Hay momentos en la historia de la Iglesia en los que la tibieza no es una opción, y este es uno de ellos. Mientras los enemigos de la fe avanzan con estrategias bien calculadas, dentro de la Iglesia se fragua una tentación que puede llevar a su demolición interna: la de abrazar el mal menor, una estrategia de mera supervivencia que, en vez de defender el depósito de la fe, lo entrega a los pies del mundo.
La tentación del mal menor ha encontrado su camino en ciertos sectores del conservadurismo eclesial. Un conservadurismo acomodaticio, burgués, sin esperanza escatológica ni fuerza martirial. Un conservadurismo que baja las banderas apenas comienza la batalla. Que prefiere asegurar una cuota de poder, un asiento en la mesa, antes que enfrentar el combate doctrinal y espiritual que exige esta hora crítica.
Y en ese contexto aparece un nombre: Pietro Parolin. El cardenal secretario de Estado, conocido por su desastrosa gestión diplomática, empieza a ser presentado como un “mal menor” frente a los perfiles ultraliberales y progresistas que se lanzan, casi teatralmente, como amenaza para orientar a los conservadores hacia una opción «menos mala». Una jugada sibilina, perfectamente diseñada.
Pero el mal menor, en este caso, puede ser un mal catastrófico.
Parolin no es un moderado, es un claudicador.
- Ha entregado el poder político de la Iglesia en China al Partido Comunista.
- Ha pactado, sin transparencia ni dignidad, la cesión del nombramiento de obispos a una dictadura atea y represiva.
- Ha cedido una basílica pontificia en España, símbolo de los mártires de la fe, sin sensibilidad, sin resistencia, sin memoria.
- Es un negociador pésimo, un hombre sin estrategia ni principios visibles, cuya hoja de ruta ha sido siempre la rendición.
¿Es este el “mal menor” que algunos quieren? ¿Un pontificado que ya nace entregado a los poderes de este mundo? ¿Un Papa que se arrodille ante los enemigos de la Iglesia en nombre de una paz cómoda pero infiel al Evangelio?.
La historia ya ha demostrado que los cobardes no salvan a la Iglesia. Si los cardenales conservadores ceden ante la tentación del mal menor por miedo al progresismo rampante, entregarán las llaves de San Pedro a quien ha demostrado ser incapaz de defender el legado de los mártires, de los confesores, de los santos.
Francisco, con todas sus ambigüedades doctrinales y su autoritarismo en el gobierno, no fue cobarde. Pero un pontífice que renuncia incluso a la defensa simbólica, espiritual y política de la Iglesia, podría ser mucho peor. No se trata solo de ideas, sino de coraje. No se trata solo de diplomacia, sino de fe.
Hoy más que nunca, la Iglesia necesita pastores con espaldas fuertes y rodillas firmes ante Dios, no ante el mundo. Que el conservadurismo no se convierta en colaboracionismo. Que no vendan el alma de la Iglesia a cambio de una estabilidad que será solo la antesala de su disolución progresiva.
Porque el mal menor, en este caso, no es menor. Es un error trágico, tal vez irreversible.
Por JAIME GURPEGUI.
JUEVES 1 DE MAYO DE 2025.
INFO VATICANA.