El Evangelio de hoy nos narra que Jesús fue a Nazaret, su pueblo natal. Era sábado, día en que los judíos asisten a la sinagoga. Tomó el libro de la escritura y comenzó a leer un pasaje del profeta Isaías que decía, “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, para dar libertad a los presos y proclamar el año de gracia del Señor”.
¿Y quiénes son los pobres a los que Jesús ha venido a anunciar la buena nueva? Pobre, según el Evangelio, no sólo es quien carece de recursos económicos, es toda persona que se experimenta profundamente necesitada de Dios, que sabe que su vida no depende de ella misma, sino que está en manos de otro. Pobre es el que no se siente autosuficiente, sino que necesita de Dios y se somete amorosamente a su voluntad. Jesús ha traído a estos pobres una buena y alegre noticia.
¿Cuál es? Que Dios los ama, es su Padre y busca que sus vidas sean plenas y les abre las puertas de la salvación de la vida eterna. Jesús ha venido a liberar a los cautivos. ¿Quiénes son? Son aquellos que se reconocen pecadores, que experimentan su incapacidad para salir del pecado y reconocen que, sin la ayuda de Dios, no pueden vencer el mal, los vicios y su degradación.
Jesús es quien ha venido a liberarlos de esas ataduras porque el pecado siempre esclaviza, pero si se refugian en Él, si se acogen al Señor, Él no lo rechaza. Su amor y su misericordia los abraza y los salva. Jesús ha venido también a dar vista a los ciegos.
¿Quiénes son? Aquellos que no tienen la luz de la verdad de Dios y del Evangelio. Jesús ha dicho, “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camine en tinieblas”. Y también dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida. El que cree en mí no morirá para siempre”.
Jesús ilumina nuestra vida, le da sentido, belleza y verdad. La liberación de Jesús no es social, económica o política. Su liberación es más radical, viene a liberarnos del pecado, viene a liberar a quienes son esclavizados por sus vicios.
Al fondo de toda la maldad e injusticia que hay en el mundo está el pecado. El pecado siempre es una esclavitud que nos trae tristeza y Jesús, con su perdón, rompe nuestras cadenas y nos hace libres, nos da la alegría de recuperar nuestra dignidad de hijos de Dios.
“Señor Jesús, tú has venido a proclamar el año de gracia del Señor, es decir, me has traído el perdón de Dios, pero este perdón no lo puedo recibir si no soy capaz de experimentarme pobre, necesitado y pecador. Señor misericordioso, yo solo no me puedo salvar, yo solo no puedo salir de mi postración. Sólo si tu mano bondadosa me toma, me levanta, me perdona y me hace sentir amado, podré ser salvado por ti”. Feliz domingo, ¡Dios te bendiga!