hecha sólo de oficinas y documentos institucionales, pero cada vez más vacía de “corazón y espíritu”, con el consiguiente “éxodo del mundo de la fe”.
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Pero si Alemania llora, Italia no ríe. Aquí, las cifras circulan en silencio, sin clamor, pero en 2020 ellas también muestran una caída neta en algunos índices importantes en comparación con 2019.

Así se deduce de la encuesta realizada por el CENSIS en el verano de 2020 a una muestra representativa de italianos, dada a conocer en el libro “Il gregge smarrito” (El rebaño perdido), publicado a fines de junio con un prólogo del decano de los sociólogos, Giuseppe De Rita.

Por ejemplo, esta encuesta reveló que sólo el 8% de los italianos y el 11% de los católicos reconocían la capacidad de la Iglesia para “dar un sentido” a la difícil situación producida por la pandemia del Covid 19.

Una Iglesia percibida como ausente y alejada de la inmensa mayoría de la población -más aún en un momento especialmente crítico- no es ciertamente un signo de vitalidad en un país como Italia, que incluso a principios de la década de 2000 seguía siendo vista por el papa Juan Pablo II como una providencial “excepción” de estabilidad cristiana, capaz de hacer frente a la ola secularizadora que recorre Occidente.

Pero hay también un dato estadístico de otro tipo que hay que tomar en consideración: el que se refiere al llamado 8 por mil.

En la práctica, cada año el Estado italiano devuelve el 8 por mil de los ingresos fiscales propios a las confesiones religiosas que han firmado un acuerdo con el Estado italiano.

Los contribuyentes pueden decidir cómo dividir la suma total entre una confesión religiosa y otra, y son libres o no de indicar, con una firma, a quién quieren que se devuelva el beneficio.

Desde 1985, año en que se introdujo este mecanismo en Italia, las firmas a favor de la Iglesia católica han sido durante mucho tiempo una abrumadora mayoría, la que en 2005, año récord, alcanzó casi el 90% de los firmantes, el 89,82% para ser exactos.

2005 fue el año en que Benedicto XVI sucedió a Juan Pablo II. Durante el pontificado de Joseph Ratzinger, el porcentaje de firmas a favor de la Iglesia católica bajó unos puntos, pero no el número absoluto de firmantes, que siguió aumentando y en 2011 alcanzó el récord de 15 millones 604 mil 34.

En 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa, la Iglesia católica italiana contó con 15 millones 226.291 firmas a su favor, es decir, el 80,91% del total.

Pero después el número de firmas a favor ha ido disminuyendo inexorablemente año tras año.

En 2017 fueron 13 millones 774 mil 382, es decir, el 75,36% del total de firmantes.

En 2018 y 2019 se produjo una ilusoria subida de la cuota porcentual, hasta el 78,50% y el 77,18%, respectivamente, pero siempre con la caída del número absoluto de firmas, primero hasta los 13 millones 520 mil 527 y al año siguiente hasta los 13 millones 156 mil 158.

Pero en 2020 se registró un auténtico desplome, con más de un millón de firmas menos, hasta los 12 millones 56 mil 389, y con una participación en el total que cayó hasta el 71,74%, casi 20 puntos por debajo del récord de 2005.

La serie histórica de los datos del 8 por mil está a disposición de todo el mundo en la web oficial del Ministerio de Hacienda italiano. Gracias a este mecanismo, la Iglesia católica italiana recibe cada año del Estado unos mil millones de euroscuyo uso se publica detalladamente, como exige la ley, en el sitio web creado “ad hoc” por la Conferencia Episcopal.

Mil millones de euros es una cifra considerable, seis veces menos, sin embargo, que los aproximadamente seis mil millones que la Iglesia católica alemana recauda cada año del Estado, gracias al mecanismo diferente de la «Kirchensteuer», a pesar de que sus 22 millones de fieles son menos de la mitad de los de la Iglesia italiana.

No se puede descartar que la decadencia de la Iglesia católica alemana, convertida en una “Amtskirche” totalmente burocrática sin corazón ni espíritu, como denunció Ratzinger, se deba también a esta fastuosa financiación estatal. Para librarse de esta imposición, un ciudadano alemán bautizado en la fe católica debe revocar su pertenencia a la Iglesia, la que desde ese momento en adelante le negará los sacramentos.

En cuanto a Italia, hay que señalar que la caída del número de firmas para el 8 por mil a favor de la Iglesia católica en 2020 fue acompañada por un fuerte aumento del número de firmas a favor de devolver este beneficio al Estado. De los 2 millones 826.000 428 de 2019, las firmas a favor del Estado pasaron a 3 millones 801.000 974 en 2020, un 9,16% del total.

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¿Y en el Vaticano, sobre la otra orilla del Tíber?

A fines de julio la Santa Sede difundió una serie de datos sobre sus presupuestos y, en particular, sobre el rendimiento del llamado Óbolo de San Pedro, las ofrendas al Papa que se recogen cada año en todo el mundo.

Fueron 83 millones de euros en 2014, el primer año completo del pontificado de Francisco. Pero tres años después bajaron a 64 millones y en 2020, tras otros tres años, a 54 millones.

No se han realizado investigaciones específicas sobre las razones del declive del Óbolo, ni sobre el desplome en Italia del 8 por mil para la Iglesia católica. Pero que este declive esté “relacionado con la opinión pública de los católicos” o, en otras palabras, con su juicio sobre la institución eclesiástica, es una explicación compartida por muchos observadores, por ejemplo, por Andrea Riccardi, historiador de la Iglesia y fundador de la Comunidad de San Egidio, en un reciente comentario.

Mientras tanto, ha comenzado en el Vaticano el juicio contra el cardenal Giovanni Angelo Becciu y otros acusados de la Secretaría de Estado, un juicio que ya ha sido muy mal preparado –despreciando los más elementales derechos de la defensa– y cuyos desarrollos son aún más arriesgados, ya que podrían implicar al propio papa Francisco.

Ciertamente, el clamor mediático sobre la marcha de este juicio no será un bálsamo para la “opinión pública católica”, ni mucho menos favorecerá un repunte de sus índices bursátiles.

 

Por SANDRO MAGISTER.

SETTIMO CIELO.

ESPRESSO.

 

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