El reino de Dios se parece a…

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos
  1. LA SEMILLA germina y crece

La vida es un proceso que tiene un inicio sencillo e insignificante, tal vez humilde y desapercibido, pero que, con el paso del tiempo crece, se desarrolla y madura, generando grandes potencialidades para quien la posee. El reino de los Cielos es semejante a la vida, pues no viene de manera aparatosa sino de una manera callada y silenciosa (Cf. Lc 17,20-21).  La semilla, para poder dar vida, tiene que pasar desapercibida, escondida en la tierra (si está afuera se la comen los pájaros), pero desde su interior se va gestando el maravilloso milagro de la vida, por eso, después de germinar, debe ser cuidada para que pueda desarrollarse. Del mismo modo, la Palabra de Dios, germen del Reino,  que es depositada como una semilla en el corazón humano, debe ser tratada cuidadosamente, para que pueda germinar, crecer y dar frutos.

 

  1. LA TIERRA va produciendo el fruto: tallos, espigas y granos

La tierra es uno de los cuatro elementos esenciales de la naturaleza que se requieren para que haya vida: agua, aire, tierra y fuego. La tierra, creación de Dios, acepta en su seno a la semilla para que pueda desarrollarse y crecer (Cf. Gen 1,11). Hay semillas que pueden germinar fuera de la tierra, pero no sobrevivir sin ella. La tierra, por sí sola, proporciona los nutrientes necesarios para que la planta crezca: nitrógeno, fósforo, potasio, calcio y magnesio; además de zinc, boro, molibdeno, manganeso, cloro y cobre. Este hecho, como toda vida, tiene un proceso: surgen los tallos, las espigas y los granos en las espigas; y siempre será en ese orden. Por ello, es necesario respetar y cuidar el proceso natural del crecimiento de una planta, de una persona o de un grupo. Debemos aprender de la naturaleza a respetar las etapas de la vida y no acelerar su crecimiento. El Reino de los Cielos avanza sigilosamente, sin contratiempos ni aceleraciones; por eso decimos, que los tiempos de Dios son perfectos.

 

  1. EL HOMBRE echa mano de la hoz

El grano que produce la espiga ha madurado. Ha llegado el tiempo de las alegrías, del gozo y el júbilo. Es el tiempo de la cosecha, de recoger los frutos, de comerlos y compartirlos. Echar mano de la hoz implica un esfuerzo para recoger los frutos que la madre naturaleza nos regala. En la cosecha debemos trabajar duro, con muchas fuerzas, con creatividad y responsabilidad. En el reino de los cielos, no hay tiempo para mirar atrás, debemos poner la mano en el arado y trabajar con alegría y amor (Cf. Lc 9,62). Sin embargo, no podemos trabajar solos, necesitamos la guía del Espíritu Santo. De los primeros frutos que produce el Reino están la conversión y  el perdón. El Espíritu Santo va suscitando alegría en el corazón humano, valentía y audacia para predicar, crea la comunión entre las personas y les permite ser hombres nuevos y mujeres y nuevas. Dejemos que el Reino de Dios produzca justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo en nuestra familia, Iglesia y sociedad (Cf. Rm 14,17).

Comparte: