Turquía se alza como la gran triunfadora tras la agresión de Azerbaiyán contra Armenia. Una agresión que, según todos los expertos consultados por el analista internacional Victor Gaetan para National Catholic Register, evoca el genocidio de 1915 y va dirigido contra los armenios como pueblo cristiano.
Expertos afirman que el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán esconde, bajo el pretexto de la guerra, un genocidio cristiano
Oculta por la pandemia global y beneficiándose del foco de atención que han supuesto las elecciones presidenciales estadounidenses, la batalla que se ha llevado a cabo durante 44 días contra una comunidad unida de armenios -unos 150.000, rodeados por Azerbaiyán-, ha llegado a su fin.
La región asediada es conocida como Nagorno-Karabaj, pero sus ciudadanos votaron en 2017 para llamarla República de Artsaj.
Aun describiéndolo como un «acuerdo terriblemente doloroso», el primer ministro armenio firmó el acuerdo de paz el 9 de noviembre con el país agresor, Azerbaiyán. En Erevan, la capital de Armenia, el pueblo respondió amotinándose fuera del Parlamento, mientras que otro pueblo bailaba en las calles de Baku, la capital costera de Azerbaiyán.
La negociación de la tregua la ha dirigido el presidente ruso, Vladimir Putin, y ha conllevado, por un lado, que Armenia renuncie a un tercio de un territorio que históricamente siempre ha sido suyo y, por el otro, premiar a Azerbaiyán por un ataque militar masivo, apoyado por Turquía.
El lado armenio del conflicto ha sido derrotado por los recursos utilizados por Azerbaiyán: misiles de corto y largo alcance, bombas de racimo -cuyo uso está prohibido a nivel internacional-, drones suicidas y mercenarios traídos por Turquía desde Siria. Se han descubierto pruebas de crímenes contra la humanidad: los soldados azeríes se han grabado a sí mismos disparando a soldados heridos en la cabeza. Los hospitales y las iglesias eran sus objetivos principales.
El 10 de noviembre, la asamblea de partidos armenios del Congreso pidió responsabilidades por los crímenes de guerra cometidos por Azerbaiyán y Turquía contra Artsaj y Armenia.
En el Ángelus del 1 de noviembre, tres semanas después de haber rezado por una tregua, el Papa Francisco pidió por el diálogo entre ambos países. Pero en ese momento los agresores aún no habían conseguido su codiciado trofeo, la ciudad de Shusha, protegida por los armenios desde 1994, cuando la tregua de entonces puso fin a dos años de hostilidades.
El 8 de noviembre, Azerbaiyán anunció la ocupación militar de Shusha, estratégicamente ubicada, llena de tesoros culturales y aún atemorizada por la masacre que llevaron a cabo las tropas azeríes contra la comunidad armenia, mayoritaria, en 1920. Fue entonces cuando Azerbaiyán dejó de combatir.
¿Genocidio en marcha?
Para los observadores atentos y las propias víctimas, la agresión de este año tiene todas las características de un genocidio cristiano: iniciado por los turcos otomanos en 1895, se intensificó con el Movimiento de los Jóvenes Turcos entre 1915 y 1923, continuó contra los griegos en 1950 y ahora lo ha reiniciado el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, cuyo sueño es restaurar el poder y el territorio otomanos.
La evidencia de genocidio es especialmente terrible para los armenios porque sugiere que Azerbaiyán y Turquía no se detendrán hasta que hayan «limpiado» esta cuna de la cristiandad de su pueblo nativo.
La catedral de San Salvador en Susa recibió el 8 de octubre dos impactos procedentes de ataques de las fuerzas azeríes. Dentro se habían refugiado varias familias armenias, que no sufrieron daños personales.
La prueba de la conexión es asombrosamente evidente: cuando el 8 de octubre Azerbaiyán lanzó una bomba sobre la cúpula de la catedral del Santísimo Salvador de Shusha (conocida por los armenios como Ghazanchetsots), una de las iglesias armenias más grandes del mundo, apuntaron a un lugar que ya había sido dañado en el célebre ataque de 1920, cuando los soldados azeríes arrasaron la mitad de la ciudad, matando, violando y expulsando a sus habitantes.
La poderosa familia que ha controlado Azerbaiyán durante dos generaciones, los Aliyevs, ocultan este pasado y niegan la erradicación de la cultura cristiana armenia.
Para comprender esta nueva amenaza de la limpieza étnica y sus implicaciones geopolíticas, el National Catholic Register ha consultado a los expertos reunidos por iniciativa de In Defense of Christians (IDC), organización con sede en Washington D.C.
«La unión de tres partes» de la agresión
Según Robert Avetisyan, representante designado por Estados Unidos para Artsaj, las fuerzas se desplegaron contra el nuevo estado como una «triple unidad» formada por el vecino Azerbaiyán, Turquía y terroristas internacionales llevados por Turquía desde Siria. En su opinión, Turquía, que posee el segundo ejército más numeroso de la OTAN después de Estados Unidos, «instigó los ataques empujando a Azerbaiyán», que se preparó a la guerra gastando «el dinero fácil del petróleo para almacenar armas y drones de última generación a fin de utilizarlos contra nosotros».
Aunque en el tratado de paz no se menciona a Turquía, el presidente Erdogan ha declarado públicamente que Turquía y Azerbaiyán, ambos parte antaño del Imperio otomano, son «dos Estados, una nación«, mientras que Artsaj pertenece a los «territorios ocupados» por Azerbaiyán.
Hablando con el Register por teléfono desde Artsaj, Avetisyan ha afirmado que Turquía llevó «miles» de mercenarios extremistas desde Turquía para luchar, transformando así la situación en un conflicto «entre Artsaj y el terrorismo internacional». También ha dicho que la población ha sufrido una verdadera «guerra relámpago».
Otro participante regional en el conflicto es Israel, el mayor proveedor de armas de Azerbaiyán. El mes pasado, Armenia retiró a su embajador de Israel para protestar por su apoyo al almacenamiento de armas azerí. (Entre 2016 y 2019, Israel vendió armas a Azerbaiyán por valor de 625 millones de dólares y Turquía por 32 millones). La convergencia de intereses entre Israel y Azerbaiyán está relacionada con el conflicto actual de Israel con Irán. Irán limita al sur con Azerbaiyán y según fuentes israelíes, Baku le habría dado a Israel acceso a sus aeródromos para su uso potencial contra Irán.
Mientras el año pasado el Congreso de Estados Unidos aprobaba por mayoría una resolución en la que se reconocía el genocidio armenio, Israel no lo ha reconocido. Azerbaiyán y Turquía insisten en que nunca sucedió.
El Papa Francisco ha sido el primer Papa en reconocer públicamente (junio de 2016), que los asesinatos en masa de los armenios son el «primer genocidio» del siglo XX.
Un asunto inacabado
Preguntado sobre los motivos de Turquía, el analista de defensa del American Enterprise Institute (AEI), Michael Rubin, es tajante: «Principalmente, animosidad contra los armenios como pueblo y contra el cristianismo como religión«.
En una una rueda de prensa del IDC, Rubin dijo que Erdogan no tiene ningún derecho histórico sobre Artsaj y ninguna excusa de seguridad para fomentar la guerra. Además de ser anticristiano, sus motivos son políticos y nacionalistas: «Turquía tiene una actitud beligerante que empeorará a medida que Erdogan consiga desviar la atención de una economía fracasada y se acerque el aniversario de la república turca», fundada en 1923.
Aram Hamparian, director ejecutivo del Armenian National Committee of America [Comité National Armenio de Estados Unidos] resumió que «lo que está en juego es Erdogan intentando acabar el trabajo de 1915«.
La tristeza del adiós armenio a una región secularmente suya y en particular a sus templos.
Al calcular que las pérdidas armenias a manos de Turquía suman «dos tercios de nuestro pueblo y nueve décimas partes de nuestro territorio«, Hamparian ha recontextualizado la situación actual en el sur del Cáucaso, «no como un conflicto, sino como un crimen» que requiere una rápida respuesta de Occidente.
Un representante de la comunidad estadounidense de origen griego está de acuerdo. «Nos acercamos al centenario de una república que se construyó sobre la sangre y las vidas de las minorías cristianas. Hoy, Artsaj es un inconveniente en la idea de Turquía de dominar la región», ha dicho Endy Zemenides, director ejecutivo del Hellenic American Leadership Council.
¿Qué hacer?
Para Zemenides, el gobierno estadounidense debe imponer inmediatamente sanciones a Turquía, dado que Ankara ha violado la Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act [CAATSA sus siglas en inglés; Ley estadounidense para contrarrestar a adversarios a través de sanciones]. La ley de 2017 está directamente relacionada con Rusia, pero Turquía violó la CAATSA cuando aceptó la entrega del sistema de defensa aérea S-400, de fabricación rusa, en agosto de 2019.
«Ha llegado el momento de responsabilizar a Turquía porque, si no se hace, Ankara creerá que se puede librar de todo lo que está haciendo en Artsaj en estos momentos», ha declarado Zemenides al Register. El mes pasado, siete senadores de EE.UU. aprobaron una ley para investigar las violaciones de los derechos humanos llevadas a cabo por Azerbaiyán y Turquía «en el territorio del sur del Cáucaso».
Hamparian ha dicho que no solo es necesario que Estados Unidos condene los crímenes de Azerbaiyán, sino que debe dejar de ayudar militarmente a la nación que viola el derecho: «Incluso cuando las bombas caen sobre Artsaj, ¡están recibiendo ayuda!».
Varios expertos han insistido en que hay que dar a conocer públicamente -y hay que avergonzar- a la amplia red de grupos de presión de Washington, muy bien pagados, que trabajan en favor de Turquía y Azerbaiyán. Zemenides los ha descrito como seguidores de la máxima: «Cualquier cosa que el dinero pueda comprar, más dinero lo puede comprar».
¿Reconocimiento de Artsaj?
El representante para Artsaj, Avetisyan, cree que el reconocimiento de la existencia de la república sería de gran ayuda, un escenario comparable al reconocimiento estadounidense de Kosovo como estado independiente en 2008 para, así, mitigar los planes destructivos de Serbia contra ese país. Rubin lo considera un modo de proporcionar al gobierno estadounidense un modelo que le es familiar. La republicana Grace Napolitano ha hecho un llamamiento para el reconocimiento de Artsaj.
Pero los defensores de esta posibilidad le han dicho al Register que cada vez que intentan que el Departamento de Estado reconozca el desastre que están sufriendo los armenios en el sur del Cáucaso, se topan con un muro. Washington está preocupada por las elecciones presidenciales.
Aunque Francia, Rusia y Estados Unidos emitieron un comunicado conjunto el mes pasado en el que hacían un llamamiento para un cese de «hostilidades» en la región, no fue muy convincente. Las tres naciones conforman el triunvirato que negoció la tregua de 1994 bajo los auspicios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). De hecho, el acuerdo de paz alcanzado este mes, firmado por Rusia, Azerbaiyán y Armenia, excluye a Estados Unidos y Francia de una futura participación, de iure y de facto.
Diplomacia, palabra mágica
Contrariamente al supuesto según el cual Irán apoyaría a Azerbaiyán en base a la religión -Azerbaiyán es uno de los pocos países en los que, como Irán, la mayoría musulmana practica una forma de islam chií-, la verdad es que Irán es sensible a la cultura armenia.
Rubin, del AEI, ha explicado al Register: «Cuando vivía en Irán, mi casa estaba en el barrio armenio de Isfahan. Los armenios se asentaron en Isfahan hace más de 400 años, después de que el sha Abbas I los reubicara a la fuerza. El área está llena de iglesias armenias, tiendas armenias y carteles señalando la conmemoración del Medz Yeghern [Gran Crimen, como llaman los armenios al genocidio del 1915-1923]. Los shas persas o iraníes siempre han interactuado con los armenios, han comprendido y apreciado la cultura armenia e incluso tuvieron entre sus asesores de más confianza a armenios. Asimismo, Rusia y Armenia siempre han tenido una afinidad cultural. Y Armenia tiene en su territorio una base militar rusa».
«Teherán y Washington no necesitan ser amigos o aliados para estar interesados en contrarrestar la agresión de Baku», continua Rubin. «Aliyev ha demostrado claramente sus intenciones cuando implicó a Turquía y a mercenarios sirios apoyados por Turquía. Allá donde vayan los mercenarios sirios de Turquía, van Al Qaeda y el Estado Islámico, por lo que el interés mutuo es evidente».
Añade: «Irán y Estados Unidos tal vez sean enemigos, pero también han hecho causa común. Tras la caída de los talibanes, Teherán y Washington trabajaron juntos para establecer el nuevo gobierno afgano. Irán y Estados Unidos también están en el mismo lado en la lucha contra el Estado Islámico».
«Lo que digo es que muchos países consideran un error lo que está sucediendo en Armenia y trabajan para revertir la situación, a pesar de que no estén de acuerdo entre ellos en nada más. De eso trata la diplomacia», dice Rubin. También cree que dentro del establishment estadounidense de toma de decisiones políticas, «la gente ha abierto los ojos a la amenaza que representa Turquía«.
En lo que respecta a Azerbaiyán, el analista del AEI explica que «Azerbaiyán mantuvo una postura amiga cuando colaboró con la lucha antiterrorista a partir de 2001; pero el hecho de que ahora se alíen con mercenarios sirios para atacar a los pueblos e iglesias cristianos sugiere que ya no es un socio fiable«.
Heydar Aliyev, miembro del Politburo soviético y alto cargo del KGB (según la CIA), gobernó Azerbaiyán desde 1993 hasta su muerte en 2003. (La primera represión contra los armenios tuvo lugar en 1988.) Su hijo, Ilham, heredó el país y también, gracias a la corrupción, una red millonaria de recursos en paraísos fiscales, según informa el International Consortium of Investigative Journalists [Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación]. Hace tres años, el presidente Aliyev nombró a su esposa vicepresidenta.
Rubin concluye: «No es más que otra dictadura familiar que no interesa a Estados Unidos».
Con información de Religión en Libertad/Elena Faccia Serrano