Cuántas cosas hacemos ‘por si acaso’, la mayoría de las cuales resultan completamente inútiles.
Guardamos un ‘chunche’ descompuesto ‘por si acaso’ un día aparece mágicamente la pieza que le falta o alguien puede repararlo; conservamos una prenda de vestir ‘por si acaso’ algún día nos vuelve a quedar, pero la verdad es que eso nunca sucede.
Posiblemente los ‘por si acaso’ más sensatos sean los inspirados en eso de ‘más vale prevenir que lamentar’, relacionado a conservar la salud o salvar la vida. Por ejemplo, una persona me decía que consideraba su seguro de gastos médicos, ‘el dinero mejor tirado a la basura’, porque aunque pagaba mucho, pensaba que si acaso un día tenía que someterse a una costosa cirugía, contaría con un respaldo. Otro ejemplo es el del personal que se entrena por si acaso tiene que intervenir en casos de desastre; ello les permite reaccionar veloz y automáticamente si se presenta la emergencia.
Queda claro que es conveniente prever lo que pueda suceder, pero no se puede negar que en esta vida hay siempre un elemento de duda, no se tiene la seguridad de que aquello para lo que nos preparamos sucederá, así que tal vez eso que se guardó jamás vuelva a usarse, ese seguro médico no llegue a requerirse o en ese desastre no haya víctimas que auxiliar.
Podría decirse que de todos los ‘por si acaso’ que motivan a la gente a realizar algo en anticipación de un hecho que pudiera presentarse en el futuro, sólo hay realmente uno del que se puede tener la absoluta seguridad de que llegará y por eso vale la pena esperarlo debidamente preparados. ¿De qué se trata? Del encuentro que tendremos con Dios cuando termine nuestra vida terrena.
Decía Benjamín Franklin que ‘en este mundo nada es seguro más que la muerte y los impuestos’, lo cual podrá ser cómico pero es inexacto porque no todos pagan impuestos; lo único sobre lo que no hay duda es que todos vamos a morir; lo que no sabemos es cuándo, por lo que nos conviene hacer caso de la recomendación que nos hace Jesús en la última frase del Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 25, 1-13): “Estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora”.
¿A qué se refiere?, ¿en qué consiste ‘estar preparados’?, ¿cómo podemos prepararnos para ese momento?
Lo descubrimos en la parábola que Jesús dijo a Sus discípulos acerca de diez jóvenes que en espera del esposo llevaban sus lámparas encendidas. Como éste tardó en llegar, a todas se les gastó el aceite, pero cinco de ellas que habían llevado un frasco extra (‘por si acaso’), pudieron rellenar sus lámparas y cuando llegó el esposo entraron con él al banquete; las otras en cambio tuvieron que ir a comprar aceite, al regresar la puerta estaba cerrada, suplicaron entrar pero el esposo les dijo que no las conocía y no les abrió.
A primera vista parecería que las cinco que llevaron el aceite extra eran unas egoístas que pudiendo compartirlo con las otras no lo hicieron, pero la realidad es que el aceite representa algo que es imposible compartir porque es absolutamente personal: tu fe, tu esperanza, tu caridad, tu vida de oración, tu participación en los Sacramentos, tu vida como creyente, tu relación íntima con Dios, en fin, todo aquello que mantiene tu lámpara espiritual encendida. Se comprende así que a las que dejaron que su aceite se agotara y su lámpara se extinguiera el esposo les dijera: ‘no las conozco’. Es que dejaron perder lo que hubiera mantenido su relación con él.
Lo que tú experimentas al confesarte, al comulgar, al orar, es algo de lo que tal vez puedas hablar, pero que no puedes dar a nadie; no puedes decir: ‘toma, te traspaso mi reconciliación con Dios’, o ‘te regalo esta gracia que recibí al orar ante el Santísimo’.
Tu vida espiritual te pertenece sólo a ti; puede ser que su luz ilumine a otros (por ejemplo, a través de tu testimonio o tu oración por ellos), pero a nadie puedes convidar del aceite con el que tú rellenas tu lámpara interior, ésa que ilumina la particular senda por la que te encaminas a tu encuentro definitivo con el Señor. Y como no sabes cuándo sucederá, debes vivir cada día como si fuera el último (por si acaso es hoy, me voy a reconciliar; por si acaso es hoy, voy a ir a Misa; por si acaso es hoy, voy a ejercer la caridad).
Es responsabilidad tuya asegurar que tu aceite no se vaya a agotar, porque hay un ‘por si acaso’ que de seguro, tarde o temprano, va a llegar…
Con información de Alejandra Ma Sosa E