«Tomé mi nombre por León XIII quien afrontó la defensa de la dignidad, la justicia y el trabajo»

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León XIV habló este sábado a los cardenales reunidos en el Vaticano y confesó que «tomé mi nombre por León XIII quien afrontó la defensa de la dignidad, la justicia y el trabajo»

Este es el texto completo del discurso del Papa:

Hermanos cardenales: 

Los saludo y les agradezco a todos por este encuentro y por los días que lo han precedido,  dolorosos por la pérdida del Santo Padre Francisco, arduos por las responsabilidades afrontadas juntos  y, al mismo tiempo, según la promesa que Jesús mismo nos ha hecho, ricos de gracia y de consolación  en el Espíritu (cf. Jn 14,25-27). 

Ustedes, queridos cardenales, son los más estrechos colaboradores del Papa, y esto me sirve de  consuelo al aceptar un yugo que claramente supera no sólo mis fuerzas, sino a las de cualquier otro.  Su presencia me recuerda que el Señor, que me ha confiado esta misión, no me deja solo con la carga  de esta responsabilidad. Ante todo, sé que cuento siempre, siempre, con su auxilio, el auxilio del  Señor, y, por su Gracia y Providencia, con la cercanía de ustedes y de tantos hermanos y hermanas  que en el mundo entero creen en Dios, aman a la Iglesia y sostienen con la oración y las buenas obras  al Vicario de Cristo. 

Mi agradecimiento al Decano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re — merece un aplauso, al menos uno, si no más— que, con su sabiduría, fruto de una larga vida y de  muchos años de fiel servicio a la Sede Apostólica, nos ha ayudado mucho en este tiempo. También  agradezco al Camarlengo de la Santa Iglesia romana, el cardenal Kevin Joseph Farrell —creo que está  aquí presente—, por el valioso y difícil papel que ha desempeñado durante el tiempo de la Sede  Vacante y la convocación del cónclave. Dirijo también mi pensamiento a los hermanos cardenales  que, por razones de salud, no han podido estar presentes y, junto con ustedes, me uno a ellos en  comunión de afecto y oración. 

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En este momento, a la vez triste y alegre, envuelto providencialmente en la luz de la Pascua,  quisiera que contempláramos juntos el tránsito del recordado Santo Padre Francisco y el cónclave  como un acontecimiento pascual, una etapa del largo éxodo a través del cual el Señor sigue  guiándonos hacia la plenitud de la vida. En esta perspectiva, confiamos al «Padre de las misericordias  y Dios de todo consuelo» (2 Co 1,3) el alma del Pontífice difunto y también el futuro de la Iglesia. 

El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los  hermanos, y nada más que esto. Lo han demostrado bien los ejemplos de muchos de mis predecesores,  como el del Papa Francisco mismo, con su estilo de total dedicación al servicio y de sobria  esencialidad de vida, de abandono en Dios durante el tiempo de la misión y de serena confianza en el  momento del retorno a la Casa del Padre. Recojamos esta valiosa herencia y retomemos el camino,  animados por la misma esperanza que nos viene de la fe. 

Es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, y continúa a  reavivarla en la esperanza, a través del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el  Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5). A nosotros nos toca ser dóciles oyentes de su voz y  ministros fieles de sus designios de salvación, recordando que Dios ama comunicarse, más que en el fragor del trueno o del terremoto, en «el rumor de una brisa suave» (1 R 19,12) o, como lo traducen  algunos, en una “sutil voz de silencio”. Este es el encuentro importante, que no hay que perder, y  hacia el cual hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios que nos ha sido confiado. 

En los días pasados hemos podido ver la belleza y sentir la fuerza de esta inmensa comunidad  que, con tanto afecto y devoción, ha despedido y llorado a su Pastor, acompañándolo con la fe y la  oración hasta su encuentro definitivo con el Señor. Hemos visto cuál es la verdadera grandeza de la  Iglesia, que vive en la variedad de sus miembros, unidos a su única Cabeza, Cristo «Pastor y  Guardián» (1 P 2,25) de nuestras almas. Ella es el vientre en el que también nosotros fuimos  generados y, al mismo tiempo, la grey (cf. Jn 21,15-17), el campo (cf. Mc 4, 1-20) que se nos ha  entregado para que lo cuidemos y lo cultivemos, lo alimentemos con los Sacramentos de salvación y  lo fecundemos con la semilla de la Palabra, de manera que, sólido en la concordia y entusiasta en la  misión, camine, como una vez los israelitas en el desierto, a la sombra de la nube y a la luz del fuego  de Dios (cf. Ex 13,21).

Y a este propósito, quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a  la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio  Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la  Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas  fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de  toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la  atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como  la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo  valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n.  84, CONCILIO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2). 

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Se trata de los principios del Evangelio que animan e inspiran, desde siempre, la vida y la obra de  la Familia de Dios; de los valores a través de los cuales el rostro misericordioso del Padre se ha  revelado y continúa a revelarse en el Hijo hecho hombre, esperanza última de todos los que busquen  con ánimo sincero la verdad, la justicia, la paz y la fraternidad (cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Spe  salvi, 2; Francisco, Bulla Spes non confundit, 3). 

Precisamente, al sentirme llamado a proseguir este camino, pensé tomar el nombre de León XIV.  Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum  novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la  dignidad humana, de la justicia y el trabajo. 

Queridos hermanos, quisiera terminar esta primera parte de nuestro encuentro haciendo mío ―y  proponiéndoselo también a ustedes― el deseo que san pablo VI, en 1963, expresó en el inicio de su  ministerio petrino: «Que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a  todos los hombres de buena voluntad, allanando los caminos de la colaboración recíproca y que  atraiga sobre la humanidad, la abundancia de la benevolencia divina, la fuerza misma de Dios, sin  cuya ayuda nada vale ni nada es santo» (Primer Mensaje al mundo entero Qui fausto die, 22 junio  1963). 

Que sean también estos nuestros sentimientos y, con la ayuda del Señor, los traduzcamos en  oración y compromiso. Gracias.  

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