La opinión de un pobre tonto, malvado, estúpido e ignorante, como yo, sobre Trump y el populismo.

Gladium
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Vivimos en tiempos donde emanan leche y miel, donde ha triunfado, o así nos lo han querido vender varios intelectuales como Fukuyama, el discurso globalista-liberal. Hemos llegado al fin de los tiempos, donde la Humanidad, en general, ha llegado por un proceso dialéctico entre las luchas de diversas ideologías o religiones que han planteado al hombre su razón de ser en el mundo. Ante todas ellas, nos dicen, el iluminismo ilustrado liberal ha terminado por vencerlas. Quizá, nos diría el pensador estadounidense ya antes referido, emerjan como un hongo ponzoñoso, movimientos que traten de sustituir este nuevo metarrelato que termina con los metarrelatos. Así, el liberalismo se vende como la filosofía que desenmascara los mitos que las comunidades humanas van creando para darse un sentido en su realidad histórica o comunitaria. La total liberación de todo es lo que nos venden: Desde nuestras tradiciones hasta nuestro cuerpo. Toda esta nueva humanidad a costa de dejar de preguntar y dar por sentado sus dogmas. La renuncia a la filosofía primera, a crear vínculos comunitarios, que pese a quien le pese, debe ser sustentado por la noción de jerarquías, etc. El liberalismo y el globalismo que hoy en día nos han envuelto, son los verdaderos liberadores de la humanidad. Sin embargo, esa liberación del hombre de la superstición tiene su origen en el cristianismo. Y el cristianismo, querámoslo ver o no, es la gran victima de nuestra época. Pues el liberalismo, como parasito, le roba las ideas al cristianismo y trata de matarlo desde sus raíces. Y así, el liberalismo robándole las ideas al cristianismo, como lo señala el Dr. Juan Carlos Moreno Romo, el mismo Remi Brague y el filósofo escoces MacIntyre, se pretende adjudicar a sí mismo el ser el vencedor de la superstición y promotor de las luces, cuando eso ya se veía en los Padres de la Iglesia y sobre todo con San Agustín. Pero bueno, a ellos les falto dar el último paso definitorio, como diría Fukuyama.

La bondad de éste nuevo mundo no termina aquí. Triturados las supersticiones de la tradición y la tiranía de la sexualidad que influye en el cuerpo o de la familia, este nuevo Imperio del Bien, como lo llamaba Philippe Muray, nos propone una democracia donde ya las jerarquías no existan y donde el individuo (no ya la persona) libremente haga y diga lo que quiera. Y entre más te despegues de tus jerarquías o tradición, más ajeno te volverás a los otros, que pueden llegar a ser muy peligrosos (incluso un ente contagioso y contaminado con Covid-19 o, en el peor de los casos, Sida). Divide y vencerás, es el lema del triunfalismo liberal. Pues individualizados las personas de tal manera, alejadas de su nicho familiar, comunitario, etc, estos no tienen forma común en nada y, por lo tanto, entre los habitantes del Imperio del Bien, ellos mismos no pueden defenderse ni defender intereses en común. Y no solo les han arrebatado su capacidad de trabajo, como diría Marx, sino incluso la capacidad de hacer comunidad. Pues en nombre de la igualdad, de la libertad, de la Humanidad, de la emancipación de los débiles sobre los fuertes (sea de la mujer sobre su esposo y de los hijos sobre sus padres), nos han quitado nuestra naturaleza comunitaria. Eso incluso se ve en las ciudades, pues los centros comunitarios por excelencia, como la Catedral, es sustituido por los comercios burgueses.

Triunfando por doquier, particularizando y atomizando el mundo, el liberalismo, sabedor de su victoria, cree saber que debe velar por la Humanidad en general. Pues las personas convertidas en individuos, en átomos con un movimiento aleatorio sin rumbo, necesitan protección. No queda más que correr al Leviathan. Pero el nuevo Leviathan no es ahora un Estado particular, sino un Estado universal que se ha devorado el Derecho. Con la excusa de evitar lo ocurrido del siglo XX, el liberalismo ha absorbido toda teoría cosmopolita y pretende erigirse como defensor de la Humanidad, y aquellos que no estén con la Humanidad, es decir, con la democracia liberal, están contra ella. Posterior a las terribles guerras mundiales, que no fueron más que guerras de religiones seculares, se inauguro la idea de Naciones Unidas, donde afirmando que se debe velar por proteger a la persona de los Estados para que no vuelva a ocurrir estos lamentables sucesos. Surgen los derechos humanos, que en un principio parecían tener un fundamento en la ley natural, pero que ese fundamento fue puesto en duda por lo más rigurosos positivistas y el fundamento fue puesto en duda. Se sabe de la discusión tenida entre católicos y kantianos sobre la pregunta del fundamento último. No fue hasta que un importante pensador francés, que ya había estado en las discusiones de Naciones Unidas, pronunció quizá las más lamentables palabras que ha podido pronunciar un filósofo, y quizás, para este tonto, poco profundo, ignorante y sucio estudiante de filosofía que escribe esto, ha sido la derrota clave del catolicismo en el siglo XX: “No hace falta preguntar el fundamento porque no podemos llegar a ningún acuerdo. Vamos solo por las formas, pues en eso estamos de acuerdo.” Estas palabras me recordaron al juicio de Voegelin sobre el pensador moderno: “La negación de las preguntas”. Quizás por ello, que a buena ciencia no lo sé, el pensador alemán puso entre las reflexiones gnósticas al neotomismo. Sin fundamento alguno, como lo es la ley natural, que pese a quien le pese, este fundamento nos propone la posibilidad de poder hablar de un bien común, no queda más fundamento que la voluntad humana. Es decir, para no poner más palabras en este escrito: No tienen fundamento, ninguno. El derecho queda a merced de la voluntad de los organismos internacionales, que enmascaran esta carencia de fundamento con la idea de dignidad humana, pero, como señalaría Puppink, es ambiguo sin el fundamento de la ley natural. ¿Por qué es ambiguo? Simple: ¿Cómo puede hablarse dignidad humana si metafísicamente le pensamos como un ser que ha surgido de la nada y necesidad, o por el choque fortuito de los átomos? Sin teleología, sin logos, sin Dios como fundamento detrás de la persona humana, es imposible hablar de dignidad humana bien fundamentada. El derecho entonces cae en las caprichosas manos de unos cuantos. El derecho ya no es algo que surge naturalmente por el pueblo, sino que queda sumiso ante el poder de un Estado Internacional. Cesar, ahora, tiene el poder que deseaba. Cesar ha vuelto a ser un dios. Y en nombre de la humanidad este nuevo Cesar habla en nombre de la humanidad porque posee el derecho. Aquellos que hablan en nombre de la Humanidad, diría Schmitt, son el peor tirano de todos. Y así, los institutos internacionales, velando por el bien de todos, van imponiendo y legislando derechos que atentan contra la identidad de un pueblo u nación. Y si no son cumplidos estos protocolos, en el nombre del Bien, serán castigados con todo el dolor del noble corazón liberal, mediante deudas financieras pesadas o, en el peor de los casos, mediante amenazas nucleares.

Sin embargo, a este mundo que se ha pintado como la plenitud de la Historia le han surgido ciertos piojos indeseados que le plantean cierta resistencia necia. Estos son los movimientos populistas. Estos se han visto en Brasil, Estados Unidos, Europa. Los intelectuales, defensores del proyecto de liberal y del Estado de Derecho, se apresuran a señalar las dolencias de estos grupos. No vamos a negar muchas realidades de los movimientos populistas: Que presentan un concepto de pueblo equivocado, sí; con ideas que pueden tender a actos violentos e incluso un rechazo por el extranjero, sí; que llegan a tender a teorías pseudo-científicas y a teorías de la conspiración, sí. Sin embargo, si llegamos a ver lo que esconden estas reacciones se observa que por detrás esta el malestar del mundo liberal. Me aventuro a decir que los populismos son una reacción, quizá mal llevada, pero necesaria ante el mundo liberal globalizado. Estos discursos, ante la atomización de la sociedad, proponiendo una imagen falseada de pueblo, lo que están haciendo es mostrar una fisura que esta lastimando a las comunidades humanas que el mundo liberal les ha causado. Esto es la de la atomización de las personas, que por ello se transforman en individuos, y que no les permite luchar por bienes comunes.

Ver como amenaza estos grupos me parece equivocado, antes bien, debemos verlos como una oportunidad para volver a buscar otra dimensión social que el mundo liberal nos ha privado. Esta dimensión es la conexión del ser humano con un cuerpo social y con su propio cuerpo carnal que le ha llegado a arrebatar. Lo que en el fondo nos invitan es el de defender nuestro propio terruño ante los intereses internacionales que no les importa en sí el pueblo.

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