No lo podemos todo, no lo sabemos todo. Aunque no sea fácil aceptarlo ni reconocerlo es lo que queda cuando se asoman a nuestra vida nuevos horizontes, experiencias que no habíamos imaginado. Nos sentimos seguros y acomodados con lo que hemos alcanzado o con el sistema de pensamiento que hemos venido delimitando, cuando de repente se aparece una estrella diferente y definitiva en el horizonte.
Se trata de un conocimiento superior y de una experiencia novedosa que podemos explicar con las palabras de los reyes magos: “Hemos visto surgir su estrella”. Es decir, no la hemos inventado, no la hemos necesariamente descubierto por nosotros mismos, sino que se ha aparecido, hemos visto que ha surgido y su belleza y su misterio nos ponen en camino para seguir su rastro.
Anton Zeilinger, premio nobel de física 2022, señala: “Algunas de las cosas que descubrimos en la ciencia son tan impresionantes que he elegido creer”. Es decir, también quien no tiene fe -y es aparentemente lejano- puede experimentar una atracción tan fuerte en relación a Dios que comienza una búsqueda, un viaje que al final le llevará inevitablemente a los pies del Niño Jesús.
Los reyes magos saben preguntar a quienes tienen más información, a quienes se han puesto en camino, a quienes tienen más indicios y se han venido familiarizando con esta revelación. En la experiencia y periplo de estos personajes venidos del oriente parece asomarse lo que significa el camino de la fe.
La ciencia que estos personajes habían alcanzado les lleva a darse cuenta que sus conocimientos no son definitivos, por lo que saben preguntar, se dejan guiar y aprenden a rectificar.
Para los reyes magos la ciencia no fue un obstáculo para conocer a Dios. El conocimiento científico los elevó a un conocimiento superior que arrojó nuevas luces en su vida. De esta forma se elevaron en el conocimiento de Dios y lograron la plenitud en su vida.
Decía el gran científico francés Louis Pasteur: “Un poco de ciencia nos aleja de Dios. Mucha, nos aproxima”. Por su parte, Werner Heisenberg señalaba: “El primer sorbo de la copa de la ciencia te vuelve ateo, pero en el fondo del vaso, Dios te está esperando”.
Los reyes magos entendieron la dinámica del conocimiento científico que los inquietó a ponerse en camino siguiendo el rastro de la estrella. Lo que sabían y habían descubierto no los ensoberbeció, sino que les dio la pauta para lograr el descubrimiento más grande de su vida.
A diferencia de los magos que buscan algo nuevo, Herodes no aceptaba alguien más poderoso que él, su poder y ambición lo llevaron a reaccionar de manera demente y despiadada. De qué tamaño sería la soberbia y la ambición de Herodes, que un niño le hace perder la razón.
A diferencia de la apertura y de la humildad de los reyes magos, el rey Herodes se siente amenazado por el nacimiento de Jesús, su hambre de poder lo descompone, su oscuridad no resiste la luz, su odio no soporta la ternura.
Los reyes magos con humildad se ponen en camino porque saben que la ciencia que han alcanzado no es suficiente. Preguntan a cualquiera sin prejuicios y esto provocará también algunos problemas, tanto en su viaje de ida como en su viaje de regreso.
En efecto, de manera paradójica, Herodes y su corte les darán la mejor pista. Ellos conocen las profecías, saben dar indicaciones, aunque no se mueven del palacio, no salen del control y del mundo oscuro que han construido. Con aviesas intenciones ayudan a los magos para llegar a Jesús, pero ellos no quieren ponerse en camino. Más bien Herodes quiere saber dónde se encuentra el niño para matarlo. Estos personajes representan el delirio de omnipotencia, soberbia, orgullo, del mal que genera el mal.
Por medio de este rey, las historias bellas, pías y consagradas que hemos celebrado estos días de Navidad guardan su tensión, dolor y dramatismo que debemos reconocer para esclarecer todas sus enseñanzas.
Por eso, a partir de estos acontecimientos podemos decir que la fe nos provoca para ponernos en camino. La fe nos va llevando de tal manera que no nos conformamos con lo que sabemos y hemos experimentado, sino que nos saca de nuestra comodidad, rompe nuestros esquemas y nos empuja siempre hacia una experiencia de encuentro con el Señor.
La fe no es saber algo sino conocer a Alguien, no es demostración sino sobre todo adoración. La fe es plena y auténtica cuando nos lleva a postrarnos en la presencia de Dios. Como dicen los evangelios acerca de los reyes magos: “Y postrándose lo adoraron”.
No basta decir que creemos en Dios, o que respetamos algunos valores que nos parecen lógicos y convincentes. La fe que comienza como una búsqueda termina con un acto de adoración, donde reconocemos que encontrarse con el Señor no ha sido resultado de nuestras propias investigaciones sino don de Dios, ya que por su infinita misericordia muestra su gloria delante de nosotros, como a los reyes magos que habían seguido la estrella, pero que en un momento de este itinerario se les había desaparecido.
La ciencia, el poder y las comodidades no se pueden convertir en un obstáculo para convertirnos en verdaderos hombres de fe. No es incompatible ser creyente y científico al mismo tiempo, ser creyente e intelectual al mismo tiempo, ser creyente y político al mismo tiempo. Decía Pablo VI que: “Excluir la fe, la religión, es como quererse privar de la luz del sol, del aire para respirar, del pan que se necesita. Nuestra fe es el principio de una nueva vida”.
Los reyes magos anticipan a tantos hombres y mujeres ilustres que precisamente por ser creyentes fueron también científicos, descubridores, impulsores y referentes de los distintos sectores del saber humano, pues llegaron a entender, como dice Chesterton, que: “La ciencia no debe imponer ninguna filosofía, como un teléfono no debe decirnos de qué debemos hablar”.
Blaise Pascal, matemático, físico y filósofo francés señalaba que: “Para quien quiere ver hay suficiente luz y para quien no quiere ver hay suficiente oscuridad”.
La fe nos lleva a expresar nuestro amor a Dios de manera elocuente y contemplativa. Hay que poner atención para que, a ejemplo de los reyes magos, los conocimientos no nos hagan fríos y calculadores, que no nos cierren a un conocimiento superior, sino que sucumbamos ante la hermosura de nuestro Dios, como lo hacen al mismo tiempo los pastores y los reyes. Como lo plantea el verso de Eugenio d’Ors: “Para calar pronto / si viene el Señor, / cuídate ser Mago / si no eres Pastor”. De esta forma llegaremos a descubrir, como plantea Mons. Julián Barrio que, “el Eterno desciende al tiempo. El Infinito cabe en los brazos de María.
La Palabra del Padre viene en el silencio. El Inmensamente Rico se ve recostado en un pesebre y envuelto en unos pañales. El Deseado de las naciones se siente rechazado. Nace no en la Jerusalén prestigiosa y religiosa, sino en la pequeña ciudad de Belén, lugar del pan; ese pan tierno de Jesús que llegará a nosotros misteriosamente en cada eucaristía”.
En la fiesta de Epifanía los reyes magos nos enseñan a acercarnos a Jesús con asombro y devoción para que en nuestra vida de fe lleguemos a la adoración. Mons. Tonino Bello así se refería a la Epifanía: “Es el día de la genuflexión también para nosotros. Y también del ofertorio de los dones. Pero, sobre todo, de decisión de regresar a casa siguiendo otro camino”.
El dinamismo de la fe y su relación intrínseca con la razón es explicado de manera muy bella por el científico y poeta español David Jou Mirabent:
“Cuando digo que creo no salto al vacío,
me miro a mí mismo y me veo razón finita, cuerpo mortal,
sentimiento inconstante, pasión insaciable:
el vacío soy yo cuando faltas Tú.
Razón infinita, Amor eterno, Perfección saciada […]
Cuando digo que creo en Dios no salto al vacío: toco las raíces de lo que soy,
me siento iluminado -¡tan oscuro como soy!-
de piedad, de gracia y de misterio”.