Desde el Miércoles de Ceniza, hasta la hora nona del Jueves Santo, se celebra el tiempo litúrgico de Cuaresma. Vamos saliendo del invierno y vemos cómo surge la primavera, evocando la muerte y Resurrección que acompaña la vida del cristiano, sea cual sea el tiempo litúrgico que se celebre. Al fijar la fecha de la solemnidad de la Resurrección se hace el cálculo teniendo en cuenta la primera luna llena que aparece en el calendario de la primavera, y todas las demás celebraciones se acomodan a esta referencia. Así queda más nítido el sentido de la nueva vida espiritual, que emerge después de un periodo de discernimiento para ajustarla lo más posible al ideal cristiano. El ritmo cósmico que acompaña el tiempo de Cuaresma no es suficiente para mejorar la vida cristiana, y desde el primer día, Miércoles de Ceniza, la liturgia proclama el evangelio de san Mateo (Cf. Mt 6,1-18), donde se establecen la oración, el ayuno y la limosna, para ejercitarnos dentro de la ascesis específica de la vida cristiana. La oración nos vuelve hacia DIOS; el ayuno favorece la revisión personal y la limosna tiene que plasmarse en la ayuda concreta a los demás. El orden de estas tres componentes ascéticas resulta secundario, pues están en íntima relación.
Cuarenta días
Después de cuarenta días, entregó DIOS a Moisés los Mandamientos grabados en piedra. El Pueblo elegido vivió en el desierto cuarenta años con el objetivo de moldear el corazón de los hebreos para fijar la Alianza con YAHVEH. Elías camina cuarenta días sostenido por un alimento especial y encontrarse con DIOS en el Horeb, la montaña sagrada. Con estos precedentes releemos los cuarenta días de JESÚS en el desierto de Judea. Entendemos ejemplificantes estos pasajes bíblicos, que sólo muy contadas personas llevaron a término en su literalidad. Los escasos escritos de los padres del desierto dan testimonio, en época cristiana, de gran ascetismo de algunos de estos padres espirituales, que alcanzaron altas cotas de perfección, pero esta no es la vía para la inmensa mayoría de los creyentes. Sin embargo es necesario disponer de franjas de tiempo para el retiro personal, pues el ruido existente nos satura, produciendo toda clase de anomalías. El retiro no es para estar solos exactamente, sino para el encuentro con DIOS. Como en el caso de Elías, DIOS viene en una “suave brisa” (Cf. 1Re 19,12). Nuestra capacidad de DIOS en esta vida es pequeña, aunque la aspiración pudiera ser muy viva y ardiente. En seguida el corazón humano queda inundado por la presencia de DIOS, pero todo ello va ajustado a nuestra insignificancia. De forma extraordinaria, DIOS elige algunas personas con misiones especiales y carismas proporcionados a la misión recibida, pero eso tiene otro tratamiento. Volvamos al caso de Elías, que pensaba en una manifestación de DIOS del todo impactante: una gran tormenta revestiría de forma sobrecogedora el poder inapelable de DIOS, pero DIOS no estaba en la tormenta. Un fuerte terremoto hace al hombre insignificante y hace que lo aborde el pavor. Un huracán podría sumergir a la persona devota en el poder renovador del RUAH del SEÑOR, que ordena el caos (Cf. Gen 1,1).DIOS hace que Elías entre en su descanso (Cf. Slm 94,13), y lo visita con una suave brisa. DIOS lo hace todo y lo presenta ante el hombre como el niño que descubre por la mañana su salón lleno de regalos. DIOS manifiesta su poder en la Creación, pero en la relación personal se deja encontrar si alguien lo busca, y no se impone. Los cuarenta días bíblicos es un modo de aludir a la oración insistente y vigilante.
Posponte a ti mismo
En algún momento, JESÚS estableció que para seguirlo había que realizar una labor de reciclaje en la vida: “el que no pospone padre, madre, hijos o hijas, esposa, tierras, e incluso a sí mismo, no puede venir tras de MÍ“ (Cf. Lc 14,25-26). JESÚS no pretende que anulemos las realidades humanas, que en el fondo son un don de DIOS, pero nos exige que les demos el orden adecuado. Está muy bien que destinemos un tiempo prudencial al distraimiento, pero es suicida destinar cuatro horas diarias a “matar el tiempo”, porque en realidad nos estamos anulando espiritualmente. En este sentido se debe entender el ayuno: primero discernir aquello que debo ordenar y determinar lo que ha de estar en primer término; y después dejar lo que me está estorbando para el camino. Como el montañero tiene que elegir muy bien lo que mete en la mochila para la escalada, así también nos toca discernir para aceptar lo mejor para el viaje de la vida. Los apegos, en cierto sentido, varían según las circunstancias y etapas del camino. Lo que en la juventud era necesario no lo es en la madurez; y lo que se va necesitando en la vejez no es lo mismo que en edades más jóvenes. El ayuno es el ejercicio voluntario que lleva al desprendimiento. Existen fuertes cadenas que atan a determinadas personas y al final se tienen que romper: son las cadenas del poder y de lo que contribuye a mantenerlo. No se excluye, ni mucho menos, el poder religioso, al que una persona se puede apegar con vehemencia. El apego a este poder, como el caso del poder político o social, se enmascara con facilidad bajo la capa del servicio a la sociedad. Grandes pedestales se construyen para el ego con las excusas del servicio a la Iglesia o el servicio a la sociedad. Pero que no se inquiete el afectado, siempre tiene la excusa de atribuirle el problema a otra persona conocida. Es muy difícil salvar los subterfugios por los que se mueve el ego, y si alguien se lo toma en serio debe armarse de paciencia. Produce vértigo las pautas marcadas por JESÚS para el envío de los discípulos: “sólo un par de sandalias, una sola túnica, sin calderilla en la cartera, exponiéndose para el alimento a la hospitalidad generosa de los demás; y, si acaso, un bastón para el camino, y un compañero al lado” (Cf. Mt 10,9-10; Mc 6,8-9; Lc 10,3). Después de comprobar dónde está el listón para el ejercicio del ayuno o del desprendimiento, podemos agarrarnos a un eje central alrededor del cual debiera girar toda la vida: cada circunstancia y factor personal debemos supeditarlo al fin de la evangelización. ¿Dónde hay que anunciar a JESÚS?: en todas partes. Ordenar, jerarquizar y desprendernos está en función de algo que nos trasciende, de lo contrario resultaría un soberbio narcisismo. Estamos en una carrera de fondo, que dura hasta cinco minutos antes de dejar este mundo; y mientras tanto el PADRE irá podando las ramas que sobran (Cf. Jn 15,2).
El ejercicio del buen samaritano
El texto de san Mateo nos habla de la “limosna en secreto” (Cf. Mt 6,3), pero hay que incluir en la limosna todo lo que concierne a la acción solidaria y caritativa. El dinero se redime con la justicia y la Caridad. La limosna es un dinero que sacamos del circuito personal para situarlo en otro circuito con nombre y apellidos; o con las siglas de alguna asociación humanitaria. Pero no acaba ahí la limosna, como bien sabemos. Tenemos otras cosas para dar y compartir: el tiempo, la colaboración en distintas tareas solidarias y la Fe. Los modos de colaboración cumplen un alto objetivo cuando son, al mismo tiempo, ámbitos de encuentro con otras personas. Se dan las colaboraciones anónimas, pero también las presenciales con espíritu de servicio y apertura sincera a las necesidades ajenas. La presencia y la escucha dan inicio a formas de colaboración, que originar cambios muy positivos en los más necesitados. El que ayuda y colabora es ayudado por las mismas personas a las que atiende en su necesidad, si se abandona cualquier presunción de superioridad en plano alguno. Después de unas cuantas décadas en este pícaro mundo, todos tenemos heridas que precisan curación. Las heridas de CRISTO nos han curado (Cf. Is 53,5); y las heridas de CRISTO en el hermano herido también nos curan de nuestras propias heridas. El dinero que ponemos en otro circuito distinto del propio, puede ser que no sea lo más importante aunque necesario. Avanzamos a pasos agigantados hacia una despersonalización de la sociedad que da miedo. En Alemania están proponiendo la creación de un ministerio para resolver la gran soledad, en la que viven millones de personas mayores. Han conseguido atomizar, aislar a las personas a unos niveles verdaderamente inhumanos. De la gran soledad al suicidio hay muy poca distancia. Esas personas no tienen la obligación de disfrutar de la soledad como aquellos eremitas del desierto, porque incluso muchos de aquellos terminaron con manifestaciones de locura, pues la soledad existencial es para el infierno: “no es bueno que el hombre esté solo” (Cf. Gn 2,18). Las heridas de la vida se pueden hacer insoportables por causa de la soledad al no sentirse en relación con otros. El buen samaritano echó aceite y vino en las heridas de aquel desconocido apaleado, a punto de morir (Cf. Lc 10,33-34). También la unción del ESPIRITU SANTO a través de nuestra acción misericordiosa viene a ungir las heridas y a dar nuevas fuerzas al caído en manos destructoras.
Estamos en una Nueva Alianza
La Biblia no discute sobre la existencia de DIOS, sino que lo muestra pactando con los hombres. El pacto es un compromiso establecido con toda solidez, en el que las dos partes se obligan. Normalmente los pactos tienen cláusulas de disolución para liberar a las partes, pero los pactos que DIOS establece no recogen cláusulas, que prevean el incumplimiento, porque DIOS permanece siempre a la espera, en caso de infidelidad por parte del hombre. DIOS se toma en serio los pactos con el hombre, porque DIOS ama al hombre, y busca por todos los medios su bien y realización. Como un padre, cuando llega su cumpleaños, le da al hijo pequeño el dinero para que éste le compre el regalo; así también DIOS prepara un mundo con bienes sobreabundantes, para que el hombre haga de ellos un regalo para su Creador.
El libro del Génesis es un libro de pactos. DIOS pacta con Adán y Eva, establece un pacto con Caín para que nadie atente contra su vida. DIOS pacta con Noé y pone de nuevo en marcha el dinamismo de los vivientes en este mundo, y la repoblación humana, a partir de los descendientes de los tres hijos de Noé: Set, Cam y Jafet. La historia de la humanidad, según la Biblia, entra en una nueva fase con el pacto de DIOS con Abraham. Isaac, el hijo de Abraham, actúa de puente para el pacto con Jacob, del que provienen las Doce tribus que formarán la base del Pueblo elegido. El Pueblo hebreo empieza a fraguarse en Egipto durante cuatrocientos años y es rescatado por YAHVEH a través de Moisés, mediante el cual, DIOS establece una Alianza, que se completó con JESUCRISTO, en quien ha quedado sellada la Nueva Alianza con la sangre redentora de su sacrificio. El libro del Génesis, o de los orígenes, había quedado abierto, porque su conclusión no se ha escrito, pero las bases del modo divino de actuar están en sus páginas.
DIOS traslada a su Creación la fórmula del pacto, porque internamente es diálogo amoroso trinitario, y para la creación material creó un interlocutor “a su imagen y semejanza” (Cf. Gen 1,26): el hombre. De forma escasa se dice que mantenemos nuestra semejanza con DIOS en virtud de nuestra condición racional y volitiva; es decir, por nuestro espíritu inteligente capaz de tomar decisiones. Esto no es poca cosa, pero lo que completa nuestra personalización es el diálogo con DIOS, que se perfecciona en la Alianza o pacto. DIOS no quiere mantener con nosotros diálogos vacíos, inconsistentes y volubles, porque lo realizado por ÉL tiene principios y objetivos bien definidos. DIOS, al mismo tiempo, sabe muy bien de nuestra fragilidad, porque la ponemos de relieve con excesiva frecuencia; pero DIOS no se da por vencido ante la fragilidad del hombre; se distancia, por el contrario, cuando el propio hombre muestra un rechazo abierto. San Pablo dirá: “si somos infieles, ÉL permanece fiel; si lo negamos, también ÉL nos negará” (Cf. 2 Tm 2,12-13). El Bautismo recibido por nosotros lleva contenido un pacto personal con DIOS, del que pocas veces se habla. Las obligaciones del pacto con DIOS pueden ser cumplidas gracias a los dones gratuitos por ÉL aportados y puestos a nuestra disposición. En el pacto con DIOS, el hombre tiene que hacer algo, y ÉL se encarga del resto. Por tanto, la desigualdad de partes no gravita sobre el hombre, sino sobre DIOS mismo.
El pacto después del diluvio
El Plan de DIOS expuesto en los dos primeros capítulos del Génesis tuvo que ser reescrito por causa del pecado del hombre, que llegó hasta el momento del diluvio. Después de la gran regeneración, los términos en los que se establece la vida del hombre sobre la tierra varía notablemente: “Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra (…).Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento (…). Sed fecundos y multiplicaos y dominad la tierra (Cf. Gen 9,1-7) La paz paradisiaca queda alterada y la alimentación varía notablemente. En estas condiciones, el hombre conserva todavía la hegemonía sobre los seres de la creación, pero en una tensión que se traducirá en violencia con mucha frecuencia. “Establezco mi Alianza con vosotros y vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente, con todos los animales que han salido del arca (v.10). La alianza con Noé incluye la alianza con toda la naturaleza. Los seres vivientes están en función del hombre, y no al revés como pretenden las corrientes modernas ecologistas y animalistas.
“Establezco una Alianza con vosotros, por la que nunca más volverá a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio(…). Pongo este arco como señal de pacto entre el cielo y la tierra (v.14). El compromiso establecido por DIOS en aquel momento no incluyó el hecho de frenar la capacidad autodestructiva del hombres en siglos venideros. Si algún impedimento puede haber desde el Cielo a las tendencias genocidas y maltusianas-reducción drástica de población- de algunos hay que buscarla en la Redención de JESUCRISTO. “La recapitulación de todas las cosas en CRISTO” (Cf. Ef 1,10) nos permite aspirar a una realización superior del ser humano en los valores evangélicos, que traigan al mundo una poderosa presencia del Reino de DIOS. Este objetivo está por cubrirse, y en los momentos actuales asaltan grandes dudas de que estemos cerca de dicho objetivo.
La tentación de JESÚS en el desierto
El desierto es un campo propicio para el combate espiritual. No se puede rebajar nada al término combate, en todo caso se le podrían añadir calificativos como recio, duro o definitivo. En algún momento JESÚS nos dirá: “el Reino de los Cielos sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan” (Cf. Mt 11,12), porque Satanás está en pugnan contra la obra de DIOS, y de forma especial contra todo hombre. Bajo las máscaras amables del tentador, acusador y padre de la mentira, se esconde el odio más acabado que criatura alguna pudiera dispensar al ser humano. Este odio al hombre nació en su momento de lo que DIOS pensaba realizar por medio de él. El Ángel supremo no superó la prueba, e inmediatamente emergió como una bestia roja, que de forma fulminante cae del Cielo como un rayo (Cf. Ap 12,3; Lc 11,18). El objetivo prioritario de Satanás es destruir a los hombres incluidos aquellos que le sirven de sicarios, aunque estos se crean tocados por el éxito. Allí, en el desierto de Judea, JESÚS comienza en la soledad una lucha contra Satanás, que terminará en la Cruz: “todo está cumplido” (Cf. Jn 19,30). El mentiroso desde el principio, y padre de la mentira se vio vencido definitivamente en el Hombre-DIOS. Satanás no pudo con ÉL, aunque intentó destruirlo por todos los medios a su alcance, pero la consistencia moral y espiritual de JESÚS de Nazaret plantó definitivamente la victoria de DIOS en este mundo. La pelea actual de Satanás se dirige a evitar el reconocimiento de esta victoria por parte de los hombres, e intentar hacer inútil la Cruz de CRISTO. El padre de la mentira sigue intentando desvirtuar la condición divina y humana de JESÚS de Nazaret. El padre de la mentira lucha denodadamente por dividir internamente al hombre, a la sociedad en general y a la Iglesia de JESUCRISTO en particular.
“TÚ eres mi HIJO amado, en ti me complazco” (Mc 1,11)
¿Quién va vivir la dura prueba del desierto? La asimilación por el espíritu humano es bastante escasa, y fijamos con dificultad las cosas importantes en nuestro interior. Estamos sometidos al fluir del tiempo y los acontecimientos, y el umbral para soportar la carga del conocimiento también es pequeña, por lo que la repetición de las cosas es un buen recurso para mantener vivo lo importante. Hay puntos en los evangelios que brillan de modo especial, y uno de ellos es la revelación de la verdadera identidad del artesano de Nazaret, que acude al Bautista en medio de “un bautismo general” (Cf. Lc 3,21). El que acaba de ser bautizado por Juan Bautista es “el HIJO amado del PADRE. El ESPÍRITU SANTO desciende sobre JESÚS a la vista del Bautista como se le había prometido, y el evangelista san Marcos retoma el enunciado de su evangelio: “Comienzo del Evangelio de JESUCRISTO, HIJO de DIOS” (v.1).
El ESPÍRITU SANTO empuja a JESÚS al desierto (v.12)
No fue una amable invitación, sino una acción contundente del ESPÍRITU SANTO, la que llevó a JESÚS al desierto. Hacemos cantar en nuestros himnos las delicadezas del ESPÍRITU SANTO, pero no siempre su presencia es miel en la boca, ni sosiego en la dura fatiga. El hombre religioso israelita, curtido por las más variadas experiencias de la vida, identificaba la acción del ESPÍRITU de DIOS, como el rugido del león o el viento huracanado del desierto. Este sonido dio lugar al término onomatopéyico de “RUAH”. El modo amable en que el ESPÍRITU SANTO desciende sobre JESÚS después del bautismo se cambia en la acción enérgica, que sin concesión alguna lleva al desierto a JESÚS. De ambas acciones debe saber por experiencia el hombre religioso, y JESÚS participó también de esa escuela de aprendizaje, pues así vivía los límites de lo humano. JESÚS es el Hijo de hombre, como ÉL se denomina en múltiples ocasiones. El hombre fue puesto en el paraíso con toda solicitud por parte de DIOS, y por el pecado quedó excluido del mismo. El paraíso se volvió desierto, porque estaba destinado al hombre y Satanás lo envileció con la colaboración torpe del hombre. Ahora el hombre tiene que ir al desierto a reencontrarse con el causante último del desorden y la ruina humana. Va a empezar la lucha con una intensidad fuera de los niveles hasta entonces conocidos. Los poderes espirituales van a poner a prueba todos sus recursos. El desierto es el lugar donde mora Azazel, espíritu tenebroso al que era entregado el chivo expiatorio dejado allí en la fiesta de la Expiación, o del Yom kippur. El sacerdote imponía las manos sobre el animal para transferirle todas las culpas del Pueblo y lo echaban al desierto donde moría. El ESPÍRITU SANTO envía a JESÚS a ese lugar para iniciar una contienda abierta y declarada, que aún no ha terminado, aunque en JESUCRISTO todos los hombres tenemos la victoria.
Cuarenta días
Como Moisés, que a los cuarenta días bajó del Sinaí con la Antigua Ley; así JESÚS saldrá del desierto, después de cuarenta días, con la disposición necesaria para impartir la Nueva Ley, como un Nuevo Moisés. San Marcos no detalla las tentaciones como Mateo y Lucas, pero señala las fuerzas que se ponen en marcha sin concesión alguna. La hora de Satanás ha llegado, pues tiene delante al que es la razón divina de todo hombre. Todos nosotros hemos sido pensados por DIOS, llamados a la existencia con un destino de eternidad, gracias a la Encarnación del VERBO. San Marcos pone en paralelo la acción satánica y la angélica en el tiempo de prueba del desierto: “permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía entre las alimañas y los Ángeles lo servían” (v.13). El enfoque de Marcos parece más simple que el de los otros dos sinópticos, pero plantea un escenario más completo, y sin duda más real. Nosotros comprobamos una mínima parte de lo que sucede en los planos espirituales, pues DIOS permite que la incidencia de las fuerzas espirituales se ajusten a la capacidad que tenemos. La visión de JESÚS es muy superior: “veía YO bajar del Cielo a Satanás como un rayo” (Cf. Lc 10,18). No podemos dejar a un lado la condición divina de JESÚS, aunque algunos se empeñen en naturalizarlo tanto, que sería imposible que un individuo así pudiera llevar a delante la Redención de la humanidad. Es cierto que JESÚS “en su porte actuó como un hombre cualquiera y pasó por uno de tantos” (Cf. Flp 2,7); pero en absoluto era uno de tantos, ni uno cualquiera, que se encontró por accidente con el encargo de redimir a la humanidad. Simplemente por un principio teológico que viene de lejos: “lo que no ha sido asumido, no ha sido redimido”. La ingente tarea de redimir a la humanidad precisaba de una naturaleza humana especial unida de forma íntima a la divinidad, como así sucede con JESÚS. En la tarea redentora JESÚS no está solo, y cuenta con la asistencia de los Santos Ángeles, de forma que estos pasan de la colaboración en la acción creadora, a la obra de Redención de todos los hombres. Estos Ángeles no han querido quedarse fuera del banquete preparado por el PADRE para festejar la llegada del hijo que estaba perdido. Pero hubo otros Ángeles, que despreciaron la obra creadora de DIOS en el hombre por considerarlo absolutamente insignificante y despreciable, siendo para su desgracia objeto de tanta predilección por parte de DIOS. Estos mantienen la guerra declarada a la obra de DIOS, saben que su tiempo se termina, y su destino es la absoluta soledad, que ellos mismos han elegido. De camino quieren arrastrar a su miserable existencia a todos los hombres posibles arruinando espiritualmente y fascinándolos con promesas vacías, que conducen a la desgracia total. En ese campo se mueve JESÚS durante cuarenta días, y se propone rescatar de la gran mentira satánica a los hombres que acepten su Mensaje.
“Los Ángeles le servían” (v.13)
El modo verbal utilizado indica una acción continuada. Los Ángeles estarían presentes en todas las fases del ministerio público de JESÚS. En el servicio a DIOS, o en la negativa al mismo, se establecen las fuerzas angélicas y las demoníacas. En la carta a los Colosenses las categorías de Ángeles mencionados tienen que ver con acciones creadoras y de poder con los nombres de Dominaciones, Potestades y Principados. Las tentaciones recogidas por Mateo y Lucas se relacionan con el poder aplicado de distintas maneras: el poder utilizado en beneficio propio, “has que estas piedras se conviertan en panes”; el poder religioso con tintes apocalípticos, “tírate de aquí abajo, y los Ángeles te recogerán”; y el poder político, “todos los reinos te daré, dice Satanás, si postrado me adoras” (Cf. Mt 4,3-10). Las fuerzas demoníacas son operativas y trascienden los simples estados de ánimo del hombre. De forma misteriosa, pero real, JESÚS se enfrentó con Satanás, y participó de la conjunción de fuerzas a establecer entre los Ángeles y los hombres. No despreciemos lo que la Biblia nos lega del Antiguo Testamento. Entre los ejércitos de YAHVEH Sabaot están los ejércitos de los Ángeles. En nada menguan la Redención, los que estuvieron al lado del REDENTOR en todo momento, y de modo prioritario en el trance de mayor angustia en Getsemaní (Cf. Lc 22,43). Los hombres redimidos son para los Ángeles una escuela de aprendizaje del Amor misericordioso de DIOS, que se reedita en la vida de cada uno de sus hijos, por eso la tarea de servicio a JESÚS de Nazaret no terminó con el final de su vida pública, pues se prolonga en la Historia de la iglesia. Si el VERBO de DIOS, quiso acompañarse de los Ángeles para su misión entre nosotros, estamos entonces llamados a colaborar en buena hermandad. Las potencias del Mal se organizan en estos momentos con especial eficacia, en todos los órdenes de la sociedad, quizá sea hora de pedir al SEÑOR que nos asocie más estrechamente a lucha entre sus Ángeles y las fuerzas satánicas.
“Volvió JESÚS a Galilea” (v.14)
En el tiempo de Cuaresma encierra un especial significado, lo que añade san Marcos: “después que Juan fue entregado, JESÚS marchó a Galilea” (v.14). San Marcos con la simple anotación ofrece un dato de mucha importancia. Si JESÚS quería poner las bases a su encargo y ministerio, tenía que desplazarse del foco directo de las autoridades religiosas y políticas. Las cosas tendrían que venir sin apurar los acontecimientos. En nuestra sociedad se elogia a la persona que sabe administrar bien sus tiempos, y eso lo hizo JESÚS con toda prudencia. La Galilea se iba a convertir en el ámbito privilegiado donde vibrarían las palabras del VERBO de DIOS, que vino a este mundo. Por otra parte, en Galilea se encontraba la familia extensa de JESÚS y su MADRE. La Galilea recogía un cosmopolitismo siempre vehículo de contrastes culturales, lugar de tránsito e intercambios comerciales. La Galilea tenía localidades pobres económicamente y otras de buen nivel como Magdala –Magadán-, Séforis, o Tiro y Sidón en la Alta Galilea. Jerusalén, por el contrario, carecía de toda esa vitalidad excepto en las fechas de las grandes fiestas, especialmente la Pascua y el Yom kippur; entonces la población podía multiplicarse por diez, con lo que repercutía en las localidades vecinas. El Templo era el gran generador de relaciones personales y de intercambio económico.
“JESÚS proclamaba la Buena Nueva de DIOS” (v.14)
De nuevo el modo verbal de la frase indica la acción continuada en el tiempo, sin que el autor sagrado tenga que detenerse en más explicaciones. La predicación es el instrumento principal para llevar a cabo su misión. Son los corazones de las personas lo que es necesario cambiar; y eso se produce por la fuerza de la PALABRA. JESÚS trae un mensaje que revela los pensamientos íntimos de DIOS con respecto al hombre; por tanto, la cosa no puede ser más importante. Una Nueva Alianza, un nuevo pacto, y una nueva luz. No va a brillar el arco iris del pacto con Noé. Han llegado los días, en los que el pacto quedará grabado en el corazón de cada hombre, como profetizó Jeremías (Cf. Jr 31,31-34). DIOS no se repite aunque sea el mismo; su Amor se manifiesta de infinitas maneras, y la mirada de los hombres tiene problemas. Pero el hombre es engañado una y otra vez y la desconfianza llega a poner en tela de juicio la verdad de DIOS y su Evangelio. Existe un gran reto por delante: ofrecer veracidad al Mensaje de JESÚS, insistiendo en ello de muchas maneras.
Los cuatro pilares de la predicación
“El tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de DIOS; convertíos y creed en el Evangelio” (v.15). El tiempo presente, objeto de la predilección del Amor de DIOS, estuvo precedido por una revelación, que nos ha traído hasta aquí. En las Escrituras anteriores, que es preciso conocer, nos hablan del tiempo presente. El Reino de DIOS está cerca, porque DIOS ha dispuesto distribuir de forma sobreabundante sus gracias para renovar al mundo y transformarlo en un hábitat que represente el preámbulo de la Ciudad Santa. Una exhortación: ¡Convertíos!, porque la transformación es una opción fundamental por DIOS y su ENVIADO, JESUCRISTO, y un rechazo decidido a servir al pecado que sumerge en la mentira. La premisa anterior es imprescindible para recibir con entusiasmo y agradecimiento el Evangelio, la gran noticia divina: DIOS ama al hombre con amor eterno (Cf. Jr 31,3)
San Pedro, 1Pedro 3, 18-22
Cuando esta carta fue escrita, las persecuciones arreciaban, y la vida de los cristianos estaba en serio peligro. San Pedro con sus palabras mueve a la resistencia pacífica y al ofrecimiento de los sufrimientos al SEÑOR, y de la propia vida, si esto fuera necesario para mantener la Fe. Este contexto se repetirá en los tiempos venideros hasta nuestros días. Los cristianos son perseguidos con saña en distintas partes del planeta, y esta persecución termina con frecuencia con la entrega testimonial de estos hermanos nuestros, a los que debemos la cara más auténtica de la Iglesia de CRISTO.
“CRISTO para llevarnos a DIOS murió una sola vez por los pecados; muerto en la carne, vivificado en el ESPÍRITU” (v.18). “No es más el discípulo que el MAESTRO” (Cf. Mt 10,24), comentó un día JESÚS. “Si a MÍ me persiguieron, también a vosotros; si a MÍ me han llamado Belcebú, también a vosotros” (Cf. Mt 10,25). El sufrimiento de JESÚS tiene un valor redentor y ejemplificador. No es necesario buscar el martirio, pues podría la soberbia disfrazarse de falsa espiritualidad. Los sucesos mismos de la vida actúan como las piedras de molino que trituran el trigo hasta convertirlo en una harina fina. Así puede resultar la vida de cualquier bautizado: las enfermedades, el envejecimiento, los males familiares o de los amigos; las circunstancias sociales y políticas, van realizando una erosión suficiente, que nos aproxima lentamente a la entrega martirial.
“JESUCRISTO, en el ESPÍRITU, fue a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos cuando les esperaba la paciencia de DIOS” (v.19). Es muy posible que el apóstol se refiera en este versículo a las almas de los fallecidos antes de CRISTO, que residían en las estancias espirituales del Seol. El Oficio de Lectura, del Sábado Santo, recoge en su lectura patrística un anónimo de los primeros tiempos, que describe entrañablemente la escena del encuentro de JESÚS el RESUCITADO con Adán y todos los justos que esperaban la hora de la Redención.
La liberación cristiana da comienzo con el Bautismo prefigurado en el diluvio. “El arca fue el medio para continuar con la humanidad en la tierra con la descendencia de las ocho personas salvadas de la gran purificación en los días de Noé, fueron salvadas a través del agua. Esto corresponde al Bautismo que os salva” (v.20-21)
El Bautismo es para obtener una buena conciencia inspirada por los dones del ESPÍRITU, que nos haga llevar una vida acorde con la vocación a la que hemos sido llamados desde siempre según el Plan de DIOS. El Bautismo no es para la mundanidad, sino para reconocernos hijos de DIOS y llevar una vida según su voluntad. Gracias a la Resurrección de JESUCRISTO nos vienen todas las gracias del Cielo, porque “gracia tras gracia nos viene por JESUCRISTO” (Cf. Jn 1,16).”ÉL que habiendo ido al Cielo está sentado a la derecha del PADRE, y le han quedado sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades” (v.22). “Es JESUCRISTO el que con su sangre ha comprado para DIOS hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación” (Cf. Ap 5,9). JESÚS está a la diestra del PADRE, porque con su Amor misericordioso ha vencido al mal y lo ha clavado en la Cruz. El RESUCITADO mostrará eternamente sus llagas como fuente de Gracia y Redención.
Pablo Garrido Sánchez