Jesús cura a dos mujeres, mostrando así el papel tan importante que tienen ellas en su plan de salvación. La mujer tiene fe, juventud, decisión y valentía, eso le hace estar cerca de Jesús y ser parte de su proyecto salvador.
- «Ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva»
Jesucristo no solo curaba, también sanaba y salvaba. Curó a muchos de sus enfermedades, sanó a muchos de sus dolencias y salvó a muchos de sus pecados (Cf. Hech 10,38). La salud es importante para mantenerse vivo o viva; pero la sanación es más fuerte porque llega al alma, al espíritu. El jefe de la sinagoga se acerca a Jesús, se arrodilla y humildemente le pide que lo acompañe a salvar a su hija. Es una petición de fe, de esperanza y consuelo. Imponer las manos es un gesto de trasmitir una bendición o un buen deseo. El sacerdote impone las manos como signo de la presencia del Espíritu Santo tanto en la consagración como en la absolución. Jesucristo decide acompañarlo para salvar a su hija, viendo la fe de aquel hombre.
- «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré»
Por su parte, la mujer hemorroísa, que había sufrido flujo de sangre por más de 12 años, se acerca a Jesús para poder tocarlo. Ella ya había oído hablar de Jesús, de su proyecto de salvación del Reino y confiaba en la misericordia divina. Sin embargo, no confía en la reacción de la gente y decide acercarse por detrás. Es una mujer llena de dolor, tristeza y angustia pero con un corazón desbordante de confianza y seguridad en el amor de Dios. Ella decide valientemente tocarlo, sabiendo que Jesús era el Mesías, el Salvador. Confía en que con sólo tocar sus vestidos quedaría sana. Y lo hace venciendo cualquier barrera u obstáculo humano. Logra su cometido a base de decisión, confianza, firmeza y astucia.
- «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»
Jesucristo, que conoce el dolor y el sufrimiento humano, no le reprocha ni le reprende; al contrario, la ensalza y le dice que esa fe, que es grande, le dio la salvación. Es un acercamiento cara a cara, de frente, no de espaldas; es así como debemos acercarnos a Jesús en cualquier situación de enfermedad o angustia en que nos encontremos. La misericordia de Dios es tan grande que sobrepasa cualquier falta humana, la cual es perdonada si nos acercamos a él con humildad y hablándole con la verdad. Esa curación y ese perdón nos dan la paz, que es gozo y armonía en el Espíritu santo. Acerquémonos con confianza a Jesús como a un hermano y dejemos que el cargue con nuestros dolores y sufrimientos (Cf. Is 53,4).
- «Muchacha, a ti te digo, levántate»
A Jesucristo le quedan fuerzas y deseos de curar, por eso, aunque se detiene por el camino en ese dialogo con la hemorroisa, continúa con su misión de ir a la casa del jefe de la sinagoga. Al llegar, se acerca a la niña, de la cual afirma que está dormida, recibiendo burlas de la gente. Sabiendo cual es la Gloria de Dios, ora ante Él y obtiene la curación: “Niña, yo te lo digo, levántate.” Su palabra, que es tan poderosa, hace que regrese a la vida; es la Palabra creadora, la que dijo: “Hágase la luz…hágase la tierra…hagamos al ser humano”; es esa misma Palabra quien da la vida. A Jesucristo le obedecen hasta los muertos, pues para Dios todos viven. ¡Que la Palabra de Dios nos llene de vida y nos levante de nuestro estado de inmovilidad, para hacer der este mundo un mundo mejor, lleno de amor y paz! ¡Dejemos que Jesús nos tome de la mano y nos haga pasar de la muerte de la indiferencia a la vida del amor!