En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad, no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’. (Mc 9, 2-10).
El período de la Cuaresma sigue avanzando con las oportunidades de responder al llamado de conversión, reconciliación y cuidadosa práctica de la caridad. No es sencillo asumir el camino de reflexión profunda de nuestro estilo de vida, revisarlo detenidamente. Los compromisos de cada día, las actividades nos meten en un ritmo que muchas veces no nos dejan realizar este ejercicio. Se requiere fuerza de voluntad para buscar el tiempo y la manera de lograr hacer esta evaluación de nuestra vida, convencidos que es fundamental llevarla a cabo. Si no se tiene este convencimiento, seguramente no lo haremos.
Cada día escuchamos muchas voces, mensajes de todo tipo, más hoy con la ayuda de la tecnología digital que facilita un mundo de información a todas horas y en cualquier lugar. Nos podemos preguntar: ¿a quién escucho cada jornada con gusto porque me hace pasar un tiempo agradable, porque comunica contenidos interesantes que me están ayudando a ser mejor? Seguro habrá respuestas interesantes. Algunos posiblemente estén escuchando a personas de su familia; otros, a los amigos; otros, a especialistas de la comunicación, de la cultura, escritores, columnistas, etc. Todo esto es digno de tenerse en cuenta.Y una pregunta más: ¿por qué nos gusta escucharlos, ¿qué es lo que nos impacta de ellos?
Los grandes oradores persuaden, inspiran, convencen y mueven la opinión de grandes masas. A lo largo de la historia, varias personalidades han sido destacadas y recordadas por influir a través del discurso. Ellos conocían el poder que tiene la palabra para comunicar a las masas. Entre ellos se encuentran Sócrates, Abraham Lincoln, Martin Luther King, y últimamente Steve Jobs. Y con el desarrollo de la comunicación de los últimos años han surgido un gran número de comunicadores que influyen en muchos ambientes de la sociedad, tanto en la radio, la televisión, la prensa y en las redes sociales.
En medio de todo este ambiente del mundo de la comunicación, ¿cómo poder escuchar el mensaje religioso? ¿Qué influencia tiene la palabra de Dios? Y más específicamente, ¿cómo escuchar la palabra de Jesucristo?
El texto del Evangelio de este domingo nos dice que Jesús en su transfiguración es presentado por Dios Padre, a través de la voz envuelta en una nube, como el Hijo amado a quien hay que escuchar. La palabra de Cristo, su mensaje es especial, porque no se queda únicamente en lo emotivo, espectacular, sino que es prolongación de su vida, de lo que realiza día a día. Es el mensaje cálido, cercano, lleno de vitalidad que llega con claridad todos. Es realizado con una pedagogía de amor, de entrega. Por eso vale la pena escucharlo, dejar que toque nuestro corazón. Es un mensaje que propicia cambios radicales en nuestra vida. Jesús no se queda en el ámbito de orador, de comunicador, sino del amigo que habla con la fuerza de una amistad incondicional. Es el que convence con el mensaje de su propia vida, dispuesta a entregarla al máximo, hasta morir en la cruz.
En el camino de preparación de cuaresma estemos dispuestos a escuchar el mensaje de Jesús, su palabra. Primero desde una lectura orante, especialmente a través de los Evangelios. Es una ocasión más para hacer el recorrido de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. Detenernos en los pasajes de su predicación, haciéndonos participantes activos. Y todo este ejercicio, con la ayuda de la oración, nos llevará a poner en práctica su palabra. Podremos escuchar a muchos oradores, líderes, científicos, comunicadores, pero no dejemos a un lado a Cristo y su buena nueva, su palabra, porque es palabra de vida, que libera, reconcilia y nos lleva a practicar el amor cada vez con más intensidad. Un pequeño ejemplo es el discurso de las bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12).