Tiempo de esperanza.

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¿Cuál es el objeto de nuestra esperanza? Viktor Frankl, que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz dejó como testimonio, entre otras muchas cosas, que la supervivencia en aquella situación límite de degradación humana, no estaba directamente relacionada por la forma física de los concentrados en el campo, sino en la fortaleza espiritual que éstas manifestaban. Este psiquiatra de origen judío, un día discípulo de Freud, afirma en su obra que la fortaleza espiritual provenía de algo muy potente, capaz de ofrecer a la persona un sentido para vivir; es decir, un motivo lo suficientemente importante que dispusiese las energías personales en la consecución de dicho objetivo. Las conclusiones de Viktor Frankl son dignas de tenerse en cuenta por dos razones fundamentales: la competencia del observador, y el medio extraordinario del que fueron extraídas dichas conclusiones. Auschwitz está en nuestro imaginario como el símbolo de la satanización del alma humana, que se vuelve contra el semejante de la manera más sádica y despiadada, pero desgraciadamente estas fórmulas de aniquilamiento de grupos humanos tuvieron sus precedentes, y se habían dado en Sudáfrica por parte de los ingleses contra los primeros colonizadores blancos de origen holandés en la segunda guerra de los Bóers, donde con toda intención se dejó morir en campo de concentración de hambre, miseria y enfermedades a mujeres, niños de manera especial y ancianos. Por otra parte, lo realizado por los nazis en su día fue un calco de lo que se venía haciendo por el régimen comunista en la Unión Soviética, aunque de esto se hable mucho menos, porque no se ha producido un Nuremberg como en el caso alemán. No podemos olvidar estas cosas en tiempos de crisis y encrucijada, en los que el reseteo no sólo se pretende que sea de carácter económico, sino también histórico. El globalismo del capitalismo inglés mató y esclavizo a millones de personas, aunque algunos quieran presentar esa expansión colonial como algo modélico. Del mismo modo que las ideologías nazi y comunista de carácter totalitario esclavizaron y masacraron a millones de seres humanos con la única justificación de establecer un régimen y un modelo social. La situación extrema aquí señalada esquemáticamente tuvo un corto camino de privación de las libertades individuales y la degradación de personas o grupos privando a los individuos de la categoría de ciudadanos o personas. El nuevo totalitarismo globalista está poniendo sus cartas encima de la mesa, y no esconde sus intenciones. La disidencia de este modelo globalista tiene un destino cuyos precedentes están registrados con sangre y lágrimas en los modelos totalitarios del siglo veinte. Ahora en el siglo veintiuno se pueden dibujar panoramas mucho más agudos que los del siglo pasado, si los ciudadanos no tomamos conciencia, aunque la franja abisal en el terreno se esta abriendo de modo acelerado.

Tiempo de Adviento, tiempo de Esperanza

La historia del Pueblo elegido no fue un camino de rosas; y, por otra parte, estuvo marcado por múltiples contratiempos. El Pueblo de la Biblia, al que DIOS concede su revelación no es siempre fiel, pero cuenta con el liderazgo de personas carismáticas, que tienen un mensaje desinteresado, que al final hace progresar la historia en el orden previsto por DIOS. La Esperanza en la Biblia no es una utopía de carácter humano, sino la proclamación en todo momento del Plan de DIOS: lo que DIOS va a realizar y lo que DIOS quiere en ese momento. No sabemos con precisión el eco obtenido por el mensaje anunciado por los profetas y la repercusión efectiva de sus palabras, pero ellos no se cansaron de proponer lo que podía despertar las conciencias de sus coetáneos. En cuatro domingos, la Liturgia nos hace sintonizar  con las fuerzas espirituales que acentúan la Esperanza cristiana. El testimonio de la Esperanza vivida por los padres en la Fe nos sirve a nosotros como pauta y modelo de la Esperanza definitiva, que trae consigo el cumplimiento de todas las expectativas anteriores. Los profetas giran en torno al DÍA del SEÑOR y su manifestación: ese acontecimiento ha llegado en JESUCRISTO; sin embargo, nosotros esperamos su Segunda Venida o Parusía de un modo que debe ser convenientemente precisado. La Esperanza cristiana tiene la característica de esperar el cumplimiento del PLAN de DIOS, que en parte se ha realizado, en la misma sintonía del Antiguo Testamento; y, por otra parte,  JESUCRISTO, que está viniendo de forma permanente, se manifestará en su Parusía, o gran revelación, y con ello dará por concluida su obra redentora. Así lo declaraba el texto de la primera carta a los Corintios del domingo pasado: “cuando JESUCRISTO entregue al PADRE todas las cosas, al someter todo principado y dominación” (Cf. 1Cor 15,24). Ese punto final para este mundo es el inicio universal para el otro. La vida personal y colectiva del hombre en este mundo se plantea como un periodo de gestación para la eternidad. La espera del SEÑOR tiene su razón de ser desde el momento mismo de la entronización de JESÚS en los cielos a la derecha del PADRE: “tenga en cuenta toda la casa de Israel, que DIOS ha constituido SEÑOR y CRISTO a este JESÚS, que habéis crucificado” (Cf. Hch  2,36). El CRUCIFICADO es SEÑOR de la historia, y por quien viene de forma renovada la acción del ESPÍRITU SANTO, porque ÉL es el CRISTO. Tenemos la oportunidad de vivir un incremento en nuestras vidas de la presencia del SEÑOR porque de forma nueva, en la acción del ESPÍRITU SANTO, tenemos la oportunidad de encontrar un nuevo sentido al don de la Fe y reactivar la Caridad, sin la cual la propia Esperanza perdería su fuerza y dinamismo.  El CRISTO y SEÑOR es el que viene de modo incesante (Cf. Ap 1,8) Sin duda alguna resonará en nuestro interior de manera nueva la palabra de los profetas, de modo especial las palabras del profeta Isaías, que tiene un gran protagonismo a lo largo de este tiempo litúrgico.

Restauración de Israel

Los especialistas sitúan el texto de Isaías, que se proclama en la primera lectura de este domingo, en los tiempos próximos al retorno de los judíos a su patria.  Recordamos que los judíos habían sufrido un destierro en dos fases por parte de Nabuconodosor (597–587 a.C.). La catástrofe era vivida en todas las vertientes, y la pregunta más desconcertante se formulaba así: ¿dónde han quedado todas las promesas recogidas por los profetas y dadas por DIOS a Moisés? ¿Somos nosotros, en realidad, el Pueblo elegido del SEÑOR? Era difícil explicar la destrucción del Templo de Jerusalén, en el que el Pueblo tenía cifrada el exponente más alto como Pueblo elegido; y, al mismo tiempo, el lugar que YAHVEH protegería de cualquier  acechanza, ya que en él residía su santa Presencia, y su inviolabilidad estaba garantizada. Estos contenidos religiosos formaban parte de la arquitectura propia de la Fe judía antes del exilio. Los que vuelven a Israel, después de la cautividad que duró entre cincuenta y setenta años, eran los hijos de los que habían sido esclavizados. En tierras babilónicas se iniciaron las sinagogas, que con la lectura de las Escrituras y las oraciones de los sábados, fueron manteniendo la Fe del pueblo judío. Los israelitas gozaron de un cierto margen de libertad en Babilonia con una tolerancia de sus prácticas religiosas y costumbres. No faltó algún sobresalto, si tomamos en cuenta los episodios del libro de Ester o de Daniel, pero en general el poder aprovechó las características del pueblo judío, que no dejó de echar en falta su tierra y de forma especial el Templo. El profeta se encarga de mantener viva la Esperanza del Pueblo con una raíz religiosa basada en el Yahvismo, que implica  la fidelidad a la Ley y el cumplimiento de las promesas. Si éstas están canceladas es debido a que el Pueblo se alejó de la Ley, porque YAHVEH es fiel.

Audacia del profeta

“TÚ, YAHVEH, eres nuestro Padre. Tu Nombre es el que nos rescata desde siempre. ¿Por qué nos dejaste, YAHVEH errar fuera de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor?” (Cf. Is 63,16b-17) Aunque el profeta no haya alcanzado  la dimensión trinitaria de DIOS; tiene, por otra parte, un sentido muy hondo de la función paterna de DIOS, por la que no puede dejar de amar a sus hijos. Pero DIOS no sólo ama a sus hijos, y con preferencia al Pueblo elegido, sino que tiene todo el poder, que abarca el campo espiritual con posibilidad de modelar al hombre a su imagen: “Tu Nombre es el que nos rescata”. DIOS como padre tiene capacidad de rehabilitar a sus hijos cualquiera que sea la situación desgraciada en la que se encuentren: esta es la Fe del profeta, lo que indica una estrecha relación e intimidad con ÉL. El profeta da un paso de vital importancia a la hora de exculpar al Pueblo: DIOS ha permitido, que su Pueblo elegido errara fuera de los caminos y alejara el corazón fuera del temor del SEÑOR”. El hombre es débil, y las sugestiones que hacen proclive al hombre por los caminos del mal son muy fuertes, entonces DIOS tiene que exonerar de toda culpa al hombre débil, en razón de su paternidad divina, que tiene ante SÍ a un hijo muy vulnerable.

“Encubriste tu rostro de nosotros, y nos dejaste a merced de nuestras culpas. Pues, YAHVEH, TÚ eres nuestro Padre, nosotros la arcilla, y TÚ nuestro alfarero; la hechura de tus manos, todos nosotros” (Cf. Is 64,6-7). DIOS puede hacer de nuevo la vida de su hijo y del Pueblo en general, porque ante somos arcilla maleable dispuesta para ser trabajada. El profeta estaba recogiendo la vivencia del Pueblo en los años transcurridos en la cautividad babilónica, y su queja era al mismo tiempo una descripción de los ánimos de sus hermanos judíos. La religión une, vertebra a un grupo, y le ofrece motivos para la lucha y la esperanza. En el exilio, el Pueblo elegido tuvo oportunidad de releer su historia sagrada y reformular su estatuto de pueblo elegido frente a YAHVEH. El profeta ofrece muestras de un alto nivel espiritual que despunta por encima de todas las contrariedades; o, mejor, en virtud de las mismas.

“No te irrites, SEÑOR, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa. ¡Ea!, mira, todos nosotros somos tu Pueblo” (Cf. Is 64,8). Las expresiones del profeta en este  versículo resultan conmovedoras por su cercanía y familiaridad con DIOS. “No te enfades demasiado, SEÑOR”, porque el profeta siente muy cercano a YAHVEH, y refleja un trato propio de los amigos de DIOS. Para llegar a ese punto es necesaria una vida de experiencia espiritual, de trato con el SEÑOR y de una profunda humildad. Al mismo tiempo el profeta es elevado a la puerta de los que esperan la condescendencia amorosa de DIOS, que el profeta expresa de la misma forma coloquial, en que un niño trata de ganar la sonrisa y la condescendencia de sus padres: “¡Ea!, mira, todos nosotros somos tu Pueblo”. El profeta podría decirle: “Te prometemos que vamos a ser buenos, aunque TÚ bien sabes que somos frágiles; así que no continúes enfadado, ¡ea!” (Biblia de Jerusalén, 1976). Esta interjección final encierra esa capacidad de cambio súbito que la Gracia puede producir cuando se pone en acción. Todo puede estar sumergido en el horizonte más sombrío, pero el Amor de DIOS es capaz de invertir la situación en un instante.

“Velad y orad”

Con respecto a las cosas de los últimos tiempos, repite JESÚS la misma advertencia: “Velad y orad para no caer en la tentación” (Cf. Mt 26,41) Cuando esto se dice en el tiempo de oración previo a la Pasión, esclarece un poco más la intención y significado de las palabras de JESÚS. Es necesario velar y orar porque está próxima una acción del tentador, que tiene por objeto desdibujar la identidad del SEÑOR de forma especial en su venida. De la misma forma que JESÚS hubo de tomar precauciones para mantener su identidad de acuerdo con la manifestación del Reino de DIOS mientras realizaba su misión evangelizadora; nos toca, ahora, a los cristianos discernir para no ser engañados y confundidos con respecto a la identidad del SEÑOR en su Segunda Venida.

“No sabéis cuándo es el momento”(Cf. Mc 13, 33)

En los últimos tiempos, que nos toca vivir desde que JESÚS vino, murió y resucitó, hasta su Segunda Venida, estamos en el periodo del ESPÍRITU SANTO, que se caracteriza por una evangelización en medio de  tenaces persecuciones (Cf. Mc 13,11-13). Falsos cristos y falsos profetas aparecerán con intención de confundir la Fe de muchas personas (Cf. Mc 13,22). El momento de revelación final será la aparición del Hijo del hombre con todos sus Ángeles reuniendo a los elegidos “desde un extremo de la tierra, hasta el extremo del Cielo” (Cf. Mc 13,26-28). En el evangelio de san Lucas este momento último será “como el relámpago, que cruza el cielo de un extremo a otro” (Cf. Lc 17,24). Los episodios señalados por las guerras, el hambre y las persecuciones tienen que suceder, pero todavía no marcan la inminencia del fin, pues éste no está sujeto a circunstancia material alguna; aunque los signos de oposición al evangelio con las calamidades añadidas, forman parte del proceso general de los últimos tiempos, en los que nos movemos. La intensificación de la presencia del SEÑOR por medio de la evangelización provoca reacciones en contra para su erradicación. La lucha de los poderes contrapuestos descritos de muchas formas en  el libro del Apocalipsis está vigente mientras dure el tiempo de la Iglesia de JESÚS, que es perseguida en el desierto por satanás (Cf. Ap 12,13-18). Cuanto más se estreche el cerco de las fuerzas del mal sobrevendrá con más intensidad la acción del ESPÍRITU SANTO, pues a mayor cruz más se incrementa la gracia. Por todos estos motivos, se establece como permanente la palabra de JESÚS: “Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento” (v.33).

La atención a los acontecimientos

En este capítulo trece de san Marcos, JESÚS establece distintos tipos de acontecimientos, que el discípulo debe analizar. Se van a producir catástrofes naturales y desórdenes sociales, que en algunos casos terminarán en guerras civiles; y en otros en contiendas entre naciones. Son sucesos que tienen sus causas  particulares y sabemos que ocurren con demasiada frecuencia. Para nuestra mentalidad resultan un escándalo las mismas guerras de religión, que todavía encuentran razones para alguna confesión religiosa en particular. Muy pocas cosas pueden justificar una guerra fuera de la defensa de la propia nación. Detrás de las guerras está el verdadero nivel moral y espiritual de los grupos humanos. La contaminación de los ecosistemas puede traer consigo hambre y enfermedades. Las catástrofes naturales escapan a la acción humana en muchas ocasiones, pero se pueden convertir en  motivo de grandes sufrimientos. Cuando la solidaridad no alcanza a los damnificados por sucesos de este tipo, las personas perciben la existencia como algo trágico y sin sentido, pues para ellas está llegando el fin. Esta enumeración de casos sabemos que se puede alargar notablemente, pero lo que el SEÑOR nos quiere  señalar es la atención a los mismos como las señales de realidades más profundas, las cuales están operando para que dichas calamidades se produzcan. No es sólo lo que aparece, aquello que debe tenerse en cuenta, sino las distintas causas que lo origina.

Otros signos que los discípulos deben analizar son aquellos relacionados con la propia evangelización. En san Lucas, el regreso de los setenta y dos, de la experiencia  evangelizadora, es descrita con alegría y buenas expectativas; pero en el capítulo diez de san Mateo, el envío a la misión de los Doce va acompañado de toda una serie de advertencias en la misma línea apocalíptica de este capítulo trece de Marcos: persecuciones por parte de los miembros de la propia familia, expulsión de las sinagogas, rechazo por parte de las autoridades, y toda suerte de trabajos para extender el Mensaje. Estos sucesos exigen un discernimiento especial, pues se está actuando con buena intención en el nombre del SEÑOR, pero los frutos se pueden ocultar momentáneamente por algunas razones. ¿La disminución en la actualidad del porcentaje de católicos en el mundo, significa un detrimento del Reino de DIOS entre nosotros? La pregunta puede llegar a ser inquietante. ¿Estamos los católicos a la altura de lo que exige los tiempos? El listado de preguntas se antoja largo, y problemático; y, muy probablemente, sólo tengamos preguntas para las que no encontremos verdaderas respuestas. Pero el discernimiento hay que realizarlo, dispuestos a pedir perdón al SEÑOR, al mismo tiempo que su intervención poderosa, como nos refiere el texto de Isaías en la primera lectura. Es muy probable que el SEÑOR nos tenga que hacer de nuevo, y ese sea el verdadero reseteo en la acción del ESPÍRITU SANTO.

El SEÑOR se ausenta

Los cuatro evangelistas recogen esta manera de actuar por parte del SEÑOR: “dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver” (Cf. Jn 16,16).San Marcos emplea tres versículos para hablar del dueño de la casa que distribuye las tareas y se va por un tiempo. Cada uno sabe lo que debe realizar de forma responsable, porque el SEÑOR con seguridad se va a presentar en el momento  menos esperado. La breve parábola señala cuatro momentos, de los que por lo menos dos coinciden con las horas de sueño: la medianoche y las horas previas a la alborada. Cuidad que el SEÑOR no os encuentre dormidos. Son cuatro las llamadas de atención sobre la vigilancia, que se registran en estos breves versículos del evangelio de hoy, y los tenemos que considerar como una exhortación que JESÚS realiza ante la tendencia a la disipación de las fuerzas, dispersión de la atención y pereza para llevar adelante la tarea encomendada. La alternancia entre la presencia  del SEÑOR y su ausencia aparente nos va acompañar a lo largo de todo este peregrinar por el mundo. No sólo debemos aplicar estos versículos al intervalo de tiempo entre nacimiento o bautismo y el momento de nuestra muerte. La alternancia entre la presencia del SEÑOR y su momentánea ausencia sensible está exigida por responder mejor a la naturaleza humana, incapacitada para una presencia gratificante continua. De producirse tal cosa desnaturalizaríamos nuestra condición marcada por una necesidad de ascesis en el grado preciso. No es posible vivir haciendo lo que place, apetece y produce satisfacción de forma continua. Nuestra condición precisa de intervalos de desierto y de otros tabóricos: “no veis a JESUCRISTO y lo amáis, no lo veis y creéis en ÉL, y os vais transformando con un gozo transfigurado” (Cf. 1Pe 1,8-9)

San Pablo, 1Corintios 1, 3-9

Las dos cartas de san Pablo a los Corintios muestran la especial atención que el apóstol les tenía, a los que él había engendrado para CRISTO (Cf. 1Cor 4,15). La lectura de este domingo recoge los versículos, que forman parte del saludo inicial de la carta, que luego darán paso al gran lamento del apóstol por las divisiones dentro de la comunidad. Pero en el comienzo de su escrito las palabras van en la línea de la pedagogía positiva, relatando las grandes cosas que el SEÑOR ha realizado en ellos, y les confirma que no carecen de ningún don (v.7). Como nos muestra esta misma carta, las comunidades cristianas de Corinto eran muy receptivas a los dones carismáticos y en algún momento el apóstol tuvo que reconvenir algunas conductas a la hora de manifestar determinados carismas. Pero ahora el apóstol pone el acento en la preparación espiritual para el Día del SEÑOR: “ya no os falta ningún don de gracia para los que esperáis la revelación de nuestro SEÑOR, JESUCRISTO” (v.8) El enriquecimiento espiritual había venido a la comunidad por la estima y comprensión de la Palabra, acompañada del don de conocimiento: “”habéis sido enriquecidos en toda Palabra y en todo conocimiento, en la medida que se testimonió entre vosotros el testimonio de CRISTO” (v.6). Entre los diferentes dones espirituales, san Pablo encauzó la dirección espiritual de la comunidad por los dones relacionados con la Palabra: el carisma de profecía y los dones relacionados con la enseñanza de la Palabra. Todos los dones y carismas dados por el ESPÍRITU SANTO revelan el testimonio de CRISTO presente y actuante en medio de la comunidad. Nadie tenía que sentirse superior a los demás por las gracias recibidas, pues cada hermano de la comunidad estaba reflejando en el ejercicio de sus dones y carismas, la acción misma del RESUCITADO. El riesgo de que los dones espirituales se malogren era patente, y el apóstol se duele de las divisiones en el seno de la comunidad, con lo que la acción del ESPÍRITU SANTO cambia de signo y deja de producirse el testimonio de CRISTO. “Porque nadie puede proclamar que JESUCRISTO es SEÑOR, si no lo hace bajo la acción del ESPÍRITU SANTO” (Cf. 1Cor 12,3). La comunidad tiene que permanecer  en la unidad que el ESPÍRITU SANTO le concede como don especial a la espera de la manifestación de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. A partir de la RESURRECCIÓN del SEÑOR, la comunidad se convierte en el ámbito natural donde van a suceder las continuas epifanías del SEÑOR. Siempre el SEÑOR se manifiesta cuando está la comunidad reunida, salvo en algún caso excepcional. Nuestras reuniones litúrgicas adolecen de individualismo y atomización; y de esa forma nos perdemos las experiencias que se darían dentro de una comunidad unida a la espera del SEÑOR que viene, ¡maranathá!

La espera alentadora

Por encima de riesgos, calamidades y sucesos varios, el tiempo de Adviento es un tiempo litúrgico para la renovación de la alegría profunda en los corazones de los creyentes, porque atendemos a una de las dimensiones reales de la Fe: el SEÑOR viene. La aclamación conocida del “maranathá” tiene una fuerza especial y la acción del ESPÍRITU SANTO se manifiesta en ese sentido. La presencia del SEÑOR es un hecho, su cercanía una experiencia renovada por los que pasan desapercibidos, que tienen capacidad de contagiar Esperanza, sin más discurso que su propia palabra sencilla y presencia. Hay un número importante de  creyentes que tiene Fe y caminan. Iremos encendiendo las velas con intervalo dominical hasta postrarnos en adoración ante el SEÑOR, que es NIÑO de nuevo para un mundo que necesita la adoración a su DIOS para salir con éxito de las encrucijadas presentes.

Por Pablo Garrido Sánchez

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