El nombre de Samuel significa “escuchado por DIOS”; sin embargo la Biblia narra la llamada al niño Samuel, que vivía en el santuario de Silo con el sacerdote Elí y sus hijos. El niño Samuel había sido el consuelo y la cancelación de la esterilidad de su madre Ana, casada con Elcaná. Hubo de sufrir el desprecio de la otra mujer de su marido, Penina, que le había dado hijos a Elcaná. Ana había pedido con lágrimas un hijo al SEÑOR en aquel mismo santuario, en el que ahora el niño Samuel estaba sirviendo con el sacerdote Elí. La afrenta por la esterilidad había sido quitada, y Ana ofreció a su hijo Samuel al SEÑOR. El nombre de Samuel responde a la intensa oración de petición realizada por esta madre para concebir un hijo. DIOS la escuchó y ella cumplió su parte del pacto, entregando a su hijo como un consagrado al SEÑOR.
Esterilidad y fecundidad
Se repite la secuencia, esterilidad fecundidad, desde Abraham hasta la concepción del VERBO, tomando su humanidad de la VIRGEN MARÍA. Abraham y Sara llegan a la ancianidad sin descendencia; los padres de Sansón, Manoa y su esposa, tuvieron a su hijo con un carácter predestinado como nazir, que actuaría de libertador del Pueblo. El caso de Ana, que se une espiritualmente a la línea mesiánica con su cántico, que prepara el “Magnificat” de la VIRGEN MARÍA, en casa de su prima Isabel (Cf. 1Sm 2,1-10; Lc 1,46-55) Estos episodios marcan una constante en el modo divino de actuar: DIOS elige lo que no cuenta para hacer visible su obra. DIOS no actúa de esta forma, porque no soporte iguales a su lado, sino que su condición divina es humilde por naturaleza, y no acepta a los soberbios (Cf. Lc 1,51-52) DIOS deja a su suerte a los violentos, envidiosos y orgullosos. De la humildad de DIOS da buena cuenta la celebración reciente del tiempo de Navidad, en el que contemplamos el modo de hacer las cosas por parte de DIOS. La vida es un misterio, que desde siempre ha fascinado al hombre, pero la Biblia confirma que DIOS quiere ser reconocido como el único autor de la misma. Los pasajes anteriores muestran una especial relación entre la mujer estéril y DIOS: la gestación es el proceso que más acerca a los humanos con el modo de proceder divino. Con la gestación, la mujer pone las bases biológicas para hacer posible la aparición de un hijo de DIOS en el mundo. A la relación de la madre con el hijo esperado y gestado lo consideramos dentro de la maternidad, que confiere el plano personal a la gestación. La madre no es una encubadora biológica, sino alguien que mantiene con el hijo, creciendo en su seno, una relación personal y afectiva. Ana, la madre de Samuel, transfiere a su hijo el noble deseo de darle el ser, porque Samuel fue “escuchado por DIOS” en la oración de su madre, y designado después en el nombre dado en la circuncisión. Samuel fue un hijo pedido al SEÑOR y la oración fue escuchada: madre e hijo fueron escuchados. Este modo de actuar sugiere ciertos paralelismos con el bautismo de niños recién nacidos, o de pocos meses, cuando los padres desean vivamente la condición cristiana del hijo. En cada uno de estos niños también hay un Samuel.
Vocación de Samuel
La vocación se define como el modo de actuar a partir de una manera directa de ser llamado. Sólo DIOS puede llamar con la hondura suficiente como para disponer las fuerzas personales al servicio de una causa. Una llamada, un vocativo interior con gran sentido imperativo, que no admite réplica, pero al mismo tiempo no se experimenta de modo coercitivo, pues la llamada sentida se acomoda a lo que uno percibe que es, y para lo que ha sido puesto en este mundo. Esta descripción es un tanto ideal, pero muchas personas la han experimentado
Samuel es llamado por DIOS
La persona llamada por DIOS ha recibido en verdad una palabra de predestinación, en el sentido que lo expresa san Pablo: “a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, lo justificó; a los que justificó, los glorificó” (Cf. Rm 8,30) Desde siempre DIOS nos ha contemplado en su misterioso designio de Salvación, y en un momento determinado de la Historia aquel designio adquiere toda su realidad por la llamada. DIOS llama a la existencia para adquirir la plena realización en la glorificación; y entre estos dos polos se van sucediendo multitud de llamadas con distinta intensidad. La excepcionalidad del niño Samuel empieza a manifestarse a una edad muy corta, pues no eran habituales las visiones, ni los sueños proféticos, ni las apariciones (Cf. 1Sm 3,1). El Pueblo estaba viviendo un gran desierto espiritual cuando ya habían transcurrido muchos años después de haber entrado en la Tierra Prometida. Los periodos de fidelidad e infidelidad por parte del Pueblo se fueron sucediendo como una constante que pervive en la humanidad en general. En aquellos momentos complicados para los israelitas, DIOS hace surgir a Samuel como profeta acreditado. Samuel será profeta y juez en el Pueblo, hasta que de forma masiva le pidan que nombre un rey como los pueblos de alrededor. Pero ahora nos vamos a quedar en la etapa inicial, que marca para el niño Samuel su vocación y destino.
DIOS irrumpe en la vida de Samuel
La voz del SEÑOR llama Samuel por tres veces durante la noche. En un principio el niño Samuel cree que es el sacerdote Elí quien lo está llamando, y a la tercera vez el anciano sacerdote comprende que es la voz del SEÑOR la que el muchacho está oyendo. Como ayudante de Elí, Samuel estaba cerca del anciano sacerdote y del Arca de la Alianza reservada en Silo a la espera del futuro Templo, que se construirá en tiempos de Salomón noventa años después aproximadamente. El niño Samuel está familiarizado con las cosas de DIOS, pero aún no había percibido la voz del SEÑOR, y le resultó imprescindible la guía del anciano sacerdote. Para discernir las voces en un momento, en el que todo estaba en calma: era de noche. Como símbolo de la Fe, la noche o la oscuridad aparecen en la Biblia como unas horas especiales, en las que DIOS lleva a término transformaciones espirituales importantes. En el libro del Génesis, desde Adán hasta José el hijo de Jacob, tienen lugar distintos episodios, que marcan la trayectoria de Abraham o Jacob. Los sueños proféticos se muestran como el ámbito subjetivo en el que DIOS puede dejar su huella de modo indeleble. La visita divina nocturna es tomada en la parábola de las “Diez Vírgenes”, en la que todas duermen, pero al despertar de ese sueño unas acompañan al SEÑOR y otras se ven enredadas en otros menesteres. Por tres veces Samuel escucha al SEÑOR y en todo momento actúa con diligencia. Por tres veces la voz del SEÑOR fue percibida por Samuel, pero todavía en periodo de discernimiento, pues no eran habituales las locuciones ni las visiones, y el niño Samuel no tenía experiencia. Fue necesaria la guía del anciano sacerdote Elí, casi ciego, que orientase a Samuel: “cuando vuelvas a oír la voz, di: habla SEÑOR que tu siervo escucha” (Cf. 1Sm 3,9).
Elí y Juan Bautista
Encontramos un cierto paralelismo entre el papel jugado por Elí con respecto a Samuel, y lo que realiza Juan Bautista hacia sus discípulos, cuyo objetivo último es que descubran a JESUCRISTO. De nuevo el papel de Juan Bautista toma un gran protagonismo. Los discípulos de Juan, que algunos lo iban a ser de JESÚS, habían presenciado el examen inquisitorial realizado por los sacerdotes y levitas enviados por los dirigentes del Templo y la cúpula del Sanedrín. Juan Bautista había dejado muy claro que él no era el CRISTO, que en la secuencia narrativa de este capítulo es señalado por el Bautista en los próximos días.
El CORDERO es el CRISTO (Jn 1, 29-34)
Juan Bautista transmite a sus discípulos el conocimiento fundamental sobre el ENVIADO de DIOS, al que esperan ”al día siguiente ve a JESÚS venir hacia él, y dice: he ahí el CORDERO de DIOS, que quita el pecado del mundo” (v.29). El evangelista Juan hace portavoz al Bautista de rasgos esenciales que acompañan a la persona de JESÚS. “El CORDERO de DIOS que quita el pecado del mundo” es un modo de identificar al ”Siervo de YAHVEH propuesto en el cuarto cántico del Siervo”, en el capítulo cincuenta y tres de Isaías. La apreciación del Bautista no pudo ser más certera, pues acotaba muy bien la identidad del MESÍAS, que alejado de los triunfalismos del mundo iba a tocar las fibras profundas del género humano: este CORDERO venía de forma sacrificial y expiatoria a quitar el pecado del mundo. Algunas traducciones proponen “los pecados del mundo”, y el resultado con sus matices viene a ser el mismo. Los pecados de los hombres siguen vigentes, porque el origen del pecado, que está sentenciado y condenado, ejerce todavía su acción. Sin embargo tenemos a nuestra disposición recursos espirituales que nos permiten combatir los pecados personales y estructurales con eficacia, pero siempre dentro del ejercicio de nuestra libertad.
La otra vertiente que el Bautista testifica de JESÚS, que se acerca a él, es la de UNGIDO: JESÚS es el CRISTO; ya que sobre ÉL descendió el ESPÍRITU SANTO, y Juan Bautista fue testigo singular de ese hecho extraordinario (v.33-34). El testimonio de Juan Bautista es capital para sus propios discípulos en orden a identificar a JESÚS, y lo ratificarán a lo largo del tiempo en compañía de JESÚS, que el Bautista tenía razón. El CRISTO habría de conducirse por la vía de la humillación prefigurada en el Siervo de YAHVEH. El ascetismo del Bautista unido a su conciencia espiritual dada por la unción recibida ya en el seno materno (Cf. Lc 1,41-44) lo capacitó para ser el guía espiritual de muchos en Israel, y de forma especial de sus propios discípulos. No obstante, estas grandes verdades señaladas en el evangelio de san Juan fueron vividas con sus altibajos en los años posteriores, hasta que la Resurrección y la venida del ESPÍRITU SANTO lo esclareció todo. La vida se muestra como un gran cedazo, en el que un movimiento enérgico de ida y vuelta, va separando el salvado del grano. Así también el ejercicio de discernimiento no puede cesar a lo largo de la vida para mantener clara la conciencia de “quién es el CRISTO”.
Al tercer día
Lo simbólico en el evangelio de san Juan no rebaja en nada sus hondas raíces fijadas en la realidad, incluso de carácter histórico. En el primer día aparecieron los inquisidores para determinar la propia identidad de Juan; en el segundo día, JESÚS se dirige al propio Juan, pero de JESÚS no se recoge palabra alguna; y en el tercer día dos de los discípulos que acompañan a Juan, ven que el Bautista señala a JESÚS que pasaba, y dice: “ese es el CORDERO de DIOS” (v.35). Conjugando los episodios relatados por los sinópticos, establecemos en el primer día el tiempo de predicación del Bautista al Pueblo de Israel, el segundo día corresponde al de la gran revelación cuando JESÚS es bautizado; y el tercero cabe enmarcarlo en la vuelta del desierto de Judea por parte de JESÚS camino de Galilea. El preámbulo a la misión estaba cumplido, y JESÚS tenía decidido el marco geográfico en el que iba a realizar la predicación sobre el Reino de DIOS.
Las primeras palabras de JESÚS
Las primeras palabras de JESÚS en el evangelio de san Juan son muy sencillas: “¿qué buscáis?” (v.38). La última palabra de JESÚS en este evangelio va dirigida de modo imperativo: “sígueme” (Cf. Jn 1,21,19). De forma muy esquemática deducimos con el evangelio de san Juan, que la búsqueda en la vida está en función del seguimiento. La pregunta inicial de JESÚS está mínimamente condicionada, pues la plantea con un carácter muy abierto. Entenderíamos, que JESÚS preguntase: “¿a quién buscáis?”, pero no es así. La respuesta de los discípulos que lo eran del Bautista inicialmente, define lo que ellos andan buscando: “MAESTRO, ¿dónde vives?” (v.38b). Estamos asomándonos a los aspectos más básicos del ser humano, que vienen formulados de una forma elemental. Aquellos dos discípulos del Bautista habían adelantado un largo trecho en el camino del conocimiento personal y espiritual, y su búsqueda no quedaba en la indefinición del “¿qué buscáis?”. El seguimiento al MAESTRO es un camino de verdadera libertad, al que se llega, normalmente, después de múltiples tentativas realizadas en un proceso de búsqueda. La vida es dinamismo, conocimiento, decisión, errores, aciertos y aprendizaje. Pasos lentos, conocimiento muy limitado, experiencia contrastada con dificultad, y la consideración de modelos de comportamiento, que se presumen como ideales.
Aquellos dos discípulos que siguieron a JESÚS habían escuchado al Bautista en las jornadas de retiro como el resto de los discípulos. Tuvieron que ser inolvidables para aquellos seguidores las interpretaciones de las Escrituras por parte del Bautista con una hondura espiritual muy superior a la de los rabinos en las sinagogas. La fuerza profética del Bautista queda atestiguada por distintos datos recogidos en los evangelios, y uno de ellos, no menos relevante, es la disposición espiritual que un grupo de los propios discípulos tiene para recibir de forma casi inmediata la revelación del MESÍAS. Tampoco es fácil delimitar el alcance de las palabras de los dos discípulos: “MAESTRO, ¿dónde vives?” El Prólogo del evangelio de Juan en sus versículos anteriores lo señaló: “puso su tienda entre nosotros” (v.14). La respuesta a la pregunta la podemos extralimitar y dar la posibilidad a que JESÚS dijese: “mi morada está entre vosotros, en medio de vosotros, con vosotros y dentro de vosotros”. Pero una respuesta así excedería las posibilidades del momento, y no es forma de proceder por parte del MAESTRO. Sin embargo, algo excepcional tuvo lugar en aquellas horas de convivencia para marcar el recuerdo para siempre: “serían las cuatro de la tarde” (v.39). Como en una composición de lugar ignaciana debemos diseñar el escenario en el que se pudieron haber movido JESÚS y aquellos primeros discípulos, de forma que la palabra escrita adquiera todos los armónicos posibles.
Simón Pedro
El evangelio de san Juan no ofrece listados de apóstoles ni discípulos, tan sólo alguna referencia en el capítulo seis (Cf. Jn 6,67), y la mención de los Once después de la Resurrección. De forma nominal sabemos de algunos de los discípulos, sin más ánimo que ofrecer una muestra de los motivos profundos por parte de los seguidores. La lectura del evangelio de este domingo termina con el encuentro entre JESÚS y Pedro. Andrés, hermano de Pedro, lo encuentra y le dice: “hemos encontrado al CRISTO” (v.41). Una enseñanza fundamental que los dos discípulos habían obtenido de aquel breve tiempo con JESÚS, es que ÉL era verdaderamente el CRISTO. El Bautista tenía razón, y ellos empezaban a reconocer a JESÚS de Nazaret como el ENVIADO de DIOS. Años más tarde nos dirá Juan en su carta: “lo que hemos visto, oído y tocado del VERBO de la Vida, pues la Vida se ha manifestado, eso es lo que os hemos transmitido” (Cf. 1Jn 1,1-3). El encuentro viene dado como una experiencia que opera cambios en la raíz de la condición personal. “JESÚS se quedó mirando a Pedro y le dijo: tú eres Simón, desde ahora te llamarás Cefas, que significa roca” (v.42-43). Los sinópticos marcan este cambio de significado después de algún tiempo, en un lugar buscado para el efecto, Cesarea de Filipo (Cf. Mt 16,13). Pero en este evangelio el suceso se enmarca desde los comienzos para indicar el largo periodo de aprendizaje que el verdadero discípulo debía llevar a término. Pedro o Roca, no oirá la llamada explícita del seguimiento hasta el momento de la Resurrección, cuando JESÚS confirma a Pedro en su misión de apóstol con la triple confesión (Cf. Jn 21,15-17). El tercer discípulo acogido en el grupo es Pedro, y a partir de ahora el Evangelio se va a centrar en Galilea: “al día siguiente JESÚS quiso partir para Galilea” (v.43)
San Pablo, 1Corintios 6, 13-20
En estos versículos del capítulo seis, y en el capítulo siete, san Pablo expone parte de su pensamiento sobre la teología del cuerpo y del matrimonio. Independientemente de las calificaciones dadas a los principios aquí expuestos por el apóstol, sus pronunciamientos han de ser tenidos en cuenta, pues nos enfrentan con el misterio mismo del hombre, que no agota su comprensión desde las ciencias biológicas o psicológicas. San Pablo participaba de una compleja antropología que considera al hombre como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, que debe ser conservado sin reproche hasta la venida de nuestro Salvador JESUCRISTO (Cf. 1Tes 5,23). San Pablo se considera apóstol de JESUCRISTO, poseedor también de la unción del ESPÍRITU SANTO y con la autoridad espiritual suficiente para dar una doctrina cierta sobre materias tan sensibles para los hombres de todos los tiempos, y en especial para el pensamiento actual posmoderno. Por otra parte los criterios abordados en estos textos vienen a sostener la base humana y razón de los sacramentos, que mantienen una dimensión material y corpórea, pues sería impropio de una religión basada en la Encarnación, el mantenimiento de unas relaciones con DIOS ajenas al mundo material en el que el VERBO se hizo carne. (Cf. Jn 1,14)
“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el SEÑOR, y el SEÑOR para el cuerpo” (v.13b). El destino de la corporeidad humana no es para este mundo, sino que se experimenta en distintos ámbitos de relación orientados todos a una integración en el CUERPO de CRISTO, del que empezamos a formar parte por el Bautismo. JESÚS, el VERBO de DIOS no sólo tomó una biología de la VIRGEN MARÍA, sino que la Encarnación extiende su alcance a una corporeidad que incluye todas las dimensiones físicas, psíquicas y espirituales de la humanidad. Desde entonces cada uno de nosotros tiene la certeza de un encuentro con DIOS que incluye todas las dimensiones de lo humano. La realidad de las cosas presentes tiene en la visión cristiana un fundamento según la razón última para la cosa o realidad que ha sido creada. El cuerpo no es para la degradación de la fornicación, sino para el perfeccionamiento que lo integra en la unidad final del CUERPO total de CRISTO (Cf. Col 1,20). Mientras tanto el cuerpo debe regular su tendencia erótica querida por DIOS e impresa en todos los niveles de la personalidad, según la virtud de la castidad. Entiéndase bien que castidad no significa continencia total, que adoptada de forma indebida podría volverse en contra de la propia continencia y virtud de la castidad. San Pablo lo aclara muy bien en el capítulo siete de esta misma carta: “de común acuerdo daos a la continencia sólo por un tiempo para la oración, pero volved a la conducta habitual para que el diablo no os tiente de incontinencia” (Cf. 1Cor 7,5). La corporeidad sacramental, que verifica que el SEÑOR es para el cuerpo” adquiere todo el realismo en las palabras de JESÚS. Todo el discurso del PAN de VIDA recogido por san Juan ofrece la primacía a la dimensión corpórea del hombre que se ha de regenerar y vivir de la “CARNE de CRISTO”. La humanidad glorificada de JESÚS, que asume toda nuestra débil humanidad se vuelve restauración y vida eterna para nosotros. En la Comunión Eucarística es el CRISTO Eucarístico el que nos asimila y nos hace suyos.
“¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de CRISTO?” (v.14) San Pablo está hablando a los corintios, que estaban muy próximos a una vertiente del gnosticismo en el que la materia corporal se deslindaba con facilidad de las características espirituales. Para el hombre bíblico las personas son concebidas como una unidad espiritual y física: el cuerpo no es ninguna cárcel para el espíritu humano, sino la dimensión externa y espacial que la persona posee, para que el espíritu humano pueda desenvolverse, crecer y madurar. El Cristianismo asume e integra esta concepción del hombre: “el VERBO de DIOS se hizo carne, y habita entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). El lenguaje inapropiado nos induce a errores, que van calando y oscurecen el sentido de las cosas; así cuando decimos, “tengo un cuerpo” lo estamos rebajando al nivel de una cosa u objeto, cuando en realidad es una dimensión de la propia identidad. Podemos designar una de nuestras dimensiones, pero entendiendo siempre que formamos una unidad psicofísica de carácter espiritual; esto es, nos constituye el cuerpo, el alma y el espíritu con un destino de eternidad en CRISTO, pues de otra forma nunca podríamos entrar en una plena comunión con DIOS.
“¿No sabéis que vuestros cuerpos son templos del ESPÍRITU SANTO?” (v.19). En el capítulo ocho de la carta a los Romanos, san Pablo desarrollará algo más la doctrina de la inhabitación del ESPÍRITU SANTO en el hombre, sus grandes manifestaciones y repercusiones. Por el momento nos mantenemos en la consideración del hecho en sí mismo originado en el Bautismo. Después del Baño de la Regeneración se adquiere una nueva dimensión antropológica y recibimos el sello indeleble de la filiación divina. Algo así como el abrazo del PADRE, que acoge al hijo que llega, le reviste con una nueva túnica, lo provee de sandalias, le regala el anillo con el sello de su dignidad y se organiza el gran Banquete en su honor, en el que él se convierte en centro de atención (Cf. Lc 15,22-24). San Pablo lo expresará de otra forma en estos versículos: “habéis sido bien comprados, glorificad a DIOS en vuestro cuerpo” (v.20). El agua, la sangre y el ESPÍRITU (Cf. 1Jn 5,6-8) son testigos del precio pagado por JESÚS para admitirnos en el banquete del Reino de los Cielos. La “Gloria de DIOS” vive en nuestro cuerpo por eso tenemos capacidad para glorificar a DIOS en lo que hacemos, decimos y pensamos.