Una Iglesia que abre las puertas
La de hace 20 años es una fecha lejana, pero sigue siendo relevante hoy en día. “El mundo- dijo el Papa Wojtyla durante el Consistorio de 2001- se hace cada vez más complejo y mudable, y la viva conciencia de las discrepancias existentes produce o aumenta las contradicciones y los desequilibrios”. Ese mundo, al igual que el actual, sacudido por la pandemia y la cultura del despilfarro denunciada reiteradamente por el Papa Francisco, está necesitado de amor. Tiene sed de “un corazón – escribe el Arzobispo de Buenos Aires en su mensaje del 28 de marzo de 2001 dirigido a las comunidades educativas – que recibe, que abre puertas», para una «la sanación de la persona humana por el amor hospitalario». Su corazón late por la humanidad herida y descartada, por una humanidad que puede ser acogida por una Iglesia que es «un hospital de campaña». Y también por una «Iglesia pobre para los pobres». Cuando el 28 de febrero de 1998 Jorge Mario Bergoglio -nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires en el seno de una familia de emigrantes piamonteses- fue nombrado arzobispo de la capital argentina, eligió vivir en un apartamento y prepararse la cena. «Mi gente», dijo una vez para explicar esta elección, «es pobre y yo soy uno de ellos».
Un corazón que acoge
Como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio piensa en un programa misionero centrado en la comunión y la evangelización. Este proyecto tiene cuatro objetivos principales: comunidades abiertas y fraternas, protagonismo de un laicado consciente, evangelización dirigida a todos los habitantes de la ciudad, asistencia a los pobres y a los enfermos. Ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, cuatro días antes de cumplir 33 años, siempre indicó a sus sacerdotes el camino de la misericordia, las puertas abiertas y la compasión. Cuando subió al solio de Pedro, mantuvo el escudo que había elegido desde su consagración episcopal: «miserando atque eligendo». La misericordia tiene un significado especial en su itinerario espiritual. En la fiesta de San Mateo de 1953, el joven Jorge Bergoglio experimentó, a los 17 años, de manera muy especial, la presencia amorosa de Dios en su vida. Ese día, sintió que su corazón fue tocado. Sintió el descenso de la misericordia de Dios que le llamaba a la vida religiosa siguiendo el ejemplo de San Ignacio de Loyola. Y el 11 de marzo de 1958 entró, como novicio, en la Compañía de Jesús.
En los años en que Jorge Mario Bergoglio fue arzobispo de Buenos Aires, fue una figura destacada en todo el continente latinoamericano. Un pastor muy querido en su diócesis, que recorre a lo largo y a lo ancho, también en metro y autobús. Antes de partir a Roma para el Consistorio del 21 de febrero de 2001, no se compró un traje nuevo, sino que hizo arreglar el de su predecesor, Antonio Quarracino, fallecido en 1998. El Papa Juan Pablo II le confió el título de cardenal de la iglesia romana de San Roberto Belarmino, santo jesuita y Doctor de la Iglesia.
De Buenos Aires a Roma…
Navegando entre las homilías y los discursos pronunciados por el cardenal Jorge Mario Bergoglio, uno se encuentra con temas y reflexiones que también están en el centro de su pontificado. En la Vigilia Pascual del 15 de abril de 2001, el Arzobispo de Buenos Aires destacó que «estamos viviendo una situación en que necesitamos mucha memoria». Por tanto, hay que «recordar, traer en el corazón la gran reserva espiritual de nuestro pueblo». Palabras que enlazan con la invitación, expresada varias veces durante el pontificado, a reforzar el sentido de pertenencia al pueblo, a «tener memoria del pueblo de Dios». En una carta dirigida a los catequistas, publicada en agosto de 2002, el cardenal Jorge Mario Bergoglio cita al santo que será fuente de inspiración para su pontificado. “Adorar – escribe en la carta – es acercarnos a la unidad, es descubrirnos hijos de un mismo Padre, miembros de una sola familia, es como lo descubrió San Francisco: cantar las alabanzas unidos a toda la creación y a todos los hombres”.
Inclusión o exclusión
En 2003, con motivo de la celebración del Te Deum, el Primado de Argentina subrayó que estamos llamados a rechazar lo que él, como Pontífice, definiría en varias ocasiones como «cultura del descarte». “La inclusión o la exclusión del herido al costado del camino – dijo el 25 de mayo de ese año – define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Todos enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo”. Custodiar es uno de los verbos con los que se puede declinar el Pontificado del Papa Francisco. El 25 de marzo de 2004, día en que se celebra el Día del Niño por Nacer, el Arzobispo de Buenos Aires expresa el deseo de que la Virgen María » haga crecer en nuestros corazones actitudes de ternura, de esperanza, y de paciencia para custodiar toda vida humana, especialmente la más frágil, la más marginada, la que menos puede defenderse”.
Más allá de las desigualdades por una auténtica fraternidad
Entre las heridas que Bergoglio denunció varias veces como cardenal, y luego como Papa, están las de la pobreza y la injusticia. En 2007, en su intervención en la Conferencia de Aparecida, denunció desequilibrios cada vez más profundos: Esta globalización, como ideología económica y social, – dijo – ha afectado negativamente a nuestros sectores más pobres. “El poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas.». En 2008, al reflexionar sobre el tema «Cultura y religiosidad popular», el Arzobispo de Buenos Aires destacó que avanza una «cultura de la muerte». Entre los signos más evidentes de esta cultura están el aumento de la pobreza y la concentración de la riqueza. Pero también la contaminación ambiental, como recuerda varias veces la encíclica Laudato si’. Otro rasgo distintivo del pontificado del Papa Francisco está relacionado con el concepto de fraternidad, en el centro de la encíclica Fratelli tutti. «La fraternidad en el amor como la vivió Jesús -dijo el cardenal Bergoglio el 25 de mayo de 2011 en la celebración del Te Deum-, nos alivia, hace el yugo suave. (…) Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón”.
Su última homilía como cardenal
Antes de partir a Roma, para el cónclave de 2013, el arzobispo de Buenos Aires preparó una homilía que pensaba pronunciar el 28 de marzo de 2013, con motivo de la Misa Crismal. Pero el 13 de marzo de ese año ascendió al trono de Pedro. El texto de la homilía, no pronunciado, gira en torno a un concepto fundamental: la misión de la Iglesia en las periferias. Es en las periferias -se lee en el texto- » hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora». El camino indicado es, por tanto, el de una Iglesia en salida. Y la de «un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros». Como recuerda el Papa Francisco el 13 de marzo de 2013 en su primer saludo como Pontífice.
Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano.