Moisés como profeta es el puente establecido por DIOS para hacer llegar al Pueblo elegido su voluntad. En este caso se trata de una bendición, que será impartida por Aarón, su hermano, y los hijos, que constituían el primer nivel del sacerdocio en aquellos momentos. La Bendición Aarónica reza así: “El SEÑOR te bendiga y te proteja; ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El SEÑOR se fije en ti y te conceda la Paz”(Cf. Mn 6,24-26).Al comienzo de cada año civil, el día uno de enero, fiesta de MARÍA, Madre de DIOS, la liturgia nos transmite esta bendición, cuya tradición retrocede más de tres mil años en el tiempo. El contenido espiritual de esta bendición está por encima de cualquier motivo de tipo práctico o material. No se asegura en esta bendición, larga vida, abundancia de bienes materiales, numerosa descendencia, grandes éxitos, la victoria contra los enemigos, o cualquier otra cosa que pudiera representar un beneficio inmediato. Por todo ello esta Bendición Aarónica resulta una luminaria de gran altura y luminosidad. Aarón y sus hijos quedan encargados de bendecir al pueblo en nombre de YAHVEH, que se compromete a dar contenido preciso a esas palabras del sacerdote, pues son palabras cargadas con el mismo poder de DIOS.
Una palabra de bien
Sabemos que las palabras no son indiferentes. Un palabra neutra o indiferente marca un grado de desprecio. Las palabras con significado valorativo ayudan en el mismo grado de su sinceridad. Las palabras que expresan sentimientos positivos aportan vida al que las recibe. Las palabras falsamente halagadoras corrompen al que las dice y pueden desorientar al que las recibe. Hay palabras violentas, cargadas de odio, con un alto grado de agresión. Es saludable la palabra que expresan los labios cuando sale de un corazón en armonía. La gama de variantes, que la palabra humana puede adoptar es tan amplia como los sentimientos, intenciones, actitudes y contextos que la hagan posible. DIOS ha querido desde siempre utilizar la palabra humana como vehículo de contacto con los hombres. DIOS siempre bendice y en la trasmisión de una bendición transmitida por el hombre de parte de DIOS, adquiere la palabra humana su máximo rango de perfeccionamiento. La palabra humana aporta la voz audible de un contenido espiritual dado por DIOS mismo. La bendición recibida con verdadera actitud de Fe realiza su acción transformadora, porque DIOS hace lo que dice.
Una bendición para la paz
Algo ocurrió de consecuencias difíciles de medir, pues en la gran variedad del jardín primigenio el hombre conservaba el equilibrio suficiente para que la presencia de DIOS no quedara distorsionada. Cada atardecer suponía un reencuentro esperado. Aquel equilibrio entre todas las realidades que rodeaban al hombre se perdió; pero no desapareció, afortunadamente, la añoranza por contemplar el rostro de DIOS, y el restablecimiento de la paz interior. La diversidad a nuestro alrededor no debiera distraernos del Divino Huésped que va con nosotros, pues “somos templos del ESPIRITU SANTO” (Cf. 1Cor 6,19); pero la experiencia de cada uno se puede expresar con un lamento en la mayoría de los casos. Desde el comienzo del año conviene dar continuidad a la Bendición Aarónica, pues el “favor de DIOS” más grande que la bendición nos puede dar es la emergencia del “Rostro de DIOS” en toda la realidad que nos rodea y hace ser. El deseo ardiente de DIOS pretende atraernos hacia ÉL “con lazos humanos” (Cf. Os 11,4), y devolvernos, aunque sea, a las reminiscencias de un paraíso, que en este mundo es una excepción y una conquista. No podemos renunciar a la “paz del corazón”, porque fuera de ella estamos a la deriva, sin rumbo alguno. ¿Quién nos bendice ahora, quién es el instrumento de DIOS para hacer oír su voz amorosa y poderosa? No es Aarón, sino JESUCRISTO el que imprime en esa expresión humana toda la fuerza del RESUCITADO. Por supuesto, hay que seguir el rastro de la Iglesia para encontrar una bendición que debe ser continua. Los hombres de hoy necesitamos con urgencia volver a reconocer el rostro de DIOS, y alcanzar la paz interior.
La plenitud de los tiempos
“Cuando se cumplió el tiempo, envió a su HIJO, nacido de MUJER, nacido bajo la Ley” (Cf. Gal 4,4). Este versículo deberían leerlo todos los días al levantarse aquellos que viven en la zozobra de las catástrofes apocalípticas y de las pretendidas revelaciones dadas con aspiraciones de cumplimiento universal provenientes, dicen ellos, de la Virgen MARÍA. Los tiempos llegaron a su plenitud con la aparición en el mundo del HIJO de DIOS. La plenitud de los tiempos está en que la perfección querida por DIOS para los hombres se dio en JESUCRISTO; y desde ese momento todos los hombres estamos llamados a participar de dicha perfección o plenitud. Nuevamente es preciso decir, que no es lo mismo “plenitud de los tiempos o “últimos tiempos”, que “fin del mundo o de la historia”, que nosotros los cristianos la hacemos coincidir con la Parusía o Segunda Venida del SEÑOR. Si la plenitud de los tiempos comenzó en el preciso instante, en el que el VERBO de DIOS puso su pie en el mundo, en las entrañas de la Virgen MARÍA; y el objetivo último de DIOS es que todos los hombres, la humanidad, se vaya perfeccionando según el modelo mismo de JESUCRISTO hasta quedar incorporados en ÉL; entonces, a esto todavía le queda un buen trecho por cubrir. ¿Y las grandes tribulaciones? Sí, claro, ¿las que hubo durante estos dos mil años de Cristianismo, o las del presente? Las pestes de la Edad Media dejaban reducida la población hasta el cincuenta por ciento de la misma; y, ahora, echamos las manos a la cabeza por una mortalidad del cinco por ciento en algunos lugares de este sospechoso coronavirus manipulado. Claro está, contabilizamos los muertos que tenemos en los países desarrollados; de los otros no sabemos. ¿Qué es lo que se ha conseguido en estos tiempos?: sembrar el miedo en grados que llega al pánico. Nadie puede negar, a estas alturas, que existe un agente extremadamente contagioso, que puede ser letal; pero no se puede equiparar lo que estamos viviendo a lo sucedido en siglos pasados. Los tiempos son recios, tienen sus grandes dificultades, y son superables con la ayuda de DIOS, como lo fueron otros en el pasado. Me imagino que DIOS quiera sacar un rendimiento mayor a la empresa eterna de la Encarnación de su HIJO, pues hasta ahora puede ser que el balance sea magro, o incluso estemos en un claro déficit. DIOS tiene recursos desconocidos para los catastrofistas y para los mundialistas, pues este mundo no les pertenece en absoluto.
El rostro de DIOS se hace visible en JESUCRISTO
Lo dice la carta a los Colosenses: “ÉL es la imagen visible del DIOS invisible” (Cf. Col 1,15), y gracias a que “los cielos se rasgaron” (Cf. Is 64,1), y bajó el SALVADOR, nosotros podemos reconocer visiblemente el rostro invisible de DIOS: “quien me ha visto a MÍ ha visto al PADRE” (Cf. Jn 14,9). Ahora CRISTO vive en nosotros por el ESPÍRITU SANTO, por lo que su Palabra cobra cuerpo en nosotros y somos regenerados por su acción misteriosa. No debemos olvidar estas grandes acciones de DIOS que ocurren sin espectacularidad alguna, pero son vitales para los tiempos que corren. El presumible silencio de DIOS es sólo aparente, y ÉL no deja abandonados a su suerte a los hijos que tan caro costó redimir. Los tiempos son recios y en determinado momento habrá que apretar los dientes, ceñir la cintura y mantener encendida la lámpara (Cf. Lc 12,35) de la clara conciencia: JESUCRISTO es el SEÑOR; y, por tanto, ÉL sí lo tiene todo bajo control, incluso el “The Economit”.
Santa MARÍA, Madre de DIOS
Con este título rezamos el Santo Rosario, porque nos hacemos eco de lo proclamado con solemnidad en el Concilio de Efeso (431). Los tiempos se hicieron plenos porque la humanidad llegó a su cumbre en JESUCRISTO, que franqueó el paso a través de la misma humanidad de MARÍA. ELLA permanecerá unida al MISTERIO de forma inexplicable, pero no se puede hacer con la figura de MARÍA una cristología sustitutoria como pretenden algunos, a veces con buena intención. MARÍA no está en la vida intratrinitaria, aunque su lugar de preeminencia sea muy superior a la de criatura alguna por el hecho de la Encarnación. MARÍA es la puerta de entrada del VERBO y su papel intercesor es único. Al comienzo del año celebramos su maternidad, indicando que nos disponemos a recibir las gracias que su intercesión reclame todos los días de este tiempo de Gracia. Hay que desconfiar de las apariciones marianas, en las que la VIRGEN viene reclamando títulos según los videntes de turno. No fue así el caso de Lourdes, Fátima o Garabandal, en España. En Lourdes la VIRGEN se presentó como la Inmaculada Concepción, que hacía poco tiempo había sido proclamada así por Pio IX; en Fátima se presenta la VIRGEN como “Nuestra Señora del Rosario”; y en Garabandal la advocación elegida es el de “La Virgen del Carmen”. En otro momento comentaremos alguna cosa en torno al mensaje dado en Garabandal, e impreciso cumplimiento.
La Gloria de DIOS cambia su ubicación
La nube que cubrió el Sinaí era la cara visible de la Gloria de DIOS manifestándose al Pueblo (Cf. Ex 24,16). Una vez construida la Tienda del Encuentro, en el tránsito por el desierto, también la Gloria de YAHVEH se hacía presente de modo visible por la columna de nube (Cf. Ex 33,9; 40,34). Salomón construye el Templo y la Gloria de DIOS preside el santuario. El libro del Eclesiástico, en la primera lectura de este domingo, confirma esta Presencia del SEÑOR con rasgos que se aproximan a lo que Juan relata en el Prólogo de su evangelio. DIOS fue preparando las mentes y los corazones de los creyentes a lo largo de los siglos con vistas a la ENCARNACIÓN. El texto del libro del Eclesiástico manifiesta un alto grado de revelación, unos ciento cincuenta años antes de la aparición de JESUCRISTO: “Pon tu tienda en Jacob, en la heredad de Israel. Antes de los siglos existo y por siempre subsistiré. En Síon me he afirmado y he arraigado en un Pueblo glorioso, en la porción del SEÑOR” (Cf. Eclo 24,9-12). En este texto del Eclesiástico, la Gloria de DIOS está sustituida por la Sabiduría, que es descrita con rasgos que se aproximan al Prólogo del evangelio de san Juan. Todos estos aspectos no son menores a la hora de comprobar la conexión interna de la Palabra de DIOS que atestigua los hechos de la Revelación hecha por DIOS a los hombres. Los versículos del trece al dieciséis, hacen el eco de los anteriores de una forma poética, que recuerdan el Cantar de los Cantares. Dice el Eclesiástico:”como cedro me he elevado en el Líbano, como ciprés en el monte del Hermón. Como palmera me he elevado en Engadí, como plantel de rosas en Jericó, como gallardo olivo en la llanura, como plátano me he elevado. Cual cinamomo y aspálato aromático he dado fragancia, cual mirra exquisita he dado buen olor, como gálbano y ónice y estacte, como nube de incienso en la tienda, cual terebinto he alargado mis ramas, y ramas son ramas de gloria y de gracia”
El NIÑO de Belén
A los pastores se les anunció el nacimiento del SALVADOR, del MESÍAS, del SEÑOR (Cf. Lc 2,8-11). El anciano Simeón movido por el ESPÍRITU SANTO en todo momento reconoció al SALVADOR (Cf. Lc 2,27). San Juan nos lleva en su Prólogo del evangelio a los estadios eternos en los que el VERBO venido a la humanidad de JESÚS de Nazaret es DIOS junto al PADRE desde siempre en su condición de HIJO. A quien nosotros celebramos en estas fechas es al DIOS, que se ha hecho hombre. Nunca agotaremos esta gran verdad, pero no por eso hemos de ceder a desconsideración. DIOS siempre será para las criaturas ALGUIEN inabarcable, pero gracias a esta infinitud tenemos nosotros la razón de ser. Confesamos a un DIOS que es inagotable en todo, y de forma especial en el AMOR, que marca su esencia, como nos dice san Juan en su carta: “DIOS es AMOR” (Cf. 1Jn 4,8). Desde siempre la paternidad y la filiación en DIOS se relacionan en el AMOR que desborda y une al PADRE y al HIJO por la presencia del ESPÍRITU SANTO en la relación. Nadie puede entrar ahí, y sólo sabemos algo de todo ello porque DIOS ha salido de SÍ MISMO. Un día el AMOR desbordante de DIOS comenzó una Creación con la que decidió ligarse de forma extraordinaria. En un principio, la Creación fue como el trabajo del alfarero con el barro, imagen muy utilizada en la Escritura; pero todo el grandioso cosmos estaba siendo preparado, para que el CREADOR se hiciese criatura limitada, en un alarde de AMOR. DIOS mediante la Encarnación y posterior proceso de manifestación quiso revelar su vida e íntima condición. Hemos sabido, entonces, que DIOS es TRINIDAD, y desde siempre el PADRE y el HIJO estaban de acuerdo en compartir su MISTERIO íntimo con otras criaturas, hasta donde eso fuera posible, porque por eternidad de eternidades DIOS será siempre más grande dándose y revelándose a sus hijos. El NIÑO nacido en Belén es la muestra próxima de la forma desconcertante, que DIOS tiene de hablar y revelarse: “la PALABRA se hizo carne y acampó entre nosotros” (Cf. Jn 1,18).
Prólogo del evangelio de san Juan, 1, 1-18
“A DIOS nadie lo ha visto jamás: el HIJO único, que estaba en el seno del PADRE es quien nos lo ha dado a conocer” (v.18). Así concluye este texto, que preside la Liturgia de la Palabra de este domingo. Lo que los profetas anunciaron fue la revelación de una palabra preparatoria a la manifestación del VERBO: “de muchas formas habló DIOS en otros tiempos a los hombres por los profetas. Llegada la plenitud de los tiempos nos ha hablado por su HIJO” (Cf. Hb 1,1). Las visiones acompañaron la misión profética, pero nunca el rostro íntimo de DIOS, pues “nadie puede ver mi rostro sin morir” (Cf. Ex 33,20), le dice el SEÑOR a Moisés.
Una profesión de Fe
A partir del conocimiento de JESUCRISTO y su predicación, las comunidades ligadas al evangelista san Juan fueron estableciendo esta confesión de Fe, que constituye el Prólogo. Al mismo tiempo en este texto se condensan las líneas maestras del evangelio.
“En el principio existía la PALABRA, y la PALABRA estaba junto a DIOS, y la PALABRA era DIOS. ELLA estaba en el principio con DIOS “ (v.1-2). El versículo dos esclarece lo que se quiere decir con “estar en el principio”, que nos recuerda el comienzo de la Biblia y el inicio de la Creación. Podríamos decir: “en el principio cuando se inicia la Creación el VERBO ya está en ese momento, porque ÉL es coeterno con el PADRE”. Se esclarece la inseparabilidad del PADRE y del HIJO en la Creación, que se inicia “en el principio”. El PADRE y el HIJO tienen el mismo rango de eternidad conforme a la naturaleza divina que los identifica.
“La PALABRA estaba junto a DIOS” Será difícil encontrar el término que ajuste el modo de estar de la PALABRA con el PADRE; pero tenemos que hacer un esfuerzo por evitar la actitud hierática del HIJO con respecto al PADRE. La manera de estar del HIJO con respecto al PADRE viene a corresponder a la mirada del PADRE hacia el HIJO: “Este es mi HIJO amado” (Cf. Mt 3,7). En el Bautismo de JESÚS o en la transfiguración, la palabra del PADRE fue idéntica: “este es mi HIJO amado”. De la misma forma el HIJO se dispone hacia el PADRE : ¡ABBA! (Cf. Mc 14,36). Estas manifestaciones recogidas en los evangelios son un reflejo de las relaciones íntimas entre el PADRE y el HIJO en su vida intratrinitaria desde siempre.
“Todo se hizo por ELLA, y sin ELLA no se hizo nada de cuanto existe” ( (v.3). Este versículo nos recuerda de forma inmediata el primer relato de la Creación (Cf. Gen 1, 1-2,4) en el que cada acto creador se inicia con la palabra de poder, “dijo DIOS”- Al mandato de dominar la tierra y someterla” (Cf. Gen 1,28) del primer relato, sigue la potestad del hombre de conocer y nombrar adecuadamente a cada una de las criaturas que el SEÑOR le dio como ayuda (Cf. Gen 2,19). También el hombre desde el principio gozaba de una capacidad en armonía con todas las cosas, que provenía de la PALABRA en su raíz. Tanto la Creación como la colaboración del hombre en la misma deriva en último término de la PALABRA. Tras la semejanza del hombre alcanzamos a su autor. Los especialistas siguen debatiendo si es primero el pensamiento o la expresión verbal del mismo, ¿no encontramos en estos una metáfora de la coexistencia eterna del PADRE y del HIJO? El pensamiento o Plan de DIOS se ejecutó por su VERBO, pues sin ÉL no existe nada de lo que ha sido hecho”.
“En la PALABRA estaba la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (v.4-5). El binomio Vida y Luz, viene a restaurar el binomio primigenio, árbol de la vida y árbol de la ciencia del bien y del mal. El VERBO encarnado representa la verdadera Vida para los hombres: “YO SOY el PAN vivo bajado del Cielo, que da la Vida al mundo” (Cf. Jn 6,51). Sin esta Vida que ofrece JESUCRISTO el hombre en realidad está muerto, porque se cierra a la eternidad con DIOS: “De la misma forma que YO vivo por el PADRE, aquel que me coma vivirá por MÍ” (Cf. Jn 6,57). En el VERBO encarnado esta el nuevo árbol de la Vida, que resplandece en el árbol de la Cruz. El otro árbol plantado en medio del paraíso era el de la ciencia del bien y del mal. La conciencia del hombre sufrió una alteración profunda hasta el punto de resultar insuficiente la Ley Natural mantenida en el Decálogo: sin la acción de la Gracia el hombre no encuentra el criterio adecuado para un justo discernimiento.: “JESÚS es el Camino, la Verdad y la Vida” (Cf. Jn 14,6); de tal manera que el retorno al PADRE sólo es posible bajo la guía proporcionada por JESÚS. La Verdad de JESUCRISTO deriva de ÉL mismo que es el VERDADERO. La oposición a la Verdad de JESUCRISTO está en la gran mentira cuya fuente es el Mentiroso, o “padre de la mentira desde el principio” (Cf. Jn 8,44). Como en el primer día de la Creación, JESÚS viene a establecer una diferencia definitiva entre la luz y las tinieblas, que han de ser separadas (Cf. Gen 1,4). Efectivamente, “la LUZ brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (v.5). El poder discriminador de la Luz se ha iniciado en la vida de los hombres, pero aún no llegó a completarse. Estamos en el tiempo del cumplimiento, en el que se va aplicando lo realizado de forma plena por JESUCRISTO. Para nosotros es esencial comprender los dos momentos de la actuación providencial divina.
“La PALABRA era la LUZ verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo” (v.9). El santuario de la conciencia es el recinto interior donde tendría que dejarse oír la voz de DIOS. La PALABRA ofrece también la connotación de “fuerza”. Todo hombre viene a este mundo con fuerzas interiores que le hacen tender al bien. Del movimiento interior apreciado en el alma, la conciencia toma sus decisiones en última instancia. En otro sentido, JESUCRISTO es el VERBO de DIOS, y su Mensaje viene para todos los hombres, aunque sus pies hayan caminado por la tierra de Israel, pues según le dice a la mujer siriofenicia: “vine a recoger las ovejas descarriadas de la casa de Israel” (Cf. Mc ). Pero el objetivo final estaba en “hacer discípulos de todos los pueblos” (Cf Mt 28,19).
“La PALABRA vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les dio poder de hacerse hijos de DIOS, a los que creen en su Nombre. Estos no han nacido de carne, ni de sangre o de amor carnal, sino de DIOS” (v.11-13). En realidad el VERBO viene para ofrecer una nueva Vida, que exige un nuevo nacimiento. Nicodemo se vio confundido cuando JESÚS le habló de este hecho (Cf. Jn 3,3ss). Cientos de años preparando la aparición del MESÍAS según el Plan de DIOS, y la mayoría de los de su casa, o su Pueblo, esperaban un mesías distinto: “vino a los suyos y no lo recibieron”. La Historia de la Salvación se muestra como historia de Amor de DIOS al hombre y de libertad. La entrega por parte del ENVIADO es total y la decisión de recibirlo queda al arbitrio de cada uno en particular.
“La PALABRA se hizo carne y puso su tienda entre nosotros, y hemos contemplado su Gloria como HIJO único lleno de Gracia y de Verdad” (v.14). El modo de “acampar entre nosotros” por parte del VERBO fue tomando “carne”. Este término pretende expresar el tipo de humanidad asumida por JESÚS: una condición humana en debilidad, “en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (Cf. Hb 4,15; Rm 8,3). Las limitaciones apropiadas por el VERBO dibujaron un perfil, que favoreció el haber pasado desapercibido, hasta que llegó la manifestación al Pueblo elegido mediante la predicación. Entonces afloraron distintos carismas acordes con el rango de la misión a llevar a cabo, pero evitando en todo momento la espectacularidad, que por otra parte exigían sus detractores. Al mismo tiempo, el Prólogo subraya que el VERBO “plantó su tienda entre nosotros” continuando la tradición más señera del Pueblo, que se forjó en el desierto viviendo en tiendas. Aquella etapa de la Historia de la Salvación quedó fijada en la fiesta de las Tiendas, a finales de septiembre con la fiesta de la Expiación o del Yom-Kipur. En todo el VERBO se hizo semejante a nosotros, “pasando por uno de tantos” (Cf. Flp 2,7). De forma breve se refleja la inserción social y religiosa, que el VERBO llevó a término uniendo su vida y destino al del Pueblo elegido por DIOS.
“A DIOS nadie lo ha visto jamás,: el HIJO único, que está en el seno del PADRE es quien lo ha dado a conocer” (v.18). En otro lugar JESÚS nos dirá: “la vida eterna está en que te conozcan a ti, PADRE, y a tu ENVIADO, JESUCRISTO” (Cf. Jn 17,3). En este mundo los hombres estamos cumpliendo “una milicia o un servicio” como dice el libro de Job (Cf. Jb 7,1); pero nuestro destino es la otra vida inaugurada por JESUCRISTO en su Resurrección: “me voy a prepararos sitio. Cuando os lo preparare, volveré, y os llevaré conmigo, para que donde YO estoy estéis también vosotros” (Cf. Jn 14,3). En este último versículo del Prólogo se marca de otra forma el objetivo último de la misión de JESUCRISTO: revelar quién es el PADRE, al mismo tiempo que aparece de modo manifiesto la vida íntima de DIOS, y la identidad del propio JESÚS de Nazaret. Nuestra salvación está, ciertamente, en el conocimiento interiorizado de quién es DIOS según la enseñanza y revelación de JESUCRISTO.
El testimonio de Juan Bautista
Los versículos dedicados al Bautista en el Prólogo refuerzan la línea histórica y profética. No obstante, Juan se encarga de señalar el cambio de época: “la Ley nos fue dada por Moisés, la Gracia y la Verdad nos vienen por JESUCRISTO” (v.17). Y el Bautista está en la frontera de estos dos momentos espirituales, que en algunos aspectos presentan diferencias radicales reflejadas en el mismo relato del evangelio de san Juan.
Terminamos con una bendición
“Bendito sea DIOS, PADRE de nuestro SEÑOR, JESUCRISTO, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales “(Cf. Ef 1,3). El creyente agradecido alaba y bendice a DIOS por los beneficios espirituales recibidos, que básicamente están destinados al Cielo. Los bienes materiales están a nuestro alrededor y necesitamos de ellos; pero los bienes espirituales quedan de todo punto fuera de nuestro alcance. No se puede ir al supermercado por un paquete de Fe, Esperanza o Caridad; o cualquiera de los dones del ESPÍRITUN SANTO. Y mucho menos tenemos acceso a los bienes destinados para nosotros en la vida eterna, porque “ni el ojo vio, ni el oído oyó, lo que DIOS tiene preparado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9). Tenemos pues, bendiciones espirituales para desenvolverlas en este mundo y bendiciones espirituales destinadas de forma específica al más allá; y por todo ello debemos bendecir al SEÑOR.
La razón de tanta bendición por parte de DIOS está en que “nos ha elegido antes de la fundación del mundo, para que seamos santos e inmaculados en su Presencia por el AMOR” (Cf. Ef 1,4). Desde siempre estamos pensados por DIOS para vivir perpetuamente en su Presencia. DIOS es SANTO y ante su Presencia sólo existe santidad. La santidad de DIOS está en la fuente de su mismo SER que es AMOR, y en ese mismo AMOR habremos de ser transformados, lo que sea posible en esta vida, y de no agotar aquí el proceso el AMOR no tiene fronteras para adecuar nuestra condición a la pretendida por DIOS.
El motivo último de la elección queda formulado en el versículo cinco del texto: “nos eligió de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de JESUCRISTO, según el beneplácito de su voluntad” (v.5). La razón de nuestra perfección y santidad está en función de la pertenencia a JESUCRISTO, el HIJO de DIOS, pues DIOS quiere ver reproducida en nosotros su imagen, de forma que no seamos simples criaturas perfeccionadas ante ÉL, sino hijos adoptivos. La condición final de esta última fase la comenzamos a vivir aquí por el Bautismo, por el que adquirimos la verdadera condición de hijos de DIOS. No puede haber más de un SALVADOR, porque DIOS no tiene más que un único HIJO, con el que comparte la vida intratrinitaria.
Termina la segunda lectura de este domingo con la oración de intercesión del apóstol por los fieles de aquella comunidad, y el deseo de que “valoren los bienes espirituales que DIOS les concede y la esperanza de gloria a la que son llamados” (v.18) Una recomendación que resulta esencial para prevenirnos frente a un ascetismo destinado a este mundo. Si las cosas se quedaran de tejas abajo los cristianos “seríamos los más desgraciados de los hombres” (Cf. 1Cor 15,19), pues perderíamos el sentido real de toda la espiritualidad cristiana.
La Bendición Aarónica impartida por un sacerdote al final de la Santa Misa sigue siendo una poderosa acción espiritual sobre el Pueblo de DIOS. Los padres y madres, que acostumbren bendecir a sus hijos tienen en la Bendición Aarónica una fuerza protectora de primera magnitud. Recordemos a san Marcos: “al que crea, lo acompañarán estos signos: echarán demonios en mi NOMBRE (…)” (Cf. Mc 16,17).