En su tercera audiencia general, León XIV hizo una advertencia:
Cuando no nos sentimos apreciados ni reconocidos, incluso corremos el riesgo de vendernos al primer postor.
Y, entre otras, hizo dos afirmaciones que no pueden ser pasadas por alto
- Es Dios quien «sale varias veces a buscar a quienes esperan dar sentido a sus vidas» y
- Jesús «no hace clasificaciones, lo da todo a quienes le abren el corazón».
Dijo el Papa:
El mercado es el lugar de los negocios, donde lamentablemente el afecto y la dignidad también se compran y venden, buscando obtener ganancias.
Y cuando no nos sentimos apreciados ni reconocidos, incluso corremos el riesgo de vendernos al primer postor. El Señor, en cambio, nos recuerda que nuestra vida vale algo, y su deseo es ayudarnos a descubrirlo. Por lo tanto, no debemos desanimarnos, incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, a pedir a Dios «que nos alcance donde lo esperamos».
En las escaleras de la Basílica Vaticana, León XIV, al iniciar la catequesis, dijo que la parábola de los trabajadores de la viña es «una historia que alimenta nuestra esperanza»
Esperanza porque, si bien es cierto que a veces somos incapaces de encontrarle sentido a nuestra vida y nos sentimos inútiles, inadecuados, como trabajadores que esperan en la plaza del mercado a que alguien los lleve a trabajar… si «el tiempo pasa, la vida transcurre y no nos sentimos reconocidos ni apreciados» o tal vez «no llegamos a tiempo, otros se nos adelantaron o las preocupaciones nos han frenado en otro lugar»…entonces el dueño de la viña abre nuevos horizontes, saliendo varias veces a buscar a alguien que pueda trabajar en su tierra, por la mañana, al mediodía y también al final de la tarde.
Esto fue lo que dijo este miércoles León XIV durante su tercera audiencia general:
Queridos hermanos y hermanas ,
Quisiera volver a reflexionar sobre una parábola de Jesús. Esta también es una historia que alimenta nuestra esperanza. A veces, de hecho, sentimos que no encontramos sentido a nuestra vida: nos sentimos inútiles, inadecuados, como trabajadores que esperan en la plaza del mercado a que alguien los lleve al trabajo. Pero a veces el tiempo pasa, la vida transcurre y no nos sentimos reconocidos ni apreciados. Quizás no llegamos a tiempo, otros se nos adelantaron o las preocupaciones nos han mantenido en otro lugar.
La metáfora de la plaza del mercado es también muy apropiada para nuestros tiempos, porque el mercado es el lugar de los negocios, donde lamentablemente el afecto y la dignidad también se compran y venden, intentando ganar algo. Y cuando no nos sentimos apreciados, reconocidos, incluso corremos el riesgo de vendernos al primer postor. El Señor, en cambio, nos recuerda que nuestra vida vale algo, y su deseo es ayudarnos a descubrirlo.
Incluso en la parábola que comentamos hoy, hay obreros esperando a que alguien los contrate por un día. Nos encontramos en el capítulo 20 del Evangelio de Mateo, y aquí también encontramos a un personaje con un comportamiento inusual, que sorprende y cuestiona. Es el dueño de una viña, que sale personalmente a buscar a sus obreros. Evidentemente, quiere establecer una relación personal con ellos.
Como decía, esta es una parábola esperanzadora, pues nos cuenta que este amo sale varias veces a buscar a quienes esperan encontrarle sentido a sus vidas. Sale inmediatamente al amanecer y luego, cada tres horas, regresa a buscar obreros para enviar a su viña. Siguiendo esta secuencia, tras haber salido a las tres de la tarde, no habría motivo para volver a salir, pues la jornada laboral terminaba a las seis.
Este maestro incansable, que quiere valorar la vida de cada uno de nosotros a toda costa, se va a las cinco. Los trabajadores que se quedaron en la plaza del mercado probablemente habían perdido toda esperanza. Ese día fue en vano. Y, sin embargo, alguien aún creía en ellos. ¿Qué sentido tiene contratar trabajadores solo para la última hora de la jornada? ¿Qué sentido tiene ir a trabajar solo una hora? Y, sin embargo, incluso cuando parece que podemos hacer poco en la vida, siempre vale la pena. Siempre existe la posibilidad de encontrarle sentido, porque Dios ama nuestra vida.
Y aquí la originalidad de este amo se aprecia también al final de la jornada, a la hora de la paga. Con los primeros trabajadores, los que van a la viña al amanecer, el amo había acordado un denario, que era el coste típico de una jornada de trabajo. A los demás les dice que les dará lo justo. Y es precisamente aquí donde la parábola vuelve a interpelarnos: ¿qué es justo? Para el amo de la viña, es decir, para Dios, es justo que cada uno tenga lo necesario para vivir. Ha llamado personalmente a los trabajadores, conoce su dignidad y, en base a ella, quiere pagarles. Y les da a cada uno un denario.
La historia cuenta que los obreros de la primera hora están decepcionados: no pueden ver la belleza del gesto del maestro, que no fue injusto, sino simplemente generoso; no solo se fijó en el mérito, sino también en la necesidad. Dios quiere dar a todos su Reino, es decir, vida plena, eterna y feliz. Y así hace Jesús con nosotros: no hace clasificaciones; a quienes le abren el corazón, se entrega por completo.
A la luz de esta parábola, el cristiano de hoy podría verse tentado a pensar: «¿Para qué empezar a trabajar de inmediato? Si la remuneración es la misma, ¿para qué trabajar más?». A estas dudas, San Agustín respondió así: «¿Por qué, entonces, tardas en seguir a quien te llama, estando seguro de la recompensa pero incierto del día? Cuídate de no quitarte, por tu demora, lo que él te dará según su promesa.» [1]
Quisiera decirles, especialmente a los jóvenes, que no esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. No se demoren, arremánguense, porque el Señor es generoso y no quedarán defraudados. Trabajando en su viña, encontrarán respuesta a esa pregunta profunda que llevan dentro: ¿cuál es el sentido de mi vida?
Queridos hermanos y hermanas, ¡no nos desanimemos! Incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, pidamos al Señor que vuelva a salir y nos encuentre donde lo esperamos. ¡El Señor es generoso y vendrá pronto!
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[1] Discurso 87, 6, 8 .