A todos los buenos y santos obispos y presbíteros en el Jueves santo 2025

Guillermo Gazanini Espinoza

El inicio del triduo sacro este 2025 tiene por antesala el hecho especial de que los obispos, reunidos con su presbiterio, renueven las promesas sacerdotales, bendiga los óleos y consagre el crisma dando especial significado al hecho de que los sacramentos gravitan en torno al misterio pascual que comenzó en esa celebración de ramos con la entrada mesiánica de Jesús a Jerusalén.

El hecho de la institución de la eucaristía remite a esta particularidad de amor donde dos sacramentos tienen su origen en una cena íntimamente ligada a las fiestas de liberación del Pueblo de Israel. Y a pesar de las controversias, sobre si Jesús celebró una cena distinta o efectivamente la Pascua, la eucaristía del Jueves Santo tiene este sentido festivo y comunitario recordándonos que la misma celebración es una remisión al servicio y la humillación de Jesús para comprender el precepto cristiano de la caridad fraterna como un mandato.

Es obvio que, en la comunidad, esto adquiere una dimensión celebrativa donde clérigos y laicos realizan el memorial hasta el regreso del Señor. Este es un día típicamente sacerdotal, instituido y baitismal, un tiempo especial donde estamos llamados a reflexionar sobre uno de estos misterios, el del orden sacerdotal, tan alabado y vituperado, tan querido y defenestrado y del sacerdocio bautismal, tan ignorado y soterrado.

Sirva este inicio del triduo sacro para hacer un sincero acto de fe hacia todos los buenos y santos obispos y sacerdotes  que han puesto en nuestros vidas impronta indeleble en nuestras existencias. Desde esos párrocos heróicos que nos iniciaron en  la fe hasta los obispos íntegros que nos confirmaron; desde el buen sacerdote que animo nuestra fe para recibir a Cristo bajo las especies de la Eucaristía y nuestros confesores y directores sabios que nos han dado el buen consejo, la reprensión correcta y la absolución que salva.

El sacerdocio de Cristo es más necesario que nunca porque el mundo requiere de hombres libres, viriles, no presos por ideologías ni chantajeados por denigrantes “novedades” homosexualistas; de sacerdotes y obispos bien plantados en el don y misterio de su vocación,  con una identidad a la de Jesucristo, pero sin los barroquismos que lo pinten como superhombre, el cuasiángel que todo lo podía y todo lo sabía. Las particulares circunstancias por las que pasa nuestro país exigen de nuestros clérigos un acto de fe adulta y fuerte.

Con toda esa sinceridad y en reconocimiento a muchos sacerdotes que, día a día, entregan su existencia por un mundo mejor y una Iglesia que camine hacia la consumación del reino, que en este Jueves Santo  demuestren:


Una fe personal y auténtica, de esperanza. Personas que han conocido a Cristo, que lo han visto y palpan todos los días sus llagas y son testigos de la resurrección, de un compromiso sincero que es posible y nos llene de admiración, de una vocación ministerial como un acto profundo de amor e íntimo, personal, decidido, cada vez más comprometido.


Una fe iluminada. De obispo y presbíteros bien formados, con los pies en la tierra y no obnubilados por el clericalismo, la ansiedad de poder, de aeropuerto y escritorio; que saben el por qué y qué es lo que se cree, de Jesucristo, revelación del Padre y Luz de mundo, que cada día ilumina su vocación y sus razones con las de la fe y que ve todos los días al cielo llenándose de Espíritu para realizar el Reino. Una fe convencida del plan de Dios y dedicado a los seres humanos para llevarlos a la Salvación. Que su vocación tiene una fe iluminada para vencer los criterios de confort y estatus que ofrece una vida cómodamente instalada en el ministerio o ven en sus parroquias y diócesis las presas perfectos para un lobo vestido con alba y sotana.

Una fe transparente y sincera. Los tiempos que vivimos son inciertos y oscuros y parece que la Iglesia está rebasada por múltiples causas. Sólo la fe salva y las acciones la demuestran. La fe no es un don que esté a capricho, ni es eslógan o vano cliché. Una fe de cara a Cristo y no empinados ante los poderosos de este mundo. Nuestra Iglesia requiere de protagonistas sinceros y humildes, testigos de esperanza, como escribió Juan Pablo II: “Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez más secularizado, testigo transparente de Cristo y de su evangelio.”

A lo largo de nuestras vidas, la impronta de un sacerdote guió nuestra existencia por su bondad, esperanza y fe. Nos siguen acompañando gozando de su amistad. Cómo no tenerlos en cuenta cuando, en un mundo contradictorio y difícil, la identidad del sacerdote está gravemente comprometida para considerarlo inútil, ineficiente, obsoleto e innecesario, al ser signo de contradicció por un estado de vida imposible incompatible con un mundo fragmentado, hedonista, hipersexualizado y paganizado. Y eso también se da dentro de la Iglesia.

En este Jueves Santo cobra mayor importancia esta urgencia de un reconocimiento libre de la vocación sacerdotal como un signo de nuestra historia para llevarnos a la Salvación. En México urgen voces que no hablen en propio nombre ni de ideologías homosexualistas, tampoco de ideas “woke” ni de corrupción de la fe o descomposición del sentido cristiano,  sino en nombre de Dios, de Cristo, del Evangelio de la Vida, de sacerdotes que obedezcan a la presencia de Dios en el mundo. De sacerdotes que den un sentido renovado de la Verdad en Cristo, de la religión que salva como vehículo de liberación y no instrumento de condenación.

La ocasión de esta Semana Santa es propicia para recordar lo que debería ser la Iglesia y su sacerdocio. El sacerdocio debería perturbar al orden injusto establecido e incluso ser amenazante antes las nuevas tiranías que somete al ser humano y parecen anidarse al seno de la Iglesia. Y aunque la Iglesia fuera desplazada, tendrá en su esencia esta tarea de recordar al mundo quién es Dios y cuáles sus planes para la humanidad. En otras palabras, y como lo hizo Cristo en ese relato de la Última Cena, que en este día, todos los sacerdotes den testimonio de estas verdades sin los cuales la vida, simplemente, sería insoportable.

Parafraseando a san Juan Pablo II en “Don y misterio”: Que Dios mantenga en los obispos y sacerdotes una conciencia agradecida y coherente con el don recibido… de ello se beneficiarán los hombres y mujeres de nuestro tismpo, tan necesitados de sentido y de esperanza… De ello se alegrará la comunidad cristiana que podrá afrontar tantos errores y falsedades que la quieren someter y esclavizar.

A todos los buenos y santos obispos y sacerdotes: Gracias por el don de su vocación.

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