¿Por qué no marxismo?

Gladium
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Con la propuesta del liberalismo rechazada por las bases de la doctrina de la religión católica algunos podrían pensar que la cristiandad puede hallar su nicho o posición política dentro de la izquierda. Una ideología que promueve la emancipación de la masa trabajadora, el repudio al modo de producción capitalista y la exaltación del bien común debería ser compatible con la enseñanza del evangelio ¿O no?

Muchos han caído en las trampas de colectivos u organizaciones que se han disfrazado bajo la apariencia de cristianos para promover el credo socialista por encima de Cristo, con la Teología de la Liberación como su exponente más conocido. La preferencia por los pobres, la denuncia social y la lucha política pueden parecer una buena obra querida por Dios, pero cuando se hace bajo los lineamientos del marxismo el horizonte se distorsiona alejándonos de la doctrina social de la iglesia.

Algunos escritores o pensadores han acusado a la cristiandad de ser el germen o semilla de la ideología marxista, así pretendía afirmarlo Spengler cuando dijo: “La teología cristiana es la abuelita del bolchevismo”. Y bajo una mirada superficial esto podría parecer cierto, un Jesús rodeado de los pobres y marginados que arma una revuelta contra el poder político y religioso no parece muy lejano a los ideales de revolución proletaria e igualdad social. La utopía comunista parece asemejarse al modo de vivir de la primera comunidad cristiana del libro de los Hechos. Y es que el izquierdismo realmente es un producto de la cristiandad, una herejía, así como lo fue el arrianismo o como lo es hoy el luteranismo o el liberalismo. Sí en el liberalismo se pensaba que el hombre estaba en camino ascendiente a su divinidad, para el marxista el hombre es un ángel caído. Como en la historia de Adán la raza humana vivía en el paraíso hasta que su propia corrupción provocó su destierro, pero el error del marxismo es la negación del pecado original, y por consecuente, la negación de Dios.

En la antropología marxista, el hombre es un producto enteramente de la materialidad que va evolucionando gracias a su propio trabajo, su espíritu no es más que la materia altamente organizada. La dialéctica materialista explica el origen y el destino del hombre gracias al devenir, a la contradicción y lucha de las fuerzas que impulsan al hombre a transformar su medio. Para el marxista la historia humana se reduce a los factores económicos, a la relación de los sujetos que construyen los diferentes modos de producción y la lucha entre los que trabajan y dirigen.

El espíritu humano queda relegado a un segundo término, como un subproducto de los fenómenos determinados por la materia en conflicto. La religión, honor y tradición se explican a través de la cuestión socio-económica y no por una motivación trascendental a la naturaleza. Esto es inadmisible para la cristiandad la cual considera al hombre un ser con un espíritu creado que controla un cuerpo material. En la antropología cristiana el factor sobrenatural explica la peculiaridad extraordinaria del ser humano para razonar sobre todas las cuestiones universales que sus sentidos le permiten.

Aquí aparece un hombre venido a la existencia por puro accidente, un producto de la casualidad y el azar cuya razón de si mismo es el trabajo. Y por otro lado está el hombre creado, concebido desde la eternidad gracias al amor divino, puesto sobre la tierra para alcanzar la realidad metafísica. La evolución histórica del hombre realmente se explica a través de la religión, el espíritu, la búsqueda de transcendencia. Las meras explicaciones económicas se quedan cortas cuando analizamos profundamente los hechos más importantes de la existencia humana, el materialismo histórico parece incapacitado para dar respuesta a sucesos como la Reforma, la Edad Media o la aparición publica de Jesús.

El marxismo ha quedado solo como una distorsión o perversión de la doctrina social cristiana, su visión de la lucha de clases no puede conciliarse con el espíritu cristiano de hermandad, autoridad y jerarquía. La ilusión de Marx manifestada en sus escritos solo pudiera realizarse si el hombre no fuera más que un animal-maquina, un ser sin espíritu movido solamente por sus pasiones en la búsqueda lo útil y el placer. De forma irónica, el hombre de la sociedad comunista parece más individualista y egoísta a comparación de la utopía liberal, se necesitaría que cada uno fuera un übermensch para vivir sin clases, jerarquías, ni divisiones. El cristiano debe rechazar todo esto, reconocer la naturaleza pecadora del hombre y abrazar los principios eternos de caridad, esperanza y fe.

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