Renaissance Catholique es un movimiento de laicos en Francia que trabaja por la restauración del reino social de Cristo. Desde 1992 organiza una universidad de verano anual de cuatro días de duración que ha reunido hasta 500 personas. También desde ese mismo año organizan una feria anual del libro, llamada «Fête du livre», que reúne, poco antes de Navidad, a un centenar de escritores y miles de visitantes. Además, es la impulsora de la Ouvre Scolaire Saint Nicolas, una iniciativa que da apoyo a las escuelas católicas asesorándolas en materia jurídica (derecho laboral), fiscal y educativa, al tiempo que publican libros de texto escolares de calidad.
Reproducimos aquí la reacción de su presidente, Jean-Pierra Maugendre, al motu proprio Traditionis custodes:
“La tregua ha durado poco: 2007-2021. Con el Motu proprio Traditionis custodes, el Papa Francisco ha relanzado la guerra litúrgica que su predecesor, con el Motu proprio Summorum pontificum, había suspendido. Todo el mundo está de acuerdo sobre la cuestión: la medida es brutal. Así, los libros litúrgicos posteriores al Vaticano II se convierten en «la única expresión de la lex orandi del rito romano», el misal anterior a la reforma de 1970 no puede utilizarse regularmente en las iglesias parroquiales, no se puede constituir ningún grupo nuevo, es la Sede Apostólica la que dará permiso a los sacerdotes diocesanos para celebrar según el usus antiquior, etc. Jean-Marie Guénois [responsable de la información religiosa en Le Figaro] ha formulado perfectamente el objetivo de estas medidas: «reducir la influencia de los tradicionalistas». De hecho, esta influencia no deja de crecer. Según Guillaume Cuchet (La Nef nº 338), representan entre el 5 y el 6% del total de feligreses de nuestro país, y seguramente más en realidad, debido al abandono masivo (30% según Monseñor Chauvet) de muchos fieles «conciliares», sensiblemente mayores que sus homólogos «tradis», tras la pandemia de coronavirus.
Las razones de una exclusión
Todo el mundo se pregunta, ¿por qué una medida tan dura por parte de un Papa al que, por decirlo suavemente, no le faltan proyectos que deberían movilizar toda su energía: los repetidos escándalos financieros, la situación cuasi-cismática de la Iglesia alemana, la inmensa confusión doctrinal y litúrgica, el hundimiento del óbolo de San Pedro, las secuelas de los escándalos de pederastia en la Iglesia, la gestión de las orgías sexuales en el Vaticano, etc.?
El argumento esgrimido por el Santo Padre es que estas comunidades que «dudan del Concilio» pondrían en peligro la unidad de la Iglesia de la que el Papa es garante. Si no fuera por la seriedad del tema, sería para tomárselo a risa. ¿Qué unidad de la Iglesia cuando:
– no hay dos misas idénticas celebradas en dos iglesias diferentes
– en una diócesis los divorciados vueltos a casar son admitidos a la Sagrada Comunión y en la otra no,
– El 69% de los católicos estadounidenses dicen que no creen en la presencia sustancial de Cristo bajo las apariencias del pan y el vino después de la consagración (encuesta del Pew Research Center-agosto de 2019),
– Los sacerdotes alemanes bendicen con total impunidad y ataviados con los colores del arco iris, las uniones entre personas del mismo sexo en sus iglesias, etc.?
El Papa, que firmó la declaración de Abu Dhabi afirmando: «Las diversidades de las religiones son una sabia voluntad divina«, escribe en la carta a los obispos que acompaña al Motu Proprio: «Permanecer en la Iglesia no sólo ‘con el cuerpo’ sino también ‘con el corazón’ es una condición de salvación”. Uno recuerda la fábula de La Fontaine, El murciélago y las dos comadrejas: «Soy un pájaro: mira mis alas/Soy un ratón: vivan las ratas». Muy lejos del Sí, sí. No, no evangélico.
Por otra parte, ¿en qué perjudican a la unidad de la Iglesia quienes asisten con frecuencia a la misa tradicional y desean beneficiarse de una pastoral sacramental y catequética probada? ¿Por qué debemos lanzarlos al oprobio? Rechazarían el Concilio. Para ser sinceros, a la gran mayoría de ellos les importa bien poco el Concilio, que no les interesa y que les parece algo de viejos ideológicos y nostálgicos. Lo que estos fieles piden es una liturgia que les conduzca a Dios y una enseñanza moral y doctrinal que les permita permanecer fieles a Cristo y resistir así a las seducciones de una sociedad apóstata.
Dejadnos hacer la experiencia de la Tradición
En los años 70, la intuición original y fundadora de monseñor Lefebvre se resumía en una fórmula: «Dejadnos hacer la experiencia de la Tradición». Esta experiencia se ha realizado y los frutos están ante nuestros ojos. El apostolado tradicional, sea cual sea su marco institucional, es incontestablemente fecundo. Las comunidades han crecido, se han producido muchas conversiones. Las familias jóvenes y numerosas las mantienen. Son las famosas conejas que intentan ser fieles a las exigencias del matrimonio cristiano, de las que Francisco se burlaba con un dudoso sentido del humor.
Cabe señalar que, según el Papa, el objetivo de las concesiones litúrgicas de sus predecesores era devolver a las ovejas perdidas de los lefebvristas, «a su debido tiempo, al rito romano promulgado por los santos Pablo VI y Juan Pablo II». Evidentemente, esto no es lo que ha ocurrido, en contra de los temores de algunos que denunciaron el inexorable «ralliement» de los sacerdotes y laicos tradicionales que buscaban un acuerdo con las autoridades romanas. Como el experimento ha sido un éxito, se ha decidido ponerle fin. Cristo nos pidió que juzgáramos al árbol por sus frutos y que arrojáramos la higuera estéril al fuego. No el árbol que da frutos.
Básicamente, este Motu Proprio parece marcar el final del intento de Benedicto XVI de establecer una hermenéutica de la continuidad entre el Concilio Vaticano II y la enseñanza anterior de la Iglesia. La creencia en la continuidad entre la enseñanza preconciliar y postconciliar explicaba una forma de benevolencia hacia la misa tradicional. Por el contrario, la hostilidad militante de Francisco a la misa tradicional manifiesta la convicción de que la Iglesia conciliar, por utilizar la expresión del cardenal Benelli, es de naturaleza diferente a la Iglesia que la precedió. No se rechaza con tanta violencia a aquellos cuya única culpa es llevar cincuenta años de retraso. Por el contrario, se lucha ferozmente contra los que se cree que son partidarios de otra Iglesia. Así, paradójicamente, el Papa Francisco coincide con las posiciones de la Fraternidad San Pío X en este punto.
Todo tiene que cambiar para que nada cambie
En realidad, parece que no va a cambiar gran cosa. Este motu proprio es inaplicable. Congelará la situación, pero no reducirá la influencia de las comunidades tradicionalistas. En efecto:
– el Papa tiene 84 años y su posición está muy debilitada
– un cierto número de obispos están contentos con la acción de las comunidades tradicionalistas
– algunos obispos, sobre todo en Francia, tienen bastante de qué preocuparse. Saben, por ejemplo, que retirar el uso de las iglesias parroquiales a las comunidades tradicionalistas provocaría inevitablemente manifestaciones, ocupaciones de iglesias, etc. Varios obispos, prudentes, han declarado inmediatamente que nada cambiaría en sus diócesis.
Por último, no debemos pasar por alto que la opinión pública, católica o no, no comprende las razones de este ostracismo cuando, en boca del Sumo Pontífice sólo se hable de misericordia, acogida, perdón, respeto a los demás, etc. El chispeante editorial de Michel Onfray, un autoproclamado ateo, «Ite missa est» en Le Figaro el 19 de julio es el signo manifiesto de estas incomprensiones.
En una conferencia celebrada en París el 25 de junio, monseñor Schneider, al ser preguntado por la posible supresión de Summorum Pontificum, no dudó en declarar: «Los fieles y los sacerdotes tienen derecho a una liturgia que es la liturgia de tantísimos santos (…). Por consiguiente la Santa Sede no tiene el poder de suprimir un patrimonio de toda la Iglesia, es un abuso, sería un abuso incluso por parte de los obispos. En este caso, podéis seguir celebrando la misa en esta forma: es una forma de obediencia (…), a todos los papas que han celebrado esta misa».
No se puede concluir sin observar el sentimiento de traición que experimentan los sacerdotes y laicos apegados a la liturgia tradicional que confiaban en las autoridades romanas, a quienes se les había prometido libertad de culto y respeto a sus convicciones. Probablemente no imaginaron que esa libertad sería la del indio en su reserva…
Sin amargura ni revuelta asumimos esta nueva prueba en la oración, serenos, confiados y decididos, fortalecidos cada día en nuestra fidelidad hacia las primeras palabras de la misa tradicional: Introibo ad altare dei. Ad deum qui laetificat juventutem meam. Subiré al altar del Señor. Al Dios que es la alegría de mi juventud.”