Hoy celebramos la Sagrada Familia, de Jesús, María y José. Dios eligió una familia humilde y sencilla para vivir entre nosotros. Sabemos que era una familia practicante en la fe judía y el texto que escuchamos, nos recuerda que subieron a Jerusalén. Todo judío practicante subía a Jerusalén tres veces al año: En Pascua, en Pentecostés y en los tabernáculos. Si vivían lejos, como es el caso de José, sólo iban una vez al año en familia.
El relato que escuchamos nos muestra una situación difícil que vive la familia, ya que Jesús a sus 12 años se queda en Jerusalén sin avisar, lo que conocemos como “El niño perdido y encontrado en el templo”.
Hermanos, en la familia aprendemos los valores humanos y cristianos. En Judea en el terreno de lo religioso, los derechos y obligaciones, se adquirían al cumplir trece años. El padre del muchacho estaba obligado a introducirlo poco a poco en el cumplimiento de las leyes religiosas, pero cuando cumplían doce, se solía llevar a los muchachos a la peregrinación a fin de irlos introduciendo en esa costumbre. De allí, comprendemos el dato que nos presenta san Lucas, que a los 12 años Jesús fue a Jerusalén en peregrinación.
Jesús, aprendió de sus padres terrenos, el modo de dirigirse a Dios. Allí en una familia sencilla, crecieron los valores religiosos y humanos; a los 12 años deseaba iniciar su misión, esa misión que cumpliría entre nosotros. Pero aún no era el tiempo y lo comprende muy bien, ya que el texto dice: “Volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad”. Se dio cuenta que le faltaba aprender muchas cosas de sus padres; regresó con ellos sin hacer corajes. Por su parte, María también comprendió el ímpetu de su Hijo adolescente, sabía muy bien que cada persona trae su vocación, única e irrepetible y que no puede sacrificarse a los proyectos de sus padres, pero también sabía que, era pequeño, aún no había llegado su hora, debía retenerlo hasta el momento preciso. Nos dice el texto: “Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas”.
Hermanos, mientras contemplamos y celebramos la belleza de este misterio de la Sagrada Familia, reafirmemos la dignidad y el valor primordial de cada familia. Esta fiesta nos da la ocasión para reconocer la importancia de la familia en la sociedad. Desde su origen, la comunidad cristiana, se ha caracterizado por defender y proteger el valor de la familia, según el proyecto de Dios, entendida como una comunidad de vida y de amor. La familia no pasa de moda, es tan antigua como la humanidad.
En la familia se da:
1°- La autoridad de los padres. Nos queda claro que, Jesús regresó a Nazaret bajo la autoridad de sus padres terrenos. Esa autoridad lleva a los papás a educarlos por el buen camino, son los guías de sus hijos. Los padres saben cuándo sus hijos están preparados para la misión en la vida. Quiero decirles a los papás, que no pierdan esa autoridad. Ustedes son los guías, los que conducen a sus hijos.
Es verdad que en nuestros días se proclama la libertad de las personas, pero un adolescente o joven, puede confundir libertad con libertinaje; libertad con caprichos. Muchos adolescentes saben defender sus derechos, pero olvidan sus obligaciones, para eso están los papás, para recordarles. Papás no pierdan la autoridad, por amor a sus hijos enséñenles a saber obedecer. No sabemos qué le hayan dicho a Jesús, José y María, lo que sabemos es que nunca se les volvió a perder.
2°- La obediencia de los hijos. Les digo a los hijos de familia, nunca olviden que sus padres los aman y les desean lo mejor; ellos tienen la experiencia y la autoridad sobre ustedes; ustedes les deben respeto. Recuerden que existe un mandamiento que dice: “Honra a tu padre y a tu madre”. Hijos, si un día sus padres les reprenden y les llaman la atención, es que los quieren y desean que caminen por el camino correcto. Agradézcanles y respétenlos, porque si un hijo les falta el respeto a sus padres, tendremos a la postre un mal ciudadano.
En un hogar en el que Cristo habita, en el que el amor es vínculo de perfección y causa de unidad, la sumisión o la obediencia, no es causa de complejos; no hay dominadores y dominados, no hay maltratos, no hay abusos e imposición de unos sobre otros; hay en cambio unidad de mente, de corazón y de acción en el amor de Cristo.
Los padres de Jesús, necesitaron tiempo para aprender a conocer a su Hijo. Cada día en la familia, hay que aprender a escucharlos, a comprenderlos, a caminar juntos, porque la felicidad de una familia nace de la dedicación de unos a otros, del afecto y respeto mutuos, de la armonía y reconciliación frecuente entre sus miembros. La alegría de una familia es plena, cuando cada miembro, no busca su propia alegría, sino que piensa en procurársela a los demás, porque la dedicación al bien de todos, es la condición de esta felicidad que es un don de Dios. El Papa San Juan Pablo II, definía a la familia como el “santuario de la vida”, esto es, el lugar donde la vida, que es regalo de Dios, puede ser propiamente bienvenida, protegida contra los muchos ataques a los que está expuesta, y puede crecer con un auténtico crecimiento humano. A lo que hace eco las palabras del Papa Francisco, que nos dice: “Si la familia cristiana es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es concebida y cuidada, es una contradicción tremenda, cuando se convierte en el lugar donde es rechazada y destruida”.
Hermanos, frente a la cultura del individualismo, la soledad y la inestabilidad que impera en nuestro tiempo, la gran afirmación cristiana es que, Dios es Amor, y a la vida le da sentido el amor y que Dios nos ha pensado para nacer, crecer, vivir y morir en este nido de amor, que es la familia. Creer en la familia, es tener la seguridad de que en ella es posible dar a las personas raíces para crecer y alas para volar. Seguros de que la familia es bastión contra la soledad, el miedo y la desesperanza, como cristianos hemos de procurar que todas nuestras familias sean también sagradas, y lo serán cuando dejemos que la presencia de Dios vaya definiendo nuestras relaciones.
Hermanos, en esta fiesta en la que recordamos la angustia que sintieron María y José al ver a su hijo perdido, esa desesperación por encontrarlo, ese sufrimiento por el hijo perdido, recuerdo y pido a Dios por la angustia de tantas mamás y papás que tienen a sus hijos perdidos, algunos metidos en los vicios, otros participando del crimen organizado, algunos más, se los llevaron y ya no supieron de ellos. Sé que su angustia es muy grande, hoy de manera especial pido por ustedes, porque así como María, ustedes también guardan muchas cosas en su corazón. Que Dios les dé esa fortaleza que necesitan.
Pensemos que la familia de Jesús, no se redujo a la familia de Nazaret, cuando llegó el momento, Jesús abandonó su hogar en Nazaret, para generar lazos familiares entre sus discípulos, comenzando así la predicación e instauración del Reino.
Como Iglesia católica, familia de Jesús, celebraremos en el año 2025, un año de gracia, donde experimentaremos la misericordia de Dios en el año jubilar, así podremos ejercer misericordia. Este domingo 29 de diciembre, abriremos la puerta santa en nuestra Catedral, en Misa de 12 del día. Allí podremos ganar la Indulgencia Plenaria y caminaremos guiados por el Espíritu Santo, siendo, como reza el lema del año jubilar: “Peregrinos de esperanza”.
Invito a todos para ser promotores de esperanza. Que seamos capaces de ver las cosas buenas en medio de este mundo marcado por la inseguridad y la violencia. Caminemos hacia la construcción de una sociedad más humana, iniciando en nuestra persona y en nuestra familia.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!