Para poder llegar a este momento de entrega generosa, se requiere un proceso formativo en el que los jóvenes llamados por Jesús, dando un sí generoso son acompañados por sacerdotes que les dan herramientas para que disciernan, en una opción libre, el camino al presbiterado.
Como a los apóstoles, Jesús continúa llamando a hombres para el servicio del pueblo de Dios. La Sagrada Escritura nos dice cómo los llamó:
“Después, Jesús subió al monte, llamó a los que Él quiso, y ellos vinieron a Él. Designó a doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, y para que tuvieran autoridad de expulsar demonios Marcos” 3, 13 – 19.
De igual manera, Jesús continúa llamando a jóvenes para que permanezcan con Él, prepararlos al servicio y finalmente enviarlos a predicar, dando testimonio de la Verdad. El paso inicial para recibir la ordenación diaconal es la firma del celibato, que generalmente se hace en una celebración, en la que el candidato confirma su deseo de consagrarse a Dios, aceptando con libremente ser célibe para siempre.
Ya en la antigüedad cristiana los padres y los escritores eclesiásticos dan testimonio, tanto en oriente como en occidente, de la práctica libre del celibato en los sagrados ministros por su gran conveniencia con su total dedicación al servicio de Dios y de su Iglesia.
La obligación del celibato fue, además, solemnemente confirmada por el sagrado Concilio ecuménico Tridentino e incluida finalmente en el Código de Derecho Canónico (can. 132,1) [nuevo can. 277]:
Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres.
El papa Emérito Benedicto XVI afirma sobre el celibato: “El llamado a seguir aJesús no es posible sin esta señal de libertad y de renuncia a todos los compromisos… el celibato tiene un gran significado y es verdaderamente esencial cuando el camino de un sacerdote hacia Dios se convierte en el fundamento de su vida” (…) “El celibato debe penetrar, con sus requisitos, todas las actitudes de la existencia. No puede haber estabilidad si no ponemos nuestra unión con Dios en el centro de nuestra vida”.
Ciertamente para la cultura actual resulta incomprensible hablar de la donación del ser humano, de la entrega generosa, de una vida al servicio de Dios y de su pueblo. Sin duda que en el mundo en que hoy vivimos, que ha sido movido por una crisis de crecimiento y de transformación, que muchas veces se gloría orgulloso de los valores humanos y de las conquistas humanas, tiene una urgente necesidad del testimonio de vidas consagradas a los más altos y sagrados valores del alma, y hacer comprender al hombre de hoy que es necesaria la conquista de la paz del espíritu más que sólo logros humanos.
Con información de Gaudium/Editorial