* El mundo nos espera. ¡Sí!, amamos apasionadamente este mundo porque Dios así nos lo ha enseñado: «sic Deus dilexit mundum…» –así Dios amó al mundo; y porque es el lugar de nuestro campo de batalla –una hermosísima guerra de caridad–, para que todos alcancemos la paz que Cristo ha venido a instaurar. (Surco, 290)
Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gen 1, 7 y ss.).
Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades.
No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.
Por el contrario, debéis comprender ahora –con una nueva claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana:
- en un laboratorio,
- en el quirófano de un hospital,
- en el cuartel,
- en la cátedra universitaria,
- en la fábrica,
- en el taller,
- en el campo,
- en el hogar de familia
- y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.
Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.
Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual.
Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida:
- la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte;
- y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.
(Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114)
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Por SAN JOSEMARÍA.