El director del Reina Sofía monta un cristo en el museo.

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El debate sobre la libertad de expresión está a la orden del día en tiempos de Facebook e Instagram: desnudos censurados de Canova, Schiele, Balthus… Partiendo de que no debe haber censura en ningún caso, tampoco en el arte, ¿qué pasa cuando unas imágenes ofenden a toda una religión y a buen seguro van a herir la sensibilidad de muchísimos católicos? ¿Vale todo en el arte o hay límites? ¿Es la misión de un museo estatal, financiado con dinero de todos los españoles, hacer este tipo de exposiciones? Hoy se ha presentado en el Reina Sofía (recordemos, un museo estatal con subvenciones públicas) «La bondadosa crueldad», una retrospectiva del artista argentino León Ferrari (1920-2013), con motivo del centenario de su nacimiento. Decir que va a levantar ampollas es quedarse corto.

Lejos de discutir su reconocimiento (obtuvo el León de Oro de la Bienal de Venecia en 2007 y cuenta con el aplauso de buena parte de la crítica), las imágenes que pueblan gran parte de la exposición son tan hirientes que no reproducimos en estas páginas las más explícitas. En las salas de la cuarta planta del edificio Sabatini se despliega una peculiar galería con la que Ferrari reescribe iconográficamente los textos del Antiguo y el Nuevo Testamento, con los que crítica la misoginia, la homofobia… Así, conviven Anunciaciones, Crucifixiones, Cristos, Vírgenes, ángeles, santos, monjas, Papas… con el catálogo completo del Kamasutra, la bomba atómica o figuras como Hitler y Mussolini. En una vitrina, sus «Ideas para infiernos», que concibe como una serie irónica sobre la justicia divina: un Crucificado a la parrilla, santos a punto de ser licuados en una batidora, metidos en una tostadora, en una picadora, encerrados en jaulas bajo unas palomas defecando…

No faltan dos de sus obras más conocidas. Por un lado, «La civilización occidental y cristiana», en la que hay un monumental Cristo crucificado en un avión de guerra norteamericano, que cuelga del techo de una de las salas. Ferrari creó esta pieza en 1965 para reflexionar sobre la guerra de Vietnam. En ARCO ya vimos una versión mucho más reducida. Pero una galería privada no tiene las mismas responsabilidades que un museo público. En otra sala cuelga «Juicio Final» (1994), un collage con excrementos de palomas sobre una reproducción del «Juicio Final» de Miguel Ángel, que luce en la Capilla Sixtina. A su lado, otra pieza en la que una paloma defeca sobre una balanza, símbolo de la Justicia. No deja títere con cabeza León Ferrari. Tampoco se salva la Conquista de América, en una pieza en la que habla de violencia ilegítima y en la que identifica conquista y dictadura. Borja-Villel tiene previsto exhibirla en la Sala A0 del museo, cuando acaben los trabajos de rehabilitación.

Otra de las obras de la exposición – IGNACIO GIL

Casi todas las piezas expuestas forman parte de la donación que la familia del artista, representada por la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo (Falfaa) de Buenos Aires, ha hecho al Reina Sofía. Consta de 15 collages, dibujos, esculturas, vídeos y uno de los Juicios Finales de la serie «Excrementos», así como 219 copias únicas de objetos y series, incluida la instalación «La Justicia/Quinto Centenario de la Conquista de América». La exposición ha sido organizada por el Museo Reina Sofía, junto con el Van Abbemuseum de Eindhoven y el Centro Pompidou de París, adonde la muestra viajará en 2021 y 2022, en colaboración con la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo.

Aunque se van a colocar carteles advirtiendo de que las imágenes de la exposición pueden herir la sensibilidad del espectador, Borja-Villel ha montado un cristo en el museo. No es la primera vez que se enfrenta a una polémica en los trece años que lleva al frente de la pinacoteca. En 2014 la Asociación Española de Abogados Cristianos se querelló contra él por presuntos delitos contra la libertad religiosa. Pedían la retirada de cinco obras que consideraban «vejatorias». Una de ellas, «Cajita de fósforos», del colectivo argentino feminista Mujeres Públicas, en la que figuraba la frase «La única iglesia que ilumina es la que arde. ¡Contribuya!».

Tampoco es la primera vez que una exposición de León Ferrari levanta una gran polvareda. Así, en 2004 se celebró en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires una exposición que fue considerada «blasfema» por el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco. Hubo protestas y un hombre entró en la sala y rompió una de las piezas expuestas. El mundo del arte reaccionó en defensa de la libertad de expresión y del artista. Ferrari no reparó la pieza rota y la bautizó «Gracias, Bergoglio». Fue tal el revuelo mediático montado que hubo largas colas para visitar la exposición: pasaron por ella 70.000 personas. En esta ocasión es la revista satírica «Mongolia» la que ya ha publicitado la exposición en su cuenta de Twitter, donde anuncia un suplemento especial de 16 páginas sobre la muestra y un póster desplegable de «La civilización occidental y cristiana» de regalo.

Los comisarios de la muestra lo retratan como un artista radical de la vanguardia argentina en los 60, activista incansable y militante de los derechos humanos, con un fuerte compromiso político y social. León Ferrari denunció todo tipo de intolerancias: fue especialmente crítico con la dictadura argentina. Se exilió a Brasil en 1976 y su hijo Ariel desapareció un año después.

Con información de ABC/Natividad Pulido

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