Antes de la economía moderna

Gladium
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Para muchas personas el estado actual de la vida social y económica presenta un escenario decadente que les hace preguntar: ¿Ha habido tiempos mejores? Y no son pocos los que afirman que vivimos en el mejor mundo posible a comparación de las épocas “oscuras” caracterizadas por la esclavitud, pobreza, hambre, opresión, etc. Cuando se compara a los tiempos pasados con el presente no tardan en saltar conceptos tales como la libertad económica o la seguridad social, intentando justificar los males del sistema moderno bajo el paraguas del crecimiento económico o los avances tecnológicos.

Y en parte tienen razón, el crecimiento económico sostenido que ha caracterizado a la etapa liberal de la economía desde sus comienzos en Europa no puede discutirse en mayor grado, lo que sí hay que señalar son los enormes sacrificios que se hicieron para lograrlo. El capitalismo fundó el culto a la máquina, y con ello dio un revés a la vida económica, puso la economía al servicio del capital y al pueblo al servicio de la economía. Por ello no se nos debe hacer nada raro que este sistema elevara las tasas de crecimiento a cambio de trastornar la vida social y política de las naciones, con el fin de crear a su “homo œconomicus”.

Pero antes de que las revoluciones burguesas transformaran al mundo la vida económica de los pueblos tenía una filosofía alejada del individualismo, el modelo de consumo, el libre mercado o la administración moderna. Para la sociedad de antaño, aquella que sentó las bases de la civilización occidental en tiempos de la edad media, la economía debía servir a los propósitos del bienestar social y espiritual de las personas. La idea de que el hombre según la ley natural tenía derecho a satisfacer sus necesidades elementales a través del trabajo cimentó los conceptos de propiedad privada y comunidad. El ser humano tiene la capacidad de ostentar para si las herramientas que le son útiles para transformar su ambiente creando bienes de consumo y producción, pero sin olvidar su responsabilidad social para cooperar y aportar con su producto lo justo para el bien común. Por ello también es que el trabajo no es solo un derecho, sino también una obligación. Y gracias a su doble cualidad el trabajo debe ser provisto a cada miembro de la sociedad, teniendo la comunidad el deber de intervenir en el caso de que alguien no pueda ejercer su oficio.

Al afán por las ganancias era un comportamiento amonestado con la desaprobación social hasta la expropiación de las tierras o herramientas, en el pensamiento económico de antaño se daba prioridad para satisfacer el bien común antes que el individual, haciendo a la empresa una institución social en que las relaciones de trabajo y capital se armonizaban en pro de la fraternidad. Esto, acusan los liberales, estropeaba el funcionamiento productivo al limitar la actividad económica según los lineamientos del reino y la Iglesia, pero los vínculos humanos se mantenían equilibrados para evitar la lucha de intereses, como ocurre en el capitalismo moderno con la aparición de la cuestión social y la concentración de la propiedad privada.

El gremio, la corporación y la comuna marcaron la pauta para lo que serían los sindicatos como los conocemos actualmente, reuniendo a los sujetos que practicaban un mismo oficio o profesión para colaborar a un mismo fin. El caso de la corporación es el más significante ya que, fuera de su acepción moderna, fue la antesala de la gran empresa industrial. Gracias a la cooperación de sus miembros la corporación podía hacerse del capital necesario para implementar nueva tecnología para la producción, cosa que no sería posible por un artesano, comerciante o campesino. Siguiendo un modelo parecido al de los monasterios la corporación dividía la propiedad del capital entre todos sus miembros, de forma que la responsabilidad recaía sobre todos, así como los beneficios. Estas instituciones se verían comprometidas y desaparecidas gracias a las revoluciones burguesas, ya que siguiendo el ideal liberal estas representaban un peligro para el “laissez-faire”. La revolución francesa, aquella que proclamaba los derechos del hombre, prohibió la libertad de asociación para dar paso a la economía capitalista con los propietarios por un lado y los trabajadores por el otro.

Por último, y como punto más importante, hay que recalcar que en la vida económica de antaño predominada el espíritu propietario, donde la concepción de la libertad económica residía en la propiedad privada. Por ello este periodo se caracterizó por la difusión de la misma entre la población, el campesino libre medieval se fue convirtiendo en el personaje clave mediante el otorgamiento de tierras y la movilización social. Aún el señor del feudo tenía limites estrictos con sus siervos, quienes veían garantizado sus tierras de labor como suyas bajo subordinación, asegurando un patrimonio mediante la entrega de una parte de su producto a su superior y la Iglesia. En tiempos contemporáneos las personas se contentan con tener una seguridad social endeble y financiada en gran parte con su propia labor, viéndose que no es dueño ni de su propio hogar o de los bienes de consumo de los que dispone, mucho menos puede emprender sin verse ante los grandes obstáculos que representa la competencia bien establecida o la regulación del Estado. Hay que volver a poner a la poner a la economía en su lugar correspondiente, demandando la distribución del capital y la reestructuración económica, para volver a tener el destino de la nación en nuestras manos.

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