“Los laicos…tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia” (CIC n. 900).
Los nuevos tiempos exigen que el mensaje cristiano llegue al hombre de hoy mediante nuevos métodos de apostolado, y que sea expresado en lenguaje y formas accesibles al “hombre del hoy”, necesitado de Cristo y sediento del Evangelio: ¿Cómo hacer accesible, penetrante, válida y profunda la respuesta al joven , al niño, a la familia, al anciano y los matrimonios, sin alterar o modificar en nada el contenido del mensaje evangélico?, ¿cómo llegar al corazón de la cultura que queremos evangelizar?, ¿cómo hablar de Dios en un mundo en el que está presente y creciente la secularización? Estas incisivas preguntas nos interpelan hoy, diría incluso que, con una mayor intensidad, porque los desafíos actuales son más acuciantes y demandantes.
La Iglesia hace hincapié en la participación plena y activa de los fieles laicos en la vida de la Iglesia, que se fundamenta en el sacramento del Bautismo, del cual deriva una radical igualdad de todos los fieles. Los fieles laicos concurren en la única misión de toda la Iglesia desde su propia condición.
El mensaje evangélico debe ser llevado por los fieles laicos a todos los ámbitos de la sociedad. Existen algunos campos que requieren una urgente atención, como son: la promoción de la dignidad de la persona a todos los niveles, la defensa de la vida humana desde el momento de su concepción hasta la muerte natural, la tutela de la familia fundada en el matrimonio, entre un hombre y una mujer, la salvaguardia de la libertad religiosa, la libertad de educación y la caridad hacia el prójimo, la vida política, económica y social, la creación y transmisión de la cultura auténtica, los medios de comunicación, y demás.
Ante esta tarea colosal que tienen los laicos comprometidos que pertenecen a, algún grupo o asociación, movimiento y/o pastoral dentro de la iglesia. Quiero referirme a la la comunidad “Nueva Jerusalén” que, por gracia, Dios la ha formado desde hace 45 años y se encuentra insertada en la parroquia de Nuestro Señor del Calvario de la ciudad de Xalapa, Veracruz. En ella militan jóvenes, niños, adolescente, matrimonios, señoras y señores de todas edades, somos familia, su estructura nos ha permitido responder a las necesidades que demandan en la formación integral, esta se ha realizado en diferentes áreas: Humana, Espiritual, Intelectual, Comunitaria y Pastoral. Hemos asumido el reto de contribuir a la salvación de las almas de los integrantes por medio de la formación en la fe, planes espirituales, así como aceptar el mandato misionero de nuestro Señor Jesucristo de “ir por todo el mundo y anunciar el evangelio” valiéndonos de la creatividad o carismas de los hermanos, por medio del canto, oraciones, obras de teatro Programas de Evangelización. Hoy con toda esta realidad del confinamiento seguimos anunciando a Cristo Nuestro Señor por diferentes medios o areópagos como decía San Pablo.
Desearía exponer algunos desafíos que la nueva evangelización presenta a los fieles laicos. Ellos, nosotros estámos llamados a transmitir la fe, del mismo modo que los sacerdotes y los religiosos. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” Es el encuentro y la amistad profunda con Cristo, que no es un personaje de la historia, sino el hijo de Dios vivo, el que transforma la vida del cristiano y le abre perspectivas insospechadas de trato con Dios, guiado por la vida de la gracia. Esta relación con Jesucristo debe ser vivida en la Iglesia y alimentada con la Eucaristía.
En segundo lugar, conviene proponer de nuevo con convicción a los fieles laicos la santidad como nivel alto de la vida cristiana ordinaria, cada fiel debe encontrar el itinerario adecuado con la ayuda de Dios y la mediación de la Iglesia. Sólo el que aspira a ser santo de veras puede ser un verdadero apóstol. En este itinerario, conviene considerar el mundo como una realidad positiva, porque ha salido de las manos de Dios, y redescubrir la vocación propia de los fieles laicos, llamados a buscar la santidad en el mundo y a llevar el mundo a Dios.
Por: Ruan Angel Badillo