Comentario de la fiesta de san Mateo. “Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme»”. Si Jesús pudo transformar a un recaudador en un servidor, a un traidor en su amigo íntimo, también puede transformarnos a nosotros, pecadores, en hijos de Dios, en sus amigos íntimos.
Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
Comentario
¡Qué tiene la mirada de Jesucristo que cambia radicalmente el corazón, lo transforma, lo sana!
Jesús atraviesa las callejuelas de Cafarnaúm y va decidido al lugar donde trabaja Leví, el publicano, el recaudador de impuestos para los romanos, el odiado por sus propios conciudadanos, el despreciado, el traidor.
Se detiene, no tiene prisa, y le mira.
Con esos ojos misericordiosos, como nadie le había mirado antes.
Y le abrió el corazón, lo hizo libre, lo sanó, lo llenó de esperanzas.
En esos ojos Leví vio la mirada de Dios que ve más allá de lo que ven nuestros ojos.
Más allá de las apariencias, de nuestros pecados, de nuestros fracasos, de nuestra indignidad.
En Leví, Jesús ve a Mateo.
Ve su historia de amor, de servicio, de entrega, de fidelidad, de felicidad.
También hoy, cada día, Jesús quiere fijar su mirada en nosotros.
“Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos —limitados, egoístas, inconstantes—, pero con la capacidad de descubrir su infinito cariño y de entregarnos a El enteramente” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 151).
Nosotros, que estamos también sentados en nuestro banco, buscando ser felices a nuestra manera, acumulando tiempo y bienes para nosotros mismos, incapaces de darnos a los demás, cansados de que pasen los días sin atrevernos a arriesgar.
El encuentro de Jesús con Mateo nos interpela y demanda nuestra confianza: si Jesús pudo transformar a un recaudador en un servidor, a un traidor en su amigo íntimo, también puede transformarnos a nosotros, pecadores, en hijos de Dios, en sus amigos íntimos.
Para ello debemos hacer como Mateo: sentirnos en peligro, enfermos, necesitados de esa mirada que infunde esperanza porque ve en cada uno, pecadores, al hombre soñado por Dios.