El día de ayer, 1 de noviembre, la Iglesia celebró la solemnidad de “Todos los santos”, es decir, la victoria de aquellos cristianos que vivieron y murieron en Dios y gozan ya de su presencia. Santos que han sido reconocidos en la Iglesia y puestos en la lista del libro de los santos -a lo que se llama canonización-, pero también aquellos que de forma humilde y escondida vivieron de forma heroica su fe, esperanza y caridad.
El día de hoy, 2 de noviembre la Iglesia hace memoria de “Los fieles difuntos”, no es “día de muertos”, como una visión secularizada y pagana nos quiere vender, sino de aquellos fieles bautizados que al término de su vida terrenal han partido, y por quienes pedimos a Dios que en su gran misericordia perdone sus pecados y les conceda el descanso eterno. Se trata de nuestros difuntos, seres queridos a los que recordamos con amor, pero sobre todo por quienes rezamos y los encomendamos a la misericordia divina.
La idea de esta celebración se atribuye al monje francés benedictino San Odilón (1007 -1072), abad del célebre monasterio de Cluny, quien en el año 998, habría instituido la fiesta de “Los fieles difuntos”, el día posterior de la festividad de “Todos los santos”, la celebración pronto se extendió por toda Europa de donde nos llegó con la evangelización a México, tomando características prehispánicas que le dan el colorido que hoy tenemos y que causa curiosidad y admiración en el mundo.
La fe católica nos enseña que cuando una persona muere, no va directo con Dios -como tantos equivocadamente piensan-, primero tiene que pasar por un juicio particular, en el que tendrá que dar cuentas al Creador de su vida y de sus actos, si la persona murió en gracia de Dios, sin pecados graves, es llamado a participar del gozo de Dios en la vida eterna. Pero también hay personas que sin morir en pecado grave, aún tiene que purificarse de imperfecciones o pagar el daño por pecados cometidos ya perdonados, pasan a un estado que se llama “purgatorio”, donde después de ser purificadas por el tiempo establecido por Dios, entran a gozar de la gloria eterna. Y por último están las personas que mueren en pecado grave, que hicieron el mal en su vida, que no se arrepintieron y por lo tanto no se les perdonan sus pecados, van al castigo eterno llamado infierno, donde ya no hay posibilidad alguna se salvación.
La celebración de los Fieles difuntos es una invitación no sólo para recordar a nuestro seres querido difuntos, sino sobre todo a rezar por ellos, de hecho, a ellos no les sirve de nada nuestro recuerdo o afecto, nuestras flores o festejos, pues ya no son capaces de percibirlos, lo único que les es de provecho es orar por ellos, encomendarlos a la misericordia de Dios; si los amamos y recordamos, es el mejor homenaje que hoy podemos hacer por ellos.
Con información de Contra Replica/P. Hugo Valdemar