El asilo St. Elisabeth ha registrado el mayor número de contagios por coronavirus en una residencia de ancianos en Holanda desde el comienzo de la pandemia.
Con su vulnerable población de pacientes dependientes con demencia, muchos de ellos con otros problemas de salud, el asilo está acostumbrado a ver morir a los ancianos. Evelien Bongers, en nombre de la junta directiva, declaró que no se podía “establecer con certeza en qué medida las muertes eran consecuencia directa del contagio con el coronavirus” debido a las condiciones subyacentes de las víctimas. “Estos pacientes ancianos murieron con el coronavirus, pero no necesariamente a causa del coronavirus”, dijo. “Pero estamos viendo un número de muertes más alto de lo habitual”.
Esta distinción entre morir con el virus o a causa de él es precisamente lo que falta en muchas estadísticas. “Nuestros residentes necesitan cuidados y atención. Cuando están contaminados por el coronavirus, eso puede ser demasiado”, añade Bongers.
Ver morir a un 20 por ciento de sus ancianos en tan poco tiempo ha supuesto un duro golpe para las familias y los trabajadores, sobre todo porque esperaban relajarse tras meses de estricta observancia de las medidas de seguridad gracias a la vacuna.
El número de contagios nunca había sido tan alto, y nunca se habían producido tan rápidamente, a pesar de que cuando comenzó el brote se tomaron medidas especiales para aislar a los pacientes positivos en sus habitaciones y restringir severamente las visitas al exterior a tres por semana por una sola persona. Además, la oleada de contagios no se produjo muy poco después de la primera inyección, cuando se podría haber argumentado que no tuvo tiempo de fomentar la inmunidad, sino dos semanas después, cuando al menos se podría esperar cierta eficacia si la vacuna experimental está realmente a la altura de sus promesas. Si bien no está establecido que disminuya las infecciones, sí que pretende disminuir la gravedad de la enfermedad que asocian al virus. Pero en el St. Elisabeth de Amersfoort, 22 de los 70 pacientes que dieron positivo murieron: más del 30 por ciento.
En Holanda, la institución que cataloga los efectos indeseables de las vacunas experimentales, Lareb, ya había registrado hasta el martes 5.086 casos sospechosos de enfermedad y malestar, para un total de unas 800.000 inoculaciones. Dolores de cabeza, musculares y náuseas se citan en la mayoría de los casos, pero también se documentaron 26 reacciones alérgicas graves.
Más preocupantes aún son las 65 muertes que se produjeron tras la vacunación, comunicadas al Lareb hasta el 16 de febrero, la mayoría de ellas entre pacientes de edad avanzada: 55 de los fallecidos tenían 80 años o más, y los otros diez tenían entre 65 y 80 años.
Lareb señala que todas las víctimas se encontraban en condiciones de salud vulnerables debido a enfermedades graves subyacentes o a una edad muy avanzada. La directora, Agnes Kant, subrayó que la muerte tras la vacuna no debe atribuirse automáticamente a la vacuna: “En Holanda mueren una media de 750 a 800 ancianos en los asilos a la semana, así como 2.000 personas mayores de 80 años. Algunas de ellas pueden haber recibido la vacuna poco antes”.
Admitió que en algunos casos la vacuna puede haber deteriorado el estado de los más ancianos. “Días después de la vacunación, tuvieron molestias que son efectos secundarios conocidos“, añadió. “Molestias como la fiebre no son causa de muerte por sí solas. Pero se sabe que para los ancianos muy vulnerables constituyen un riesgo. Por eso se incluye este hecho en las directrices, para que se tenga muy en cuenta la vacunación en grupo”.
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