¿Ramadán islámico o Cuaresma cristiana?

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En el “Corriere della Sera” leímos un reportaje desde Inglaterra del periodista Luigi Ippolito, quien escribe lo siguiente:

“En Londres, el Ramadán parece haber sustituido a la Cuaresma: este año, los dos períodos de ayuno y penitencia prácticamente coinciden, pero toda la atención parece centrarse en la festividad musulmana. En los grandes supermercados hay anuncios que anuncian “¿Listos para el Ramadán?”; Harrods ofrece en su página web cenas para el Iftar, el banquete tras el atardecer que rompe el ayuno; las cadenas de comida rápida ofrecen descuentos; las peluquerías abren hasta tarde para atender a los clientes musulmanes”.


Pero eso no es todo: en la capital británica se han encendido las “Luces de Ramadán” en Coventry Street, mientras que en la céntrica Leicester Square hay una instalación luminosa interactiva que pretende simbolizar el “espíritu del Ramadán”.


La islamización europea avanza así sin perturbaciones, como una ola silenciosa. Por un lado, se pide que se retiren los belenes y los villancicos de las escuelas, para no ofender la sensibilidad de los no católicos, pero a nadie se le ocurriría pedir que se retiren las luces de Ramadán.

  • La ostentación del Ramadán por parte de los musulmanes nos ayuda a entender la diferencia con nuestra Cuaresma, que no necesita luces, porque es un espíritu interior.

El Islam, por su parte, se presenta como una religión ritual, que se limita a exigir a sus seguidores el respeto de los llamados cinco pilares:

  • la afirmación verbal del monoteísmo,
  • la recitación de las oraciones prescritas,
  • el viaje único en la vida a La Meca,
  • la limosna ritual y
  • el aspecto más conocido: el ayuno del Ramadán.

Una vez cumplidas estas obligaciones externas, el musulmán es libre de sumergirse en el placer. El ayuno durante Ramadán no es penitencia, es ritualismo. Ayunas durante ocho horas y comes todo lo que quieras durante las siguientes ocho horas. Esto sería inconcebible para un cristiano a quien durante la Cuaresma no se le pide observar ritos sencillos, sino vivir en espíritu de penitencia.

Por eso Jesús estigmatiza la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones rituales impuestas por la ley, pero cuyo corazón estaba lejos de Dios.

En el Islam no hay espíritu de penitencia porque no hay espíritu de sacrificio. Y no hay espíritu de sacrificio porque el Islam ignora, más aún, rechaza, ese sacrificio de la Cruz que San Pablo define como «escándalo para los judíos y locura para los paganos». (1 Corintios 1, 22-23).

El Islam puede definirse como una “religión del placer”: no sólo porque ignora el sacrificio, sino porque en el Paraíso sustituye el concepto cristiano de felicidad eterna por el del placer eterno, de la voluptuosidad infinita. El paraíso islámico ofrece, en primer lugar, los placeres de los sentidos: banquetes exquisitos, acompañados de buenos vinos; alegrías carnales con las siempre vírgenes disponibles para los Elegidos.

El Papa Pío II, en una famosa carta escrita en 1461 al sultán Mohammed el Conquistador, lo amonestó con estas palabras: en la vida eterna, «nuestra felicidad corresponde a la parte más noble del cuerpo, el alma; la vuestra a la más vil, el cuerpo. Nuestra felicidad es intelectual, la vuestra material. (…) La nuestra es común a los ángeles y a Dios mismo, la vuestra a los cerdos y a los animales brutos».

Precisamente debido a este hedonismo, el Islam puede ejercer una atracción sobre la juventud secularizada de Occidente.

Los jóvenes occidentales, como todo hombre, aspiran a lo sagrado, a lo absoluto, pero están corrompidos por el relativismo, incapaces de sacrificio. El Islam les ofrece una religión que presenta un sustituto de lo sagrado, sin pedir ningún sacrificio real. Pero la clave del éxito del Islam también reside en el apoyo financiero que recibe de la OCI, la Conferencia Islámica Internacional, que reúne a 58 países musulmanes, y de algunas de las naciones más ricas del mundo, como Arabia Saudita.

Por esta razón, nos pareció preocupante que el 11 de marzo, delegaciones de Estados Unidos y Ucrania se reunieran para discutir la posibilidad de la paz, precisamente en Yeddah, Arabia Saudita. Las fotografías y los vídeos muestran, en la mesa de negociaciones, entre las dos delegaciones, casi como dos invitados de piedra, a los representantes de Arabia Saudita, un país que financia la expansión del Islam en el mundo.

El Islam es una religión totalitaria que pretende conquistar el mundo y Arabia Saudita, después de haber invertido en mezquitas durante décadas, ahora invierte en universidades occidentales para cambiar sus ideas.

En Estados Unidos, una protesta a gran escala a favor de los terroristas de Hamás ha involucrado a prestigiosas universidades, como la de California, Harvard, Yale y Columbia. Una de las razones de esta alineación de una parte significativa de estudiantes y profesores de las universidades estadounidenses con las consignas del Islam radical es que las principales universidades estadounidenses reciben financiación masiva de fondos islámicos, en particular de Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos. Este dinero fluye a todo tipo de escuelas privadas y públicas estadounidenses.

En América, como en Europa, la financiación no es una subvención a fondo perdido, sino que está vinculada a la creación de centros de estudios, carreras de grado y máster dedicados a la promoción de la cultura islámica y a la contratación de profesores partidarios de la religión de Alá, que se practica en mezquitas construidas en las inmediaciones de las universidades.

La celebración del Ramadán es una expresión de esta cultura, antitética a la occidental y cristiana. Y la resistencia a esta ofensiva anticristiana no puede ciertamente reducirse al control, por necesario que sea, de los flujos migratorios, sino que es sobre todo cultural y espiritual.

No es demasiado tarde. Contra el Islam que nos ataca, hacemos nuestras las palabras que Pío II dirigió al sultán musulmán. El Papa recordó al “conquistador” que en la historia ha sucedido que un pequeño ejército cristiano logró derrotar al ejército otomano, mucho más fuerte, sólo gracias a la extraordinaria ayuda de Dios. Esto nunca ha sucedido con el Islam.

El Islam puede vencer por la fuerza del número, de las armas o del dinero, pero no tiene de su lado el milagro, la intervención de Dios, que en cualquier momento es capaz de trastocar lo que parecen destinos irreversibles de la historia.

Por ROBERTO DE MATTEI.

MIL.

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