Si las apariciones del Resucitado que escuchamos en el domingo anterior fueron a puerta cerrada (aparición del Resucitado a los Apóstoles y encuentro cara a cara con Tomás), ahora nos encontramos con una aparición a campo abierto, al aire libre, en ese lugar tan conocido por los pescadores, en una barca que les sirve como instrumento para realizar el trabajo cotidiano.
Resaltemos algunas escenas: (Jn 21,1-19)
1ª. Pesca infructuosa durante la noche (v. 1-3). Tal vez Pedro se ha cansado de aquel encerramiento, aquella experiencia que aún no alcanza a comprender y desea volver a su oficio, a su trabajo que realizó toda su vida, o pudo ser movido por la necesidad de buscarse el alimento de cada día, lo que le llevó a tomar la decisión de salir, y dijo: “Voy a pescar”; a esa iniciativa se unen los demás: “Vamos contigo”. Están mostrando la unidad que existe. Fue una noche infecunda. Parece que salen con la autosuficiencia de siempre, han olvidado lo que un día les dijo el Maestro: “Sin mí no podéis hacer nada”. Confían en su experiencia, en el conocimiento que tienen del lago. Echan las redes como siempre, pero la pesca es nula.
2ª. Pesca con grandes resultados (v. 4-6). Al amanecer se presenta Jesús y dirigiéndose con mucha familiaridad a los pescadores, dice: “Muchachos ¿han pescado algo?”. Aquella llamada interrumpe el trabajo, les hace conscientes del fracaso; se dan cuenta que el arduo trabajo de la noche no ha producido frutos. Jesús les dice: “Echen la red al lado derecho de la barca y pescarán”. Dos elementos importantes, aquellos pescadores hacen caso a un
desconocido y Aquel desconocido les enseña sobre su oficio; así lograron peces en abundancia hasta llenarse las redes y se da lo que llamamos: “La pesca milagrosa”. Sin Jesús podemos echar las redes en la parte equivocada; reconozcamos que necesitamos a Jesús para que nos oriente al echar las redes.
3ª. El reconocimiento del Señor (v. 7). El discípulo amado que es Juan, le dice a Pedro: “Es el Señor”. Juan sabe leer los signos, posee una mirada diferente que la fe y el amor la han vuelto penetrante; cuenta con una sutil intuición. Pedro es más testarudo y tardo para comprender, pero mantiene el temperamento impulsivo y se echa al agua. La reacción de Pedro no se dejó esperar, no dudó un instante en lanzarse al agua, buscando la orilla para reencontrarse con Jesús. Allí le esperaba una vez más su confidente, con la mesa preparada al calor de las brasas. Nuevos recuerdos para Pedro. En Jn. 18,18, leemos: “Cuando Jesús entró en el atrio del sumo sacerdote para ser interrogado, los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y junto con ellos, estaba también Pedro calentándose”. Era el frío gélido de quien había renegado de su Maestro. Pero Jesús no los regaña, los invita a una fiesta entre amigos: “Vengan a comer”, reconoce el cansancio que produce una jornada infructuosa; ese desaliento e impotencia de no lograr resultados a pesar del esfuerzo. La cena de la traición recuperaba en esta nueva escena el calor del amor incondicional, de la fiel amistad, de la acogida fraterna. Era el mismo Jesús quien les invitaba a degustar de la copiosa redada: “Vengan y coman. Y tomando el pan se lo da, y de igual modo el pez” Era la señal del reencuentro. Había que celebrarlo en silencio, con la emoción entrecortada de quien es incapaz de articular palabra alguna. Desde entonces y para siempre, el pan y el pez serán para los creyentes el signo eucarístico de la presencia sacramental del Resucitado. Escarbando en el rescoldo de las cenizas, Jesús volvía a encender en sus discípulos la llama de una fe acrisolada por la prueba.
4ª. Coloquio con Pedro. Durante el almuerzo hay silencio, no hay reclamos de nada, no hay euforia por su aparición. Jesús se aparta con Pedro para tener aquel coloquio; es momento de rendir cuentas; es momento de arreglar cara a cara con el interesado aquel asunto, sin duda bochornoso, de la negación; es importante aclarar las cosas. Jesús parece decirle: “No he venido a juzgarte”; vuelvo a ti para preguntarte después de estos tiempos difíciles por los que has pasado: “¿Aún me amas?” ¿Esos remordimientos que has tenido, no han destruido la amistad que nos unía? ¿Ese sentimiento de culpabilidad que debes haber sentido, no han secado la fuente del amor que un día me profesaste? Jesús parece decirle: no me importa el pasado, me interesa saber si todavía me amas. Jesús no se fija en el pasado de Pedro, le está entregando el futuro. Muchos han pensado que la penitencia que Cristo le impone a Pedro es el encargo que se le ha confiado. Pedro se hace de fiar cuando toma conciencia de su debilidad, no cuando se siente seguro de sí mismo. Pedro toca fondo y responde desde su debilidad: “Tú sabes que te amo”. Allí viene el encargo de “pastorear las ovejas”; ser guía con palabras y testimonio, alimentar y cuidar el rebaño.
Termina el Evangelio con la indicación a Pedro: “Sígueme”; esto para indicar que sólo cuando se acepta la lógica de la cruz, cuando nos declaramos dispuestos a seguir el mismo itinerario de la pasión y muerte del Maestro, solamente entonces se llega a ser verdaderamente sus discípulos. Seguir a Jesús es vivir la pasión de cada día y la muerte sin miedos. Se sigue a Alguien que murió en la cruz, que a los ojos humanos fue un fracasado, pero desde la fe, vemos el triunfo en la cruz. Hermanos, no rechacemos la pasión y la cruz; sigámoslo por ese camino que Él ha elegido.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!