La mano de Dios detuvo los latidos del corazón de Armando Maradona luego de 60 primaveras. La iconografía que con el tiempo había cristalizado alrededor de su figura es dicotómica y continúa incluso después de su muerte: un genio en la pelota, un desastre en la vida; talentoso en la cancha, lleno de vicios fuera de la cancha; en el fútbol nadie dominó como él el balón de cuero, en su vida lo dominó la cocaína, el alcohol, la comida y el mal genio; un ejemplo inigualable en el deporte, un ejemplo que no debe ser emulado si miramos la vida privada; un amor en el deporte; mil «amores» cuando no jugaba: un divorcio y otras tres mujeres de las que nacieron algunos hijos, por no mencionar un número indeterminado, al parecer, de descendientes no reconocidos.
Maradona es, por trivial decirlo, un icono de nuestro tiempo. La gente de hoy, más que nunca, necesita ídolos a los que esperar, a los que aferrarse porque encarnan el éxito, el talento y la excelencia que les falta. Quizás cuando se eclipsan los valores, los ideales, las razones últimas para vivir y morir, surgen los ídolos. En el deporte como en el cine, en la música como en las redes sociales (ver influencers), en el emprendimiento (pensemos en los distintos CEOs de Silicon Valley: un nombre sobre todo: Steve Jobs) como en las batallas ideológicas (ver Greta Thunberg).
¿El ídolo tiene que ser perfecto? No, ay de eso. El icono vivo debe ser como la Luna: un rostro luminoso en el que brillen sus excelencias, donde brillen sus cualidades inalcanzables. Y un rostro oculto y oscuro donde se agitan los peores fantasmas, donde el ídolo se arrastra, se come el polvo, se degrada a ser salvaje. Es la tensión entre estos dos polos opuestos lo que genera la dramática vida del ídolo, que tanto gusta a la gente. Estos dos rostros antitéticos se complementan para dibujar el perfil del héroe, que al final es el héroe romántico: es tan divino – para L’Equipe, el diario de fútbol francés, la muerte de Maradona es «la muerte de un Dios – porque es tan humano, pero humano en su peor dimensión. Cuanto más desciende a la inmundicia de una vida indigna, más brilla la estrella del talento.
El ex campeón del mundo con la selección argentina Jorge Valdano comentó sobre la muerte del pibe de oro: “Pobre Diego viejo. Llevamos muchos años diciéndole «eres un dios», «eres una estrella», y nos olvidamos de decirle lo más importante: «eres un hombre» ». La fuerza del mito se nutre en realidad de la debilidad del hombre. Los artistas malditos, y Maradona fue uno de ellos, no habrían sido brillantes sin el precio de la fragilidad que socavó toda su existencia.
Maradona fue un icono porque el genio del fútbol se mezclaba con la absoluta incapacidad de gobernar su propia vida. Queremos decir que el héroe, en la sensibilidad colectiva de hoy, es tal precisamente porque el precio a pagar para sobresalir es sacrificarlo todo en el altar del éxito: la vida privada, los seres queridos, la salud, el dinero, etc. Así como Fausto vendió su alma a Mefistófeles a cambio de conocimiento y eterna juventud. Todo está perdonado el mito porque estamos convencidos de que para sobresalir es necesario vivir al límite, incluso más allá del límite. Se cree que la temeridad de la vida, por la que Maradona, en determinado momento de su vida, se hizo famoso más que por sus éxitos deportivos, es el efecto ineludible de la vida de los superhombres, de existencias tan raras en su genio como para plantear más allá del bien y el mal. Maradona ha disipado su alma en excesos porque, así razona el imaginario colectivo, el peso engorroso del genio sólo podía desequilibrar toda su existencia.
Luego la adicción a las drogas y al alcohol, el peso excesivo que había deformado el cuerpo del deportista del pasado, los airados altercados con los paparazzi y las peleas, una vez incluso con los aficionados, no socavan el mito, sino que lo crean. , porque son elementos necesarios de su naturaleza. Aquellos con dones extraordinarios se ven afectados por la maldición de permanecer fuera del círculo común de la existencia, con los pros y los contras que esto conlleva. El mediocre es el que anda en medio del camino de la existencia y por tanto se aleja de los límites, de los excesos de los mismos. El genio, por definición, no es mediocre y vive constantemente al filo de la navaja, hasta el límite extremo de lo posible.
Un réquiem, finalmente, para el número 10 de cada tiempo que ahora se encuentra frente a Aquel que conjuga perfección con orden, dos términos que para Dieguito siempre han sido irreconciliables.
Traduccido con Google Traductor articulo original La Bussola Quotidiana/Tommaso Scandroglio