Hoy es Segundo Domingo de Pascua. La Iglesia también le llama Domingo de la Misericordia porque de manera especial recalca el profundo amor de Jesús que se compadece y se abaja a nuestra miseria, a nuestra fragilidad necesitada de ayuda y compasión. Jesús nos mostró el verdadero rostro de Dios Padre y ese rostro no es otro que el del Dios lleno de amor y de misericordia por los hombres, y de manera especial, por los pecadores.
El Evangelio nos remite a una de las escenas de las apariciones de Jesús después de haber resucitado. Los discípulos están encerrados con las puertas atrancadas, tienen miedo de sufrir la misma suerte que su maestro y en medio de su miedo y desolación, Jesús aparece dándoles su paz, la paz que ha nacido de su pasión en la que sufrió una inaudita violencia, la paz que nace del perdón y el amor, la paz que es resultado de hacer la voluntad de Dios. Y les dice “la paz esté con ustedes” y enseguida muestra las manos y el costado traspasado. No hay duda, no es un fantasma ni una alucinación.
El mismo Jesús que fue crucificado y traspasado por la lanza del soldado, es el mismo que ahora muestra los signos de la tortura y el sacrificio. Han dejado de ser signos de sufrimiento y muerte para convertirse en signos del amor que no fue vencido, ni por la violencia, ni por la muerte. ¿Por qué no desaparecen las llagas del Señor? Porque son el testimonio de su amor porque ya no son señales vergonzosas, sino marcas gloriosas, testimonio del amor que vence. Ellas nos enseñan que el sufrimiento y el sacrificio son parte del amor y sus discípulos reconocen en estos signos la verdad de la resurrección.
Tomás no estaba con ellos, y cuando le cuentan duda, y tiene razón en dudar. No era creíble que Jesús, después de su martirio en la cruz, estuviera vivo. Por eso dice con todo realismo, “si no meto mis dedos en sus manos y mi mano en su costado, no creeré”. Y ocho días después, Jesús acepta el reto y lo invita a palpar su carne herida. Le dice, “mete tus dedos en mis manos y tu mano en mi costado”.
Tomás se rinde y hace una grandiosa declaración de fe cuando le dice, “Señor mío y Dios mío”. Como a Tomás, a ti también Jesús te invita a que experimentes su inmenso amor, su misericordia, a que te adentres a palpar su corazón y a que en sus manos heridas descubras cuánto te ama, cuánto vales para él que ha dado la vida por ti. Ojalá y como Tomás también puedas decirle a Jesús, “Señor mío y Dios mío”.
Hazlo, Señor, dueño de tu vida, y ponlo por encima de todos y de todo, de tal manera que sea tu Dios y tu Señor. Jesús, como a Tomás también te dice, no sigas dudando. Da el paso de la fe que es un paso de amor.
Significa en primer lugar que descubras el inmenso amor que Jesús, que te dejes amar por él y, en segundo lugar, que correspondas con amor a ese inmenso amor de Jesús que hoy se nos aparece glorioso y resucitado.
Feliz domingo de Pascua. Dios te bendiga.