Fiesta de la Encarnación

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

En alguna reforma litúrgica futura, lo que celebramos el día veinticinco de marzo, la Encarnación del SEÑOR, tendrá una importancia mucho mayor dentro de la conciencia cristiana. Todo empezó en ese momento, y sólo el Cielo fue testigo de lo ocurrido, pues en ese instante la VIRGEN fue envuelta en la acción más transformadora proveniente del Cielo, que criatura alguna pudo experimentar.  Esta fiesta tiene dos vertientes: el anuncio del Ángel Gabriel y el hecho inaudito de la Encarnación tras el consentimiento de la Santísima VIRGEN. Las representaciones que realizamos obtienen un recurso inmediato en la presentación del Ángel Gabriel a MARÍA, y queda en la sombra el núcleo central de todo aquel encargo dado al mensajero divino.

La eternidad de DIOS y la temporalidad de la criatura se cruzan de forma singular  en el seno de una muchacha de Nazaret, que tenía alrededor de quince años. En un instante el VERBO de DIOS toma parte de una forma radicalmente nueva de su propia  Creación.  Con las dimensiones de un óvulo fecundado comienza  el VERBO de DIOS su andadura por los caminos humanos. Son instantes en los que todo el Cielo tuvo que parar su actividad para contemplar el capital acontecimiento: no era ficción y DIOS mismo tomaba humanidad de la misma carne débil de Adán y aceptaba todas sus limitaciones. En este punto las poderosas jerarquías angélicas se inclinaron en adoración: “adórenle todos los Ángeles de DIOS” (Hb 1,6). Desde entonces, nosotros creemos que la humanidad de JESÚS de Nazaret se unió al VERBO en su misma Segunda Persona de la TRINIDAD. No se incorpora una cuarta persona a la TRINIDAD, sino que permanecen las mismas tres Personas con la incorporación de la humanidad tomada de la persona de MARÍA de Nazaret. De nuevo añadimos otra singularidad más al gran acontecimiento: la formación de la humanidad de JESÚS en el seno de MARÍA no tuvo concurso de varón. Los católicos junto con los ortodoxos y la mayoría de las iglesias cristianas nacidas de la Reforma aceptamos esta gran verdad recogida en los evangelios de Mateo y Lucas. El propio san Pablo declara que el HIJO de DIOS “nace de MUJER según la carne” (Gal 4,4).

La vida que comienza en el seno de MARÍA es plena en lo personal, porque  manifiesta su comportamiento relacional. El VERBO de DIOS en el seno de MARÍA no es ajeno a las circunstancias vividas por la MADRE. En la visita de MARÍA a su pariente Isabel, en Ain Karim localidad cercana a Jerusalén, comprobamos a través de los saludos de las dos madres, que los respectivos hijos establecen una comunicación espiritual que es entendida por las mismas madres: “por qué viene a mi casa la MADRE de mi SEÑOR. En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, saltó de alegría la criatura que llevo en mi vientre. Bienaventurada, tú, MARÍA porque has creído, pues lo que te ha dicho el SEÑOR por medio del Ángel se cumplirá” (Cf. Lc 1,39-45). Isabel y el propio Juan Bautista con algo más de seis meses de gestación perciben la presencia del VERBO en el seno de MARÍA, y se establece entre ellos una relación de MAESTRO a discípulo. Sus cuerpos son diminutos, pero sus almas tienen la capacidad de establecer los primeros lazos espirituales, que se irán fortaleciendo a lo largo de los años. Las grandes almas pueden vivir experiencias de un orden distinto al del común de los humanos, y tanto JESÚS como Juan Bautista no pertenecen al común de los mortales, aunque mantengan los límites de la condición humana. Uno de los grandes males que ciernen hoy sobre la Fe es la de rebajar el estatus de conciencia del propio JESÚS de Nazaret hasta convertirlo en un nazareno despistado que se encontró por casualidad con la misión de predicar una doctrina que ni ÉL mismo había entendido. Otros envían a JESÚS a lugares de iniciación como Egipto o Benarés para justificar su sabiduría y los signos que realizaba, como si lo uno y lo otro fueran objeto de un aprendizaje y desarrollo iniciático. Entretenidos en estas y otras elucubraciones vacías se pierde la pista de la vía directa que ofrece la acción del ESPÍRITU SANTO en las almas llamadas a desempeñar una misión dentro del Plan de DIOS.

En la intersección de caminos entre el Cielo y la tierra se dibuja con anticipación el signo de la Cruz, que se mostrará un día gloriosa porque será tabla de salvación para todos los hombres. Esto último es lo que vamos a celebrar en los próximos días, pero todo comenzó en aquel instante fugaz en un discreto hogar de Nazaret, que si en algo sobresalía aquel pueblo era por su irrelevancia. Así se comporta nuestro DIOS, al que pedimos signos espectaculares. Haremos bien en estas próximas fechas contemplar y meditar las últimas jornadas del REDENTOR entre nosotros, pues la vía del dolor y el sufrimiento hacen realidad el máximo abajamiento que termina en la muerte; pero alguna vez es necesaria la contemplación del VERBO que se “despoja de su rango o categoría de DIOS, sin dejar de serlo” (Cf. Flp 2,6-8); que lo hace pasar de lo infinito en todos los atributos, al estrecho y mínimo margen que deja la limitación humana. Este abajamiento o despojamiento de la gloria que tenía el VERBO junto al PADRE nos resulta harto misterioso, pero debió significar un tramo de sacrificio poco reconocido. El VERBO se desprende de su ambiente o medio celestial para entrar en contacto estrecho e íntimo con la condición humana: “tanto amó DIOS al mundo que le entregó a su HIJO único, para que el mundo fuera salvado por ÉL” (Cf. Jn 3,16). El AMOR es la explicación a esta locura del DIOS que nos ha creado en libertad y desea con todo su AMOR infinito nuestra vuelta, así mismo en libertad. DIOS en su VERBO nos quiere rendir por su AMOR, y éste sólo se puede ofrecer en una relación de libertad mutua. El  último gesto por nuestra parte de acercamiento al AMOR será aprovechado por DIOS para mostrar su rostro de PADRE que solo quiere nuestra bienaventuranza eterna. Una y otra vez el hombre particular y en el conjunto de la humanidad le ponemos las cosas difíciles a DIOS para que pueda realizar sus objetivos; pero ni el deicidio que supuso la muerte de JESUCRISTO está siendo obstáculo insalvable para la realización del Plan amoroso de DIOS. Y todo esto comenzó en Galilea, en Nazaret, como diría Pedro en casa del centurión Cornelio (Cf. Hch 10,37). La cosa empezó en la aceptación serena y explícita de una joven nazarena, que sólo fue escuchada por DIOS y sus jerarquías angélicas. El punto cero de la Redención se encuentra en el “hágase” de MARÍA al recibir el encargo de DIOS traído por el Ángel: “hágase en MÍ según tu palabra” (Cf. Lc 1,38).

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