El Papa Francisco recibió esta mañana en Audiencia al Cuerpo Diplomático de la Santa Sede. El encuentro, que estaba previsto inicialmente para el pasado 25de enero tuvo lugar en el Aula de las Bendiciones, para respetar la exigencia de un mayor distanciamiento personal. Al iniciar su discurso agradeció al Decano, el Embajador de Chipre, Su Excelencia el Ser. Geroge Poulides, por sus amables palabras, y también agradeció la comprensión y la paciencia por la cancelación de la cita del pasado enero. A pesar de la distancia física, el encuentro de hoy, “simboliza”, dijo Francisco”, un signo de cercanía, de proximidad y de apoyo mutuo a los que la familia de naciones debe aspirar: “nuestro encuentro de hoy quiere ser una señal esperanzadora en ese sentido”, dijo.
En este tiempo de pandemia, este deber es aún más apremiante porque está claro para todos que el virus no conoce barreras ni puede ser fácilmente aislado. Derrotarlo es, por lo tanto, una responsabilidad que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente, como también a nuestros países.
Diálogo interreligioso, importante en el encuentro entre pueblos y culturas.
Manifestó, asimismo, su voluntad de reanudar los viajes apostólicos, comenzando por el de Irak, previsto para el próximo mes de marzo. Viajes que constituyen, “un aspecto importante de la solicitud del Sucesor de Pedro por el Pueblo de Dios extendido por todo el mundo, así como del diálogo de la Santa Sede con los Estados”, y que “suelen ser una oportunidad favorable para profundizar, en un espíritu de intercambio y diálogo, la relación entre las diferentes religiones”.
En nuestra época, el diálogo interreligioso es un componente importante en el encuentro entre pueblos y culturas. Cuando se entiende no como una renuncia a la propia identidad, sino como una oportunidad para un mayor conocimiento y enriquecimiento mutuo, este constituye una buena ocasión para los líderes religiosos y para los fieles de las diversas confesiones, y puede apoyar los esfuerzos de los líderes políticos en su responsabilidad de construir el bien común.
De igual importancia son “los acuerdos internacionales que permiten profundizar los lazos de confianza mutua y posibilitan a la Iglesia cooperar más eficazmente al bienestar espiritual y social de sus países”. Un camino iniciado, “de carácter esencialmente pastoral”, que la Santa Sede espera que continúe, “en un espíritu de respeto y confianza recíproca, contribuyendo aún más a la resoluciones de cuestiones de interés común”.
Las crisis de este año.
Tras hacer una breve reflexión sobre el año que acaba de terminar, “que ha dejado tras de sí una carga de miedo, desánimo y desesperación, junto con muchos lutos”, el Papa Francisco se centró en algunas de las crisis causadas o manifestadas por la pandemia, con el fin de examinar a la vez “las oportunidades que de ellas se derivan para construir un mundo más humano, justo, solidario y pacífico”.
Cada vez más legislaciones se distancian de la protección de la vida.
“La pandemia – dijo el Papa – nos ha puesto con gran fuerza frente a dos dimensiones ineludibles de la existencia humana: la enfermedad y la muerte. Precisamente por esta razón, nos recuerda el valor de la vida, de cada vida humana y de su dignidad, en todo momento de su itinerario terrenal, desde la concepción en el seno materno hasta su conclusión natural.
Desafortunadamente, duele constatar que, con el pretexto de garantizar supuestos derechos subjetivos, un número cada vez mayor de legislaciones de todo el mundo parecen distanciarse del deber esencial de proteger la vida humana en todas sus etapas.
Asimismo, “la pandemia nos recuerda también el derecho al cuidado, que es prerrogativa de todo ser humano”. Si se suprime el derecho a la vida de los más débiles, – preguntó – ¿cómo se podrán garantizar efectivamente todos los demás derechos?
Estados contribuyan a asegurar distribución equitativa de las vacunas.
De ahí que el Papa a los embajadores renovase su llamado para que se le ofrezca “a cada persona humana el cuidado y la asistencia que necesita”. Es esencial – subrayó – que todos los que tienen responsabilidades políticas y de gobierno se esfuercen para favorecer, antes que nada, el acceso universal a la atención sanitaria básica, […] como esencial es que “los importantes progresos médicos y científicos realizados a lo largo de los años, que han permitido sintetizar en un brevísimo espacio de tiempo vacunas que se perfilan eficaces contra el coronavirus, beneficien a toda la humanidad”.
Por consiguiente, exhorto a todos los Estados a que contribuyan activamente a las iniciativas internacionales destinadas a asegurar la distribución equitativa de las vacunas, no según criterios puramente económicos, sino teniendo en cuenta las necesidades de todos, en particular las de las poblaciones menos favorecidas.
También nuestro planeta está enfermo.
“No es sólo el ser humano el que está enfermo, sino que lo está además nuestro planeta tierra”: a partir de esta afirmación, el Sumo Pontífice marcó las diferencias entre la crisis sanitaria provocada por la pandemia y aquella ecológica, causada por la explotación indiscriminada de los recursos naturales: “esta última tiene una dimensión mucho más compleja y permanente, y requiere soluciones compartidas a largo plazo”, afirmó.
De hecho, los efectos del cambio climático, por ejemplo, ya sean directos, como los fenómenos meteorológicos extremos, entre los que están las inundaciones y las sequías, o los indirectos, como la desnutrición o las enfermedades respiratorias, suelen tener consecuencias que duran mucho tiempo.
Según el Papa, la solución de estas crisis requiere la colaboración internacional en el cuidado de nuestra casa común, por eso manifestó su esperanza de que la próxima “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP26), programada en Glasgow” para noviembre, “permita llegar a un acuerdo efectivo para afrontar las consecuencias del cambio climático”.
Este es el momento de actuar, pues estamos ya advirtiendo los efectos de una prolongada inacción.
Urge que autoridades de Sudán del Sur superen malentendidos.
El pensamiento del Papa va a las repercusiones del clima – incendios, inundadciones, etc.- en diversas partes del mundo que han obligado a comunidades enteras a desplazarse, “perdiendo su identidad y cultura”, a las víctimas, y a todas las familias que han quedado sin medios de subsistencia, y que han agravado la inseguridad alimentaria en particular en algunos países del cuerno de África. Es particular la atención que el Papa dirige a la situación en Sudán del Sur, donde además del riesgo de carestía, persiste una grave emergencia humanitaria: “más de un millón de niños padecen deficiencias nutricionales, mientras que los corredores humanitarios suelen ser a menudo obstruidos y la presencia de organizaciones humanitarias en la zona se ve limitada”.
Para hacer frente a esta situación, es más urgente que nunca que las autoridades de Sudán del Sur superen los malentendidos y prosigan el diálogo político para lograr una plena reconciliación nacional.
Crisis económica y social.
Refiriéndose luego a las medidas restrictivas tomadas por los gobiernos para contener el coronavirus, y a las graves repercusiones para la economía, que ha pesado especialmente en las pequeñas y medianas empresas afectando de modo particular a los más débiles, observó la “otra enfermedad” que afecta actualmente: la de una economía basada en la explotación y el descarte tanto de las personas como de los recursos naturales.
Con demasiada frecuencia, nos hemos olvidado de la solidaridad y los otros valores que permiten que la economía esté al servicio del desarrollo humano integral, y no de intereses particulares, y se ha perdido de vista el valor social de la actividad económica y el destino universal de los bienes y recursos.
La crisis actual es, por tanto, – afirmó Francisco – una ocasión propicia para replantear la relación entre la persona y la economía.
Hoy menos que nunca podemos pensar en valernos por nosotros mismos. Se necesitan iniciativas conjuntas y compartidas, incluso a nivel internacional, especialmente para apoyar el empleo y proteger a los sectores más pobres de la población.
Repercusiones de la crisis en el sector informal.
Particular y relevante es la atención del Santo Padre a las muchas personas en el mundo que trabajan en los sectores informales, quienes fueron “los primeros en ver desaparecer sus medios de subsistencia”:
Al vivir fuera de los márgenes de la economía formal, ni siquiera tienen acceso a los amortiguadores sociales, incluidos el seguro de desempleo y la asistencia sanitaria. Así pues, empujados por la desesperación, muchos han buscado otras formas de ingresos, exponiéndose a la explotación mediante el trabajo ilegal o forzado, la prostitución y diversas actividades delictivas, incluida la trata de personas.
De ahí la necesidad, manifestada a los embajadores por el Papa, para que “se asegure a todos la estabilidad económica para evitar la lacra de la explotación y combatir la usura y la corrupción que afligen a muchos países del mundo, y muchas otras injusticias que se cometen cada día ante los ojos cansados y distraídos de nuestra sociedad contemporánea”.
No falta la mención de las consecuencias de la alienación a causa del tiempo pasado frente a las computadores y otros medios de comunicación, con graves consecuencias para los más vulnerables, presas fáciles “del cibercrimen”, en sus aspectos más deshumanizantes: “desde el fraude hasta la trata de personas, la explotación de la prostitución, incluida la de menores, y la pornografía infantil”. Tampoco está ausente la acentuación de las diversas emergencias humanitarias causadas por el cierre de las fronteras a causa de la pandemia, junto con la crisis económica, “tanto en las zonas de conflicto como en las regiones afectadas por el cambio climático y la sequía, al igual que en los campos para refugiados y migrantes”, con la mención del pontífice de las zonas afectadas.
Santa Sede espera relajación de las sanciones económicas.
La Santa Sede, afirma luego Francisco, refiriéndose a las sanciones económicas que repercuten en los sectores más débiles de la población, más que en los responsables políticos, “aun comprendiendo la lógica de las sanciones”, “no ve su eficacia y espera su relajación”, “para favorecer el flujo de ayudas humanitarias, sobre todo de medicamentos e instrumentos sanitarios, sumamente necesarios en este tiempo de pandemia”. Por otra parte, se espera que la “coyuntura que estamos atravesando sea igualmente un estímulo para condonar, o por lo menos reducir, la deuda que recae sobre los países más pobres y que de hecho impide la recuperación y el pleno desarrollo”.
Urgente erradicar las causas que obligan a emigrar.
El aumento de los migrantes que a causa del cierre de fronteras tuvieron que acudir a itinerarios cada vez más peligrosos, con el incremento de las expulsiones ilegales, también fue abordado en el discurso del Papa. Migrantes que “son interceptados y repatriados en campos de acogida y de detención, donde sufren torturas y violaciones de los derechos humanos, cuando no encuentran la muerte atravesando mares y otras fronteras naturales”. Si bien los corredores humanitarios contribuyen a afrontar algunas de las problemáticas, “la magnitud de la crisis hace cada vez más urgente erradicar las causas que obligan a emigrar, como también exige un esfuerzo común para apoyar a los países de primera acogida, que se hacen cargo de la obligación moral de salvar vidas humanas”.
Desde la Segunda guerra mundial el mundo todavía no había asistido a un aumento tan dramático del número de refugiados, como el que vemos hoy. Por tanto, es urgente que se renueve el compromiso por su protección, como también por la de los desplazados internos y de todas las personas vulnerables obligadas a huir de la persecución, de la violencia, de los conflictos y de las guerras.
Crisis de la política, en la raíz de las otras.
“Los temas críticos que hasta ahora he señalado ponen de relieve una crisis mucho más profunda, que de algún modo está en la raíz de las otras, y cuyo dramatismo ha salido a la luz justamente por la pandemia. Es la crisis de la política, que desde hace tiempo está golpeando con violencia muchas sociedades y cuyos efectos devastadores han emergido durante la pandemia”. Así el Papa comienza por referirse a la crisis política, uno de cuyo “factores emblemáticos” es “el crecimiento de las contraposiciones políticas y la dificultad, por no decir la incapacidad, de encontrar soluciones comunes y compartidas a los problemas que aquejan a nuestro planeta”.
Es una tendencia a la que se asiste desde hace mucho tiempo y que se difunde cada vez más incluso en países de antigua tradición democrática. Mantener vivas las realidades democráticas es un desafío de este momento histórico , que afecta profundamente a todos los Estados, sean pequeños o grandes, económicamente avanzados o en vías de desarrollo.
Refiriéndose al golpe de estado la semana pasada en Birmania, el Santo Padre manifiesta su cercanía al pueblo y recuerda que “el proceso democrático requiere que se persiga un camino de diálogo inclusivo, pacífico, constructivo y respetuoso entre todos los miembros de la sociedad civil de cada ciudad y nación”.
El desarrollo de una conciencia democrática exige que se superen los personalismos y prevalezca el respeto del estado de derecho. En efecto, el derecho es el presupuesto indispensable para el ejercicio de todo poder y debe estar garantizado por los órganos competentes, independientemente de los intereses políticos dominantes.
Signos de esperanza.
El Papa ve signos alentadores, como la entrada en vigor, hace algunos días, del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares, así como la prórroga por otros cinco años del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (el llamado Nuevo START) entre la Federación Rusa y los Estados Unidos de América. Y señala que el esfuerzo en el ámbito del desarme y de la no proliferación de los armamentos nucleares, que, “si bien entre dificultades y reticencias, es necesario intensificar”, debería “efectuarse igualmente en lo que se refiere a las armas químicas y a las armas convencionales”.
Fin al conflicto sirio, paz a Tierra Santa.
Finalmente, expresa la exigencia de paz, de esa paz que «no es sólo ausencia de guerra, sino que es vida rica de sentido, configurada y vivida en la realización personal y en el compartir fraterno con los otros», y manifiesta un profundo deseo:
¡Cómo quisiera que el 2021 fuera el año en que se escribiese finalmente la palabra fin al conflicto sirio, que ya hace diez años que comenzó! Para que eso suceda, se necesita un renovado interés también de parte de la Comunidad internacional para afrontar con sinceridad y valentía las causas del conflicto y buscar soluciones por medio de las cuales todos, independientemente de la pertenencia étnica y religiosa, puedan contribuir como ciudadanos al futuro del país.
Su deseo de paz obviamente se dirige también a Tierra Santa: “la confianza recíproca entre israelíes y palestinos debe ser la base para un renovado y decisivo diálogo directo entre las partes que resuelva un conflicto que perdura desde hace demasiado tiempo”, afirma. Del mismo modo, Francisco espera en un renovado compromiso político nacional e internacional para favorecer la estabilidad del Líbano, que está atravesado por una crisis interna y “corre el riesgo de perder su identidad y de encontrarse aún más comprometido por las tensiones regionales”. Para Libia, devastada desde hace mucho tiempo por un conflicto, espera que el reciente “Foro de diálogo político libio”, realizado en Túnez el pasado mes de noviembre “permita efectivamente la puesta en marcha del esperado proceso de reconciliación del país”.
En el final de su discurso manifiesta la preocupación por otras tantas áreas del mundo, como la República Centroafricana, y todas las que afectan en general “a América Latina, que tienen raíces profundas en la desigualdad, las injusticias y la pobreza, que ofenden la dignidad de las personas”. Y pone especial atención al deterioro de las relaciones en la Península coreana, así como a la situación en el Cáucaso meridional.
La plaga del terrorismo.
Francisco no puede olvidar “otra grave plaga de nuestro tiempo”: el terrorismo, que cada año se cobra numerosas víctimas en todo el mundo entre la población civil indefensa. Así, se refiere de modo particular al terrorismo que afecta sobre todo al África subsahariana, pero también en Asia y en Europa. Y destaca que con frecuencia, objetivo de ataques son los lugares de culto: la protección de los lugares de culto – afirma – es una consecuencia directa de la defensa de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, y es un deber para las autoridades civiles, independientemente de la tendencia política o de la pertenencia religiosa.
La «catástrofe educativa».
El Papa no oculta que la pandemia ha provocado un profundo malestar entre los jóvenes, que se han visto obligados a aislarse y algunos aún más marginados por su falta de acceso a plataformas educativas. Un retraso también desde el punto de vista del desarrollo pedagógico. Es necesario relanzar el Pacto Mundial por la Educación:
Asistimos a una suerte de “catástrofe educativa”, ante la que no podemos permanecer inertes, por el bien de las generaciones futuras y de la sociedad en su conjunto. «Hoy es necesario un nuevo periodo de compromiso educativo, que involucre a todos los componentes de la sociedad», porque la educación es «el antídoto natural de la cultura individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de la indiferencia. Nuestro futuro no puede ser la división, el empobrecimiento de las facultades de pensamiento e imaginación, de escucha, de diálogo y de comprensión mutua».
En el aislamiento, algunas familias se han reunido, otras se han distanciado, y en varios casos ha estallado la violencia contra las mujeres; las víctimas -dice el Papa- deben ser apoyadas y es tarea de las autoridades públicas y civiles.
Libertad de religión.
La pandemia ha limitado también la dimensión del culto y de las actividades educativas y caritativas, pero -subraya Francisco- la dimensión religiosa constituye un aspecto fundamental de la personalidad humana y de la sociedad, que no puede ser borrado. «La libertad de culto – asevera – no constituye un corolario de la libertad de reunión, sino que deriva esencialmente del derecho a la libertad religiosa, que es el primer y fundamental derecho humano. Por eso es necesario que sea respetada, protegida y defendida por las autoridades civiles, como la salud y la integridad física. Además, un buen cuidado del cuerpo nunca puede prescindir del cuidado del alma».
Por último, el Pontífice dirige un afectuoso pensamiento a Italia, el primer país de Europa duramente afectado por la pandemia, exhortando a sus ciudadanos a no dejarse abatir por las dificultades, «sino a trabajar juntos para construir una sociedad en la que nadie sea descartado u olvidado».
El año de la fraternidad.
El Papa Francisco concluye su discurso con una invitación a buscar nuevos caminos de solidaridad y comunión para toda la familia humana:
El 2021 es un tiempo que debemos aprovechar. Y no será desaprovechado en la medida en que sepamos colaborar con generosidad y esfuerzo. En este sentido considero que la fraternidad es el verdadero remedio a la pandemia y a muchos males que nos han golpeado. Fraternidad y esperanza son como medicinas que hoy el mundo necesita, junto con las vacunas.
Vatican News.