El Honor y la dignidad: entre Carlos III y Francisco I

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 Honorable Departamento, ¡presente armas a Su Majestad el Rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte!” 

La orden sonó alta y clara el 8 de abril en el gran patio interior del Quirinal (una de las tres residencias oficiales del presidente de la República Italiana), cuando se izó la bandera británica.

Los departamentos de Lanceros de Montebello, de la Marina y de la Fuerza Aérea, rindieron homenaje al Rey Carlos III, quien llegó en visita de estado al Palacio que perteneció a los Papas, escoltado por un destacamento de 32 coraceros uniformados del regimiento de coraceros montados. A continuación, el soberano inglés y el jefe de Estado italiano, Sergio Mattarella, pasaron revista a los departamentos desplegados.

La solemne ceremonia no tenía como objetivo honrar a un ciudadano inglés particular, sino a la autoridad que representa, la de soberano de una monarquía, la más importante de Occidente, que, a pesar del giro cismático del siglo XVI, tiene sus raíces en el cristianismo medieval.

Los honores militares otorgados a los jefes de Estado tienen en sí mismos cierta sacralidad. Estas ceremonias simbolizan, aunque inconscientemente, la doctrina del origen divino de la autoridad.

Dios, en efecto, creó al hombre como ser social y quiso que pudiera expresar públicamente, mediante ceremonias precisas, el alto concepto que tiene de su propia dignidad, de hijo de Dios.

  • El sable desenvainado ante el Rey por el oficial al mando de las unidades es también un símbolo de las virtudes militares y subraya la importancia del orden, la obediencia y la disciplina.
  • La hoja apuntando hacia afuera y no hacia la persona que recibe los honores, simboliza el verdadero acto de honrar a la autoridad. Un sable no hostil, que expresa la vocación militar que no es atacar, sino servir y proteger a la autoridad y al cuerpo social, hasta el punto de derramar sangre.

Un gesto que, en definitiva, expresa el concepto de sacrificio cristiano.

Al día siguiente, 9 de abril, ocurrió en Roma un episodio de naturaleza totalmente opuesta, en un lugar aún más simbólico que el Quirinal, y más vinculado a la tradición católica: la Basílica de San Pedro.

Ese día, el Papa Francisco apareció de repente en la Basílica, sin nada que indicara que era ni Papa, ni obispo, ni simple sacerdote :

  • estaba en su silla de ruedas,
  • acompañado de dos hombres en camisa sin chaqueta
  • llevaba un pantalón negro y una camiseta blanca de algodón, sobre la que estaba colocada una manta a rayas parecida a un poncho,
  • sin cruz pectoral,
  • sin solideo,
  • sin ningún signo de su dignidad pontificia.

¿Fue una señal de humildad? No, su gesto parece una falta de respeto hacia el cargo supremo que ostenta.

El Sumo Pontífice no debe vestir siempre con ropas suntuosas, pero incluso cuando viste con sencillez debe mantener siempre su dignidad.
No hay autoridad superior en la tierra que el Papa. El Papa es un hombre, pero la institución que representa es divina. El Papa es el Vicario de Cristo en la tierra y Jesucristo es el “ Rey de reyes y Señor de señores ” ( Ap. 19,16).

Jesús, Rey universal, quiso ocultar su gloria entre las humillaciones más inauditas, desde su nacimiento en un humilde pesebre, hasta su muerte en la Cruz, como un ladrón; pero Jesús mismo tomó el nombre de Rey ( Mt ., 25, 31-40) y el título de su realeza fue colgado en la Cruz ( Jn , 19, 20).

Los soberanos venidos de Oriente rindieron homenaje al divino Niño en la cuna, y su gloria, que los ángeles y los santos le rinden cada día en el Cielo, debe serle rendida en la tierra por los hombres que ha redimido.

Por eso, a Cristo se le deben rendir los mayores honores en la tierra, dondequiera que esté presente, en el Santísimo Sacramento expuesto en el altar, en las ceremonias litúrgicas y también en la persona de su Vicario, a quien se debe honrar por lo que representa.

  • Este año se celebra el aniversario de la encíclica Quas primas, promulgada el 11 de diciembre de 1925, con la que el Papa Pío XI expuso la doctrina de la Realeza de Cristo e instituyó la fiesta de Cristo Rey. El “secularismo” que Pío XI definió como “la peste de nuestro tiempo” consiste en descoronar a Cristo, en negarle su título de Rey, su derecho a reinar sobre toda la sociedad. Éste es precisamente el proceso de secularización de nuestro tiempo.
  • El 25 de marzo de 2024, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe promulgó la Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad de todo hombre, presentada como una dignidad universal. El documento afirma que « La Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma de modo absoluto esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús » (n. 1).

Toda criatura humana, por modesta que sea, tiene su dignidad natural e inalienable”, dice el profesor Plinio Corrêa de Oliveira.
Y mayor, inconmensurablemente mayor, es la dignidad del último, el más oscuro hijo de la Iglesia, como cristiano, es decir, como bautizado, como miembro del Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo”.
En este sentido, « quien , día y noche, es consciente de su propia dignidad, vive en la presencia de Dios. Y si por casualidad renuncia a su propia dignidad, prescinde también de Dios ».

El respeto que nos debemos a nosotros mismos y a los demás surge de la dignidad de nuestra condición , que es la de bautizados y hombres creados a imagen y semejanza de Dios, y por tanto de nuestra vocación.

El respeto a la dignidad de cada persona está por tanto vinculado a la conciencia de su papel y de su misión. El Papa es el primero que debe ser consciente de su suprema dignidad y, como todo hombre —afirma Dignitas infinita— , « debe también tratar de vivir conforme a su propia dignidad » (n. 22), porque todo lo que concierne a la figura del Papa repercute inevitablemente en el Papado y en la Iglesia.

La dignidad es el signo distintivo del católico y corresponde a su honor. Quien falta al respeto a la dignidad de su condición o de su misión, comete un acto deshonroso. Desgraciadamente, el Santo Padre Francisco lo ha hecho.

Por ROBERTO DE MATTEI.

CIUDAD DEL VATICANO.

17 DE ABRIL DE3 2025.

MIL.

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