Bernard no pensó que de una vida aparentemente fracasada Dios sacase tanto jugo y lograse redimirse. Pero con la perspectiva que dan los años ve claramente su mano en muchos de los acontecimientos que se fueron dando en su vida.
Tal y como explica Famille Chretienne, Bernard nació a principios de la década de 1960 en una familia católica practicante de Nantes, en el noroeste de Francia. Su padre era médico y su madre enfermera. Pero como pasó con otros muchos católicos franceses el Mayo del 68 arrasó y les robó la fe.
Primero ilusionados con los cambios que traería esta “revolución”, su familia acabó enfadada con la Iglesia debido a la profética encíclica Humanae Vitae de San Pablo VI. Consideraban que el texto iba en contra de los tiempos y del pensamiento contemporáneo por lo que su familia se alejó primero de la Iglesia y después de toda fe. Allí se acabaron las misas para el pequeño Bernard.
Tenía ocho años y llegó a recibir los sacramentos y la catequesis, pero asegura que nunca creyó en Dios. Después le siguieron los años de la adolescencia, una etapa también muy complicada en su vida. “A los catorce años ya había experimentado con el alcohol y las drogas”, reconoce.
Durante los siguientes años, el joven compaginó sus estudios, que sacaba de manera brillante, con sus pasiones por la gemología, la botánica, el piano, la literatura y los excesos de una vida artística y bohemia.
Por imitación familiar comenzó a estudiar Medicina, pero no le fue bien el inicio y aquello marcó un periodo doloroso de su vida que le hizo sumergirse nuevamente en los vicios y pecados más profundos.
Una vida a la deriva
Fue en Medicina donde precisamente conoció a su novia. Rápidamente, se fueron a vivir juntos sin pensar en el matrimonio. Pero tras cuatro años conviviendo decidieron casarse, simplemente por ir a la contra. “En ese momento, tras el 68, era poco convencional el casarse. Nos gustó la idea de no ser como los demás y hacer una fiesta con la familia y los amigos”, relata el ahora monje.
Primero celebraron una boda civil en el Ayuntamiento y luego otra en la iglesia, tras haber visto tan sólo dos veces al sacerdote antes del sacramento. Nunca se tomaron en serio la boda religiosa. “La misa no significó nada para nosotros. Fue una ceremonia con el telón de fondo de Gainsbourg, Ferrat y Carmina Burana”. De hecho, en la misma boda la pareja dijo a los invitados: “¡si nos separamos, os volveremos a invitar!”.
La Comunidad de las Bienaventuranzas tiene una rama masculina y otra femenina
Bernard tenía 25 años pero tres años después se divorciaron y él nuevamente se hundió en el abismo. Dejó el trabajo, sobrevivía con acciones ocasionales y pasaba la noche en bares donde tocaba el piano y ahogaba su dolor en soledad con el alcohol y las drogas. Estaba al borde del precipicio.
Un amigo que conoció en su etapa de Educación Secundaria vio la angustia de Bernard y todo el sufrimiento que acumulaba. Y le invitó a la Comunidad de las Bienaventuranzas, a la que ahora pertenece y que le cambió la vida.
Tal y como recogen en su propia página web, la Comunidad de las Bienaventuranzas “es una comunidad católica presente en veintiséis países. Reúne en la misma familia espiritual a sacerdotes y hermanos consagrados, hermanas consagradas y laicos, casados o solteros, que comparten una vida fraterna, una vida de oración y de misión. Juntos desean seguir a Cristo en el camino de las Bienaventuranzas”.
La belleza que le hizo conocer a Dios
Bernard no creía en Dios cuando llegó destrozado y hundido a la comunidad, pero quedó totalmente impresionado por la autenticidad de la vida fraterna y la belleza de la liturgia.
“Es lo bello lo que me trajo de regreso a Dios”, explica. Y pone el ejemplo de lo que vivió nada más llegar: “en la cena del viernes por la noche, los hermanos sacaron hermosos manteles y velas, todos estaban vestidos de blanco y las canciones eran sublimes. Al final de la comida, se podían colocar velas al pie de un icono de la Virgen de Vladimir”. Es allí donde Bernard rezó por primera vez en su vida con unas palabras que aún recuerda: “María, si existes, me gustaría tener la misma certeza que los que me rodean”.
Este francés reconoce que aquella noche se encontró verdaderamente con Dios por primera vez. Desde ese momento, Bernard decidió permanecer en la comunidad. Un tiempo más adelante inició el proceso de nulidad de su matrimonio por inmadurez, la logró obtener.
Convencido de que el Señor le llamaba a estar en esta comunidad, Bernard tomó el hábito en 1992 y profesó sus votos perpetuos dos años después como hermano consagrado.
Además, con la ayuda de su amigo benedictino Gilles Baudry, el hermano Bernardo de Jesús ha reconciliado su doble vocación de hermano y poeta. Pero además acompañaba a matrimonios en dificultades a través del proyecto Tobías y Sara.
Este itinerario tiene una duración de 5 días y se desarrolla en 9 etapas, para renovar la comunicación, experimentar reconciliaciones en el perdón, encontrar intimidad y ternura. Se vive en estricta confidencialidad, ayudado por enseñanzas, cuestionarios, oración y vigilias.
Echando la vista atrás, sonríe y piensa que “el buen Dios no se cansará nunca de acogernos: si hay distancia, siempre viene de nuestra parte. El matrimonio, como la vida consagrada, se basa en el arte de perseverar. ¡En esta escuela de amor somos aprendices perpetuos!”. Y así es como lleva el anillo de su consagración con una inscripción en hebreo del Cantar de los Cantares: “Yo soy de mi amad y mi amado es para mí”.
Javier Lozano / ReL.