En el evangelio de Marcos que escuchamos este domingo, Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos responden: Algunos dicen que eres Juan, el bautista, a quien Herodes había mandado a decapitar; otros dicen que eres Elías, el profeta que tenía que venir para anticipar la llegada del mesías y, algunos más opinan que es alguno de los profetas que el pueblo de Israel había tenido en su historia; pero en realidad a Jesús no le importa lo que diga la gente de él, es alguien que no se deja llevar por la aprobación o rechazo de los demás, lo que los demás piensen de él, le tiene sin cuidado.
Lo que realmente le interesa Jesús es lo que piensan de él sus discípulos. Jesús no ha sido un maestro que reúne a sus discípulos para instruirlos, ellos han sido llamados para seguirlo, van a donde el maestro va, comen y duermen donde el maestro come y duerme, no sólo aprenden una doctrina, aprenden a vivir, a sentir, a actuar y pensar como su maestro, no se trata de aprender solo unas enseñanzas, sino más bien una forma de vida y por eso Jesús tiene mucho interés en la respuesta, quiere saber quién es para ellos, lo que significa en sus vidas y Pedro, hablando a nombre del grupo responde: Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo, es decir, el escogido de Dios, el ungido y consagrado para llevar a cabo una misión, la reconciliación del hombre con Dios y para la salvación eterna de su alma.
Este domingo, a ti también Jesús te hace esta pregunta fundamental: Y tú, ¿Quién dices que soy yo? ¿Qué significó para ti? ¿Qué lugar ocupo en tu vida? La respuesta tiene que ser muy personal, tiene que salir de lo más profundo del corazón, la respuesta que le das a Jesús reflejará lo que es tu vida de fe.
Jesús debe ser no uno más, no alguien de cuando en cuando haces presente en tu vida, tiene que ser el centro de tu vida, de tu corazón, de tus afectos, alguien sin el cual no te explicas quién eres, alguien sin el cual no tiene sentido tu vida, alguien que es el centro de tu alegría, de tus anhelos, de tus esperanzas, es alguien a quien debes amar sobre todas las cosas, sobre tu vida misma, sobre tus seres más queridos, tu esposo, tu esposa, tus padres, tus hijos, tus amigos, tus bienes; él es quien tiene que estar en el centro de tu corazón.
Fíjate el testimonio de nuestros hermanos cristianos que están siendo perseguidos en Medio Oriente a causa de su fe, han preferido dejar sus pueblos, sus bienes antes que renegar del nombre de Jesús; muchos de ellos, incluso, han preferido la muerte, perder a sus familias antes que negar a Jesús. ¿Por qué? Porque para ellos Jesús está por encima de todo, incluso de sus propias vidas, y por eso han preferido el destierro, el sufrimiento y la muerte antes que negar al Señor Jesús.
“Señor Jesús, tú sabes que te amo, pero debo reconocer que aún me falta amarte más, más que a mí mismo, más que a mis seres queridos, que a mis bienes, que a mis convicciones. Me hace falta un amor apasionado, ese que tuvieron por ti los santos, el amor ardiente de los mártires, el amor profundo de Pedro para poderte decir: ¡Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo!” Feliz domingo, Dios te bendiga.