Un nuevo modelo

1Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23 Salmo 102 1Corintios 15,45-49 Lucas 6,27-38

Pablo Garrido Sánchez

El hombre hecho del barro de la tierra (Cf. Gen 2,7) sigue estando modelado por el CREADOR. El perfeccionamiento físico no clausuró el acabado moral y espiritual. Nuestro modelo de hombre es el mismo JESUCRISTO: “no está el discípulo por encima del MAESTRO, todo el que esté bien formado será como su MAESTRO” (Cf. Lc 6,40). Dos grandes medios aparecen en la Biblia para modelar la vertiente moral y espiritual del hombre: la Ley de Moisés, en el Antiguo Testamento, y el Evangelio en el Nuevo Testamento. Tanto la Ley de Moisés como el Evangelio plantean dos objetivos: rechazo del pecado y el perfeccionamiento personal. La alternativa de los dos caminos ofrece la elección entre el mal y la muerte; el bien y la vida (Cf. Dt 30,15-19). El Evangelio no se aparta de esta verdad fundamental asentada en el corazón del hombre: “haz el bien y evita el mal”. Ahora el bien es la Palabra dada por DIOS de forma definitiva, pues ya no se va a producir revelación alguna por parte de DIOS. La Palabra dada por JESÚS viene de DIOS. JESÚS revela: “YO digo lo que oigo decir al PADRE” (Cf. Jn 12,47-50). La exigencia moral del Evangelio es superior a la que se pedía en el Antiguo Testamento, de ahí que el discípulo de JESÚS tenga que estar asistido por la presencia del ESPÍRITU SANTO para llevar a buen término las prescripciones dadas en el Sermón de la Montaña (Cf. 5,6 y 7), o en el Sermón de la Llanura” (Cf. Lc 6,20-26). El nuevo modelo de hombre está en CRISTO y el proceso de transformación está marcado en el Evangelio. Desde el inicio del camino nos asiste el ESPÍRITU SANTO, que hace posible la transformación efectiva paso a paso. Algo nos dice san Pablo: “los que viven según la carne desean lo carnal, pero los que viven según el ESPÍRITU, lo espiritual” (Cf. Rm 8,5). El ESPÍRITU SANTO viene en nuestra ayuda para apoyar las tendencias hacia el bien, la verdad y la belleza. Los grandes pecados aprisionan el ánimo, entristecen y asfixian; por eso dice el Apóstol: “para vivir en libertad nos ha liberado CRISTO” (Cf. Gal 5,1) Esta liberación interior resuelve el pecado, ofrece la conciencia de la Presencia de DIOS y dispone para la comunión fraterna con los hermanos. La penumbra, oscuridad o pesadez moral y espiritual, vienen a causa de la negación de DIOS por las prácticas idolátricas de la magia, el ocultismo, el espiritismo, las distintas mancias, los hechizos o encantamientos. Lo anterior bloquea de forma directa el Amor de DIOS. Una gracia muy especial es precisa para romper la barrera espiritual que se afianzado con el tiempo. Pero el Don del ESPÍRITU SANTO, de forma especial en el Sacramento de la Confesión, desata los lazos establecidos y la persona siente una paz y ligereza espiritual que antes no tenía: “ninguna condenación pesa ya sobre los que están en CRISTO JESÚS, porque la ley del ESPÍRITU que da la vida en CRISTO JESÚS te liberó de la ley del pecado y de la muerte” (Cf. Rm 8,1-2). La Ley de Moisés no podía liberar de la tiranía del pecado, pues el hombre disponía sólo de sus propias fuerzas, porque el ESPÍRITU SANTO todavía no había sido dado. Verificada la Redención por JESUCRISTO, entonces, “el Amor de DIOS viene a nuestros corazones por el ESPÍRITU SANTO que nos es dado” (Cf. Rm 5,5). La Ley de Moisés ponía en evidencia el pecado, que era incapaz de perdonar, pero la acción del ESPÍRITU SANTO hace renacer una nueva criatura: “ninguna condenación pesa sobre los que están en CRISTO JESÚS” (Cf. Rm 8,1). Si la carta a los Romanos debiera ser un texto de lectura y meditación asidua, el capítulo ocho de forma especial, por atender a lo nuclear de nuestra Fe: la Salvación. No se debe promover la duda o la desconfianza en DIOS cuando la Palabra de DIOS es tan clara y directa: “ninguna condenación pesa ya sobre los que están en CRISTO JESÚS”. La predicación de la exigencia evangélica nunca debiera ensombrecer la verdad fundamental por la que el HIJO de DIOS se hizo hombre: la Salvación de todo los hombres. La libertad interior para obrar el bien según el Evangelio es la prueba subjetiva de la acción de la Gracia, que va ganando espacio al pecado en su dominio. La Salvación se hace cercana y se puede creer en las promesas cifradas en el Mensaje de JESÚS. San Pablo es un ejemplo preclaro de la configuración personal con CRISTO, que mantiene su parcela de lucha interior: “mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley de que es buena. En realidad, no soy yo quien obra sino el pecado que habita en mí” (Cf. Rm 7,15-16). Sigue diciendo san Pablo, “si hago lo que no quiero no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro entonces esta ley: aún queriendo hacer el bien es el mal el que se me presenta, pues me complazco en la Ley de DIOS según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la Ley de mi razón, y me esclaviza la ley del pecado que está en mis miembros. Pobre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? (Cf. Rm 7,21-24). San Pablo nos ayuda a distinguir tres vertientes catalogadas como leyes, actuando en la contienda interior espiritual: la ley del pecado -carne-, la Ley de Moisés, Decálogo o recta razón; y la Ley de la Gracia, que vence la tendencia del pecado y la fuerza que el pecado pudiera haber añadido por la imputación de la Ley. Al dimensionar el pecado gracias a la Ley crece el peso del mismo sobre la conciencia, que sólo se puede ver liberada por la Ley de la Gracia -Divina Misericordia-. Un ejemplo: alguien dedica años de su vida a la prostitución o tráfico de drogas; y en algún momento cae en la cuenta de la gravedad de sus actos. El arrepentimiento de esta persona que tiene delante todo el mal producido puede llevarlo a la desesperación. Sólo el perdón incondicional del SEÑOR -Ley de la Gracia- lo puede mantener en una vida de superación, agradecimiento y testimonio. Bien sigue diciendo san Pablo, en el capítulo ocho: “la Ley del ESPÍRITU que da la Vida en CRISTO JESÚS, te libera de la ley del pecado y de la muerte” (Cf. Rm 8,2). El ESPÍRITU SANTO es el Don de la Redención por excelencia, y gracias a ÉL vamos venciendo, aún con caídas, sobre las tendencias negativas de la carne -ley del pecado y de la muerte-. La Ley de Moisés nunca podía realizar lo que opera en nosotros la Ley del ESPÍRITU, porque la Vida Nueva que vamos recibiendo es gracias a la deuda saldada por JESUCRISTO en nuestro favor. ÉL ha pagado por todos y cada uno el precio de la Gracia que nos va siendo dispensada. Ahora nuestra conducta debe seguir la misma vía de las Obras de Misericordia, que nos afirman en la Gracia recibida, y debe acrecentarse hasta llegar a la medida en CRISTO (Cf. Ef 4,13).

Saúl y David

La primera lectura de este domingo viene del primer libro de Samuel con uno de los episodios en que Saúl quiere acabar con la vida de David. El respeto por el “ungido del SEÑOR” prevalece en el ánimo de David, a la de reaccionar frente a las agresiones de Saúl, que da muestras sobradas de un carácter atormentado por obsesiones, el miedo y la envidia. David se había ganado la simpatía del pueblo, al vencer la amenaza filistea del gigante Goliat (Cf. 1Sm 17,49-51;18,5ss). Por otro lado, David y Jonatán, el hijo de Saúl, habían establecido una sincera y profunda amistad, cosa que a Saúl no le tranquilizaba en lo más mínimo, pues veía peligrar la sucesión de su hijo como rey de Israel (Cf. 1Sm 18,3-4). Mical, hija de Saúl, se enamoró de David y éste le propuso que la dote consistía en cien prepucios de filisteos con la esperanza por parte de Saúl, que David fracasara en la empresa. El resultado fue que David se presentó ante el rey con doscientos prepucios (Cf. 1Sm 18,25-27). Cuando David sea proclamado rey traerá a Mical su esposa, que no le dará ningún hijo. Saúl fue ungido rey por el profeta Samuel, a petición de los israelitas que reclamaban un rey como el resto de las naciones. Al principio el profeta Samuel se resistía a esa unción y nombramiento, pero el SEÑOR le dijo que accediese a su petición. Saúl en el ejercicio de su cargo va a ser reprobado por desobediencia a YAHVEH  (Cf. 1Sm 15,23). Saúl seguirá otro tiempo en el ejercicio de su cargo, pero YAHVEH manda al profeta Samuel para que unja a David, en Belén, como nuevo rey (Cf. 1Sm 16,1ss). En los libros sagrados no consta que David pretendiese el reino en vida de Saúl, pero éste no cesó de verlo como el enemigo al que era necesario eliminar, por lo que va a emprender distintas campañas militares con el objetivo de acabar con él. La reacción de David es ejemplificadora: “no se puede atentar contra el ungido del SEÑOR” (Cf. 1Sm 26,11). David aparece en sus inicios como un líder carismático, que tiene éxito en todas sus incursiones y batallas. A su alrededor se reúnen personas de toda condición, que con el tiempo van adquiriendo el carácter de soldados del rey. Mientras tanto se comportan como mercenarios a sueldo y cierta clandestinidad. A David lo caracterizará su espíritu religioso por encima de sus grandes defectos o pecados. David dará muestras de profundo y sincero arrepentimiento, por lo que DIOS podrá establecer con él las promesas de carácter mesiánico.

Persecución

David andaba rodeado de unos seiscientos hombres (Cf. 1Sm 30,1), y realizaba incursiones en tribus hostiles a Israel, aunque en algún momento se ve forzado a permanecer en territorio filisteo (Cf. 1Sm 27,1), precisamente acosado por su perseguidor, Saúl. Informan al rey, de la proximidad de David y éste escoge a tres mil hombres para ir a su busca y captura (Cf. 1Sm 26,2) El rey Saúl era víctima de sus obsesiones, y la envidia lo dominaba. Estaba dedicando los escasos recursos de un pequeño reino en perseguir a quien no representaba peligro real alguno. Una legión romana contaba con unos cinco mil hombres aproximadamente, con lo que el potencial humano con el que contaba Saúl era muy limitado; pero muy superior, al mismo tiempo, que el de David. El rey se adentra en el desierto en busca de David, que detecta inmediatamente la maniobra. Para cerciorarse de las intenciones del rey, David mandó exploradores, que  inmediatamente dieron con la posición exacta (Cf. 1Sm 26,4).

Incursión en la noche

“Llegó David al lugar donde estaba acampado Saúl. Observó David el lugar y dónde estaba Saúl y Abner, jefe de su tropa, y estaban durmiendo en el centro del campamento, con la tropa alrededor de él… Todos dormían porque había venido sobre ellos el sopor de YAHVEH” (Cf. 1Sm 26,5.12). Saúl y la tropa toman las medidas oportunas para garantizar la seguridad de todos especialmente la del rey, pero a todos los vence el sueño; pero en este caso no es un sueño cualquiera, sino “el sopor mandado por YAHVEH”, que pondrá en evidencia las intenciones de unos y otros. “De nada valen los centinelas, si el SEÑOR no guarda la ciudad” (Cf. Slm 127,1).

La justicia pertenece al SEÑOR

Acercándose con sigilo, en medio de la noche, le dice Abisay a David: “hoy ha puesto el SEÑOR a tu enemigo en tu mano. Déjame que lo clave en tierra de un solo golpe con la lanza. Pero David le dijo: no se puede atentar contra el ungido del SEÑOR…Ha de ser YAHVEH quien le hiera, llegue su día y muera, baje al combate y perezca” (Cf. 1Sm 26,8-10). La legítima defensa permitía a David acabar con la vida de Saúl, que lo estaba buscando para matarlo. La superioridad de medios de los que disponía Saúl ponía a David en una situación muy vulnerable. David contaba básicamente con la protección dada por la Divina Providencia. David en este caso supo respetar los tiempos dispuestos por el SEÑOR y renunció a cualquier derecho de venganza o legítima defensa, apelando a la directa actuación de la Divina Justicia. La pugna estaba dispuesta entre dos personas ungidas por el SEÑOR: una en el ejercicio de sus funciones como rey, pero reprobado; y el otro, David, que supo esperar el tiempo marcado por el SEÑOR para su entronización como rey de Israel. La avidez por el poder es una pasión fácilmente incentivable, y David la mantuvo bajo control en este y otros momentos de su vida. Saúl y su hijo Jonatán perecerán a manos de los filisteos en una de las frecuentes batallas (Cf. 1Sm 31,1ss).

La prueba

“David y los suyos se retiran y llevan consigo la lanza y la jarra que están a la cabecera de Saúl (Cf. 1sm 26,12), y nadie los vio, nadie se despertó, porque se había abatido sobre ellos el sopor profundo de YAHVEH”. En este caso el sueño no trajo consigo el resultado de grandes transformaciones espirituales, sino que operó como protección hacia David. En todo caso aquel sueño profundo impidió que Saúl cometiese un gran pecado, pues al dar muerte a David estaría modificando drásticamente los planes de DIOS. Sobran los ejemplos que indican el carácter homicida de la envidia. Lo primero que muere es el corazón del envidioso, que intenta por todos los medios a su alcance en provocar males a los envidiados.

Una distancia prudencial

“Pasó David al otro lado y se colocó lejos, en la cumbre del monte, quedando un gran espacio entre ellos” (Cf. 1Sm 26,13). Podría estar amaneciendo y en el silencio de los primeros momentos de la mañana, la voz de David se oyó con claridad desde aquella elevación en todo el campamento de Saúl. David pone en evidencia la mala protección sobre el rey, al que le quitaron la lanza y el jarro mientras todos dormían, incluido Abner su guerrero principal. David les dice: “sois todos reos de muerte por no haber velado para impedir un atentado contra el ungido del SEÑOR. Mira ahora dónde está la lanza del rey y el jarro de agua que estaba justo a la cabecera” (Cf. 1Sm 26,15-16). El Salmo dice: “unos confían en sus carros, otros en su caballería. Nosotros confiamos en el Nombre del SEÑOR, DIOS nuestro” (Cf. Slm 20,7-8).

La voz de David

“Reconoció Saúl la voz de David y preguntó: ¿es esta tu voz, hijo mío?. David respondió: es mi voz, oh rey, mi señor. Y añadió: ¿por qué persigue mi señor a su siervo?, ¿qué he hecho y qué maldad hay en mí? Que mi señor se digne ahora en escuchar las palabras de su siervo: si es YAHVEH quien te excita contra mí, que sea aplacado con una oblación; pero si son los hombres, malditos sean ante YAHVEH, porque me expulsan hoy para que no participe en la heredad de YAHVEH, diciéndose: que vaya a servir a otros dioses” (Cf. 1Sm 26,17-19). Hubo un tiempo en el que David serenaba el ánimo cambiante de Saúl con sus cantos y la música de los diversos instrumentos (Cf. 1Sm 16,14-23). Las obsesiones del rey cesaban en muchas ocasiones cuando David salmodiaba, pero tampoco la terapia musical de carácter religioso surtía el mismo efecto, pues en una ocasión Saúl intentó atravesar a David con una lanza (Cf. 1Sm 18,20ss). Saúl se unía en ocasiones a las experiencias extáticas de algunos grupos proféticos, entre los que no estaba claro qué espíritu los animaba (Cf. 1Sm 10,9ss). Saúl muestra dependencia de comunicados, mensajes y oráculos para la gestión de su responsabilidad como rey, buscando en algún momento una médium consultora de espectros en Endor (Cf. 1Sm 28,7). David podía tener la edad de Jonatán, el hijo de Saúl, al que había acogido en la corte y dado en matrimonio a su hija Mical. La voz de David era familiar para Saúl pese a todos los inconvenientes internos que padecía el rey. La queja de David ante el rey alcanza el más alto punto de gravedad, pues David acusa a sus enemigos de expulsarlo de la heredad de YAHVEH y obligarlo a dar culto a otros dioses. David denuncia las influencias negativas que el rey está recibiendo y lo obligan prácticamente al destierro con graves consecuencias religiosas y espirituales.

Arrepentimiento de Saúl

“Respondió Saúl: he pecado. Vuelve, David, hijo mío, ya no te haré ningún mal; ya que mi vida ha sido preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente equivocado” (Cf. 1Sm 26,21). No hay que dudar de la sinceridad de Saúl en ese momento cuando reconoce su necedad dejándose llevar de sus obsesiones y envidia. Pero la trayectoria de Saúl avisaba que aquel arrepentimiento no iba a ser duradero y pronto se olvidaría de sus buenos propósitos. El envidioso además suele ser soberbio, y pasado un tiempo breve no era fácil seguir aceptando la superioridad moral de David, que mucho más joven había actuado con un grado muy superior de prudencia y virtud en todos los órdenes. David no es en ese momento, ni lo será en el futuro, un ejemplo perfecto de actuación; pero mantendrá una fidelidad básica al DIOS de Israel, y se cumplirán las últimas palabras de Saúl a modo de bendición: “bendito seas, hijo mío, David; triunfarás en todas tus empresas. Siguió David por su camino y Saúl volvió a su casa” (Cf. 1Sm 26,25). Los dos libros de Samuel relatan episodios, en los que la revelación se vuelve comportamiento humano. Las grandezas y las miserias humanas sirven de escenario visible para la manifestación de la Misericordia y el Poder de DIOS. El jovencísimo David venció al veterano y adiestrado gigante filisteo, Goliat; y el todavía muy joven David, vence y supera con mucho en la virtud al adulto rey Saúl.

Vino nuevo en odres nuevos

JESÚS viene a promover la generación de los “hombres nuevos”, que reciben el Don del ESPÍRITU SANTO y adoptan el estilo de vida dado en el Sermón de la Montaña o en el Sermón de la Llanura (Cf. Mt 5,6 y 7; Lc 6,20-26). Lo prescrito en la doctrina del Evangelio puede hacerse concreto, si el ESPÍRITU SANTO -Gracia- actúa en las personas, o moldea los corazones. JESÚS decía: “a vino nuevo, odres nuevos; pues de lo contrario se perderán el vino y los odres” (Cf. Lc 5,37-39). La necesaria asistencia del ESPÍRITU SANTO no evita el trabajo personal por mejorar y crecer en los dones, virtudes y carismas. Lo anterior se da en el propio SEÑOR: “JESÚS iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia, ante DIOS y los hombres” (Cf. Lc 2,52).

Mensaje para todos

“YO os digo a los que me escucháis: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien” (Cf. Lc 6,27). La voz de JESÚS sólo llega a los que se disponen a escucharlo. Parece una obviedad, pero conviene resaltar lo que aparece como básico: la actitud de escucha rompe el aislamiento sobre el que la comodidad o el propio criterio inamovible, nos repliega. Todos padecemos de cierta inercia, que aparenta estabilidad y serenidad. Las palabras del Sermón de la Llanura pueden golpear con intensidad nuestro corazón, pues no es nada fácil perdonar a los enemigos. La Palabra va más allá del estricto perdón, y dice: “amad a vuestros enemigos”. En primer término es necesario identificar a los enemigos con claridad con un criterio de localización. Hay enemigos en la corta distancia, a media distancia y otros que físicamente no es fácil cruzarse con ellos Las relaciones más urgentes a restablecer son las más próximas, por tanto convendría revisar si tenemos enemigos en los círculos más cercanos. No es necesario inventarse enemigos, tan sólo examinar si mantienes resentimiento hacia alguien cercano, próximo o íntimo, vivo o difunto. La sorpresa salta cuando veo un resentimiento latente, que había pasado por alto; o reconozco a alguien seriamente resentido hacia mí. Ahí tenemos identificado a un enemigo, al que debemos atender. Pudiera resultar que un resentimiento de fondo estuviera dirigido hacia DIOS mismo, haciéndolo culpable de una situación o circunstancias, que decimos no merecer. Este fondo resentido está en el fondo del enfriamiento religioso en sus diversas formas. Salvo esas antipatías irracionales que pueden darse, las enemistades o enemigos surgen por causas concretas, y la mayor parte de las veces son reversibles y subsanables. Hay que absolver a todos los que consideramos como agraviantes; y esperar ser absueltos por los que nos consideran sus enemigos. JESÚS en la Cruz nos ama a todos: amigos y enemigos. Nuestros enemigos son amados por JESÚS y nos presta su Amor para amarlos y perdonarlos. Con discreción vamos a tener alguna acción a favor del que nos rechaza. Esto último no es fácil, pues no se pueden forzar las situaciones. Si el “enemigo” está en el primer círculo de convivencia, una buena acción puede surgir con naturalidad. JESÚS toma de la mano a la suegra de Pedro y se pone a servirles (Cf. Mc 1,30-31). El gesto amable por parte de JESÚS resolvió las fiebres que postraban a la mujer.

Una oración poderosa

“Bendecid a los que os maldigan. Rogad por los que os difamen” (v.28). Aquí las palabras de san Pablo tiene buena aplicación: “el ESPÍRITU SANTO viene en nuestra ayuda para pedir como conviene” (Cf. Rm 8,26). La maldición y la difamación son acciones de violencia verbal en grado muy alto, y por tanto difícil de contrarrestar con una reacción atemperada. La superación en estos casos de la “acción-reacción” o Ley del Talión, es casi un milagro. La maldición supone un intento por parte de alguien de ser atacado por fuerzas espirituales dañinas. Es verdad, que la bendición por parte del agredido levanta una protección espiritual que evita cualquier efecto maléfico. La difamación es una agresión más calculada y de efectos a lo largo del tiempo. La buena fama tarda en construirse. La difamación destruye todo a velocidad de vértigo. La difamación lleva a la muerte civil de una persona. Orar por un difamador es un verdadero acto de Amor por el enemigo, pues supone su renovación espiritual.

Círculo virtuoso

“Al que te hiera en una mejilla, preséntale la otra; y al que te quite el manto no le niegues la túnica” (v.29). Este versículo plantea dos acciones de violencia física en el círculo más estrecho. JESÚS no quiere premiar al agresor, sino que se convierta. Tampoco JESÚS es un pacifista que declare la abolición de la policía y los ejércitos con los militares al frente, pues ambos cuerpos operativos tienen la misión de la legítima defensa y protección de los más débiles. Pero tendremos que promover formas de comportamiento que vayan generando acciones y reacciones dentro de un círculo virtuoso. Se cuentan episodios en las vidas de algunos santos, que describen la literalidad de estas palabras evangélicas. De nuevo la intervención del ESPÍRITU SANTO cobra todo su protagonismo, pues las solas fuerzas humanas no dan para un comportamiento así. JESÚS es golpeado, flagelado, coronado de espina y clavado en la Cruz, quedando como el Modelo de la conducta no violenta.

Desprendimiento

“A todo el que te pida, da; y al que te pida lo tuyo no se lo reclames” (v.30). La pobreza extrema tenía muchos protagonistas en tiempos de JESÚS. Muchos no sabían si sus hijos llegarían al día siguiente o fallecerían de hambre. Se hacía de todo punto necesario y urgente el compartir dentro de lo posible. En nuestras sociedades organizadas, pletóricas y de consumo, sigue rigiendo el mismo principio con un poco de complejidad. La necesidad primaria y urgente hay que cubrirla de forma inmediata, sin esperar el buen hacer de la ayuda social institucionalizada. Un criterio para la acción solidaria nos la da el siguiente versículo.

Equidad y respeto

“Lo que queréis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente” (v.31). La Caridad cristiana se plasma en obras concretas que responde al “qué hago” el momento en el que lo hago o “el cuándo”, y el modo de realizarlo o “el cómo”. De una forma más clasificada, hacemos referencia a las catorce Obras de Misericordia divididas para entendernos en espirituales y corporales. Toda la Escritura y de forma especial el Nuevo Testamento se organiza alrededor de dos centros como una gran elipse: el Amor a DIOS y al prójimo. JESÚS conjunta estos dos amores en el contenido del Primer Mandamiento. Cada uno de nosotros quiere ser amado por DIOS y por los hermanos en las distintas formas y circunstancias. Lo mismo, entonces, nos toca corresponder. Nuestra forma de manifestar el Amor no es igual al familiar, que al amigo; también diferencia entre el padre y la madre; la esposa y los hijos. Pero como dice la carta a los  Romanos: “a nadie debáis nada más que Amor” (Cf. Rm 13,8).

Insistencia

“Si amáis a los que os aman, ¿qué merito tenéis?, pues también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis?, también los pecadores hacen otro tanto. Si prestáis de los que esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis?, también los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente” (v.32-34) Lo comprobamos también nosotros: dentro de una red mafiosa se establecen vínculos afectivos entre los componentes, se ayudan y favorecen. Sin llegar a este tipo de organizaciones, observamos que los intereses inmediatos hacen amigos con rapidez, aunque sea pensando en la utilidad de esa nueva amistad. JESÚS quiere que nos ejercitemos en el desprendimiento e imitemos algo del Amor incondicional de DIOS. JESÚS nos pide amar a fondo perdido, hacer el bien sin esperar recompensa alguna. De nuevo reitera JESÚS: “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del  ALTÍSIMO” (v.35). Estamos llamados a ser hijos de DIOS, santos y transformados por el Amor (Cf. Ef 1,4). La Caridad es transformadora y la vamos aplicando paso a paso. Múltiples oportunidades nos ofrece el SEÑOR para vivir la comunión profunda con el prójimo. En este Sermón de la Llanura, el ejercicio de la Caridad traspasa los límites de la comunidad eclesial de hermanos en la Fe. El extraño también debe ser objeto de un trato basado en la Caridad para ser hijos del ALTÍSIMO, pues “DIOS da la lluvia a justos e injustos y hace salir el sol sobre malos y buenos” (Cf. Mt 5,45).

La compasión

“El ALTÍSIMO es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos como vuestro PADRE es compasivo” (v.35b-36). Estos versículos dan una breve semblanza del corazón compasivo de DIOS. El hombre padece y sufre por la enfermedad, la precariedad, el pecado y todos los males que nos aquejan. DIOS es trascendente, pero no está ausente y distante de lo que nos afecta y acontece: “hasta el último pelo de nuestra cabeza está contado en su Presencia”(Cf Mt 10,30). La Encarnación, Cruz y Resurrección de JESÚS, el HIJO de DIOS, se llevan a término porque DIOS ha tenido y mantiene una compasión infinita hacia los hombres. Si hay todavía alguna duda sólo tenemos que recorrer todos los episodios que narran los evangelios, y de modo especial las curaciones milagrosas.

El juicio es de DIOS

“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (v.37). En el ámbito de la familia y de la convivencia cercana, el SEÑOR nos encarga un ejercicio especial de comprensión y misericordia. Los juicios que sentencian carecen en general de datos suficientes, y faltaremos a la Caridad. San Pablo sugiere: “no juzguéis antes de tiempo, esperad que llegue el SEÑOR” (Cf.1Cor 4,5). Tendremos que analizar y discernir las cuestiones que atañen al orden político y social, y examinar de cerca los mecanismos de la manipulación, pero eso es otro asunto. Lo que el SEÑOR nos requiere es a favorecer la convivencia inmediata con las personas que están a nuestro lado. En esta distancia corta es inevitable la palabra que sobra, la exageración o la disculpa envuelta en verdad aparente. Sobre todas las imperfecciones de la convivencia debe prevalecer la comprensión y el ánimo de superación. En la tercera afirmación de este versículo reside la clave: “perdonad y seréis perdonados”; en primer lugar por DIOS mismo, y contribuiremos a  crear un ambiente de reconciliación, que en algún momento necesitaremos particularmente.

Mirando la recompensa

“Dad y se os dará una medida buena, apretada, remecida, rebosante, os pondrán en el halda de vuestros vestidos, porque con la medida que midiereis seréis medidos” (v.38). Dice Santiago en su carta: “la Misericordia se ríe del juicio” (Cf. St 2,13). Día a día podemos ejercitarnos en actos verdaderos de Misericordia, y un día toda esa Misericordia se empleará para escudriñar lo que hicimos o dejamos de hacer; lo bueno ante DIOS y lo que estuvo en el polo opuesto de su Divina voluntad. Si la Misericordia predominó nos encontraremos con la medida rebosante de Misericordia para lo que este tiempo de prueba haya dado. “El destino de todo hombre es morir una sola vez, y después de la muerte el juicio” (Cf. Hb 9,27). Ese Juicio será con Misericordia para los que han practicado la Misericordia.

San Pablo, carta primera a los Corintios 15,45-49

El modo de estar en la Vida Eterna que profesamos creer es el estado de transformación de nuestra dimensión corpórea a semejanza del cuerpo glorioso de CRISTO. La doctrina de la primera carta a los Corintios no difiere de lo dicho con más brevedad en la carta a los Filipenses, que es posterior a ésta que vamos comentando. Dice san Pablo: “nosotros somos ciudadanos del Cielo de donde esperamos como SALVADOR al SEÑOR JESUCRISTO, el cual transfigurará este cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del Poder que tiene para someter en SÍ todas las cosas”  (Cf. Flp 3,20-21).

La inmortalidad

En efecto, así es como dice la Escritura: “fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, ESPÍRITU que da Vida” (v.45). El verdadero modelo del hombre es el segundo Adán. El hombre se entiende por JESUCRISTO, porque no estamos hechos para la caducidad, sino que nuestro destino es la eternidad en la Vida Eterna con DIOS. Adán es el representante del cuerpo material y CRISTO del cuerpo glorioso o espiritual, en virtud de su Resurrección y del Poder dado por DIOS para resucitar a todos los que son su heredad.

El orden de las cosas

“No es lo espiritual, lo que primero aparece, sino lo natural, luego lo espiritual” (v.46) Nuestra creación en el orden material, o natural, tiene unas características propias, que no poseen los Ángeles. Las grandes limitaciones propias de lo natural jugaron en nuestro favor a la hora de hacer posible la Salvación, pues nuestro rechazo a DIOS no fue total, sino que quedó alguna parcela de bien en el hombre para retomar la Redención. CRISTO es el modelo de hombre hacia el cual vamos tendiendo o caminando, y por su Poder se realiza en nosotros una creciente transformación.

Perfección en la carne

“El primer hombre salido de la tierra es terreno, el segundo es del Cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste serán los celestes” (v.47-48). Para que los hombres terrenos nos vayamos transformando a imagen del hombre celeste, “el VERBO se ha hecho carne y habita entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). La transformación final se ha iniciado por la acción de la Gracia, que viene por la manifestación del ESPÍRITU SANTO en la gran diversidad de dones. No carecemos de ningún don de la Gracia (Cf. 1Cor 1,7). Cualquier  gracia dada tiene un carácter transformador de nuestra condición presente en orden al modelo de hombre perfecto en CRISTO, que un día se revelará transformando definitivamente nuestro cuerpo temporal y caduco en uno glorioso como el suyo.

Por toda la Eternidad

“Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste; pues la carne y la sangre no podrán heredar el Reino de los Cielos, ni la corrupción heredar la incorrupción” (v.49-50). No obstante debemos sentirnos profundamente agradecidos por esta condición corpórea, débil y caduca, que nos permite asociarnos a la Cruz de JESUCRISTO y caminar en una renovación permanente. Avanzamos en la Fe, que es oscura, con la certeza de toda esa transformación que se va produciendo como preparación a una Vida Eterna. CRISTO no despreció nuestra debilidad, sino que la hizo fuente de Gracia. Con nuestras cruces, fracasos y enfermedades, caminamos hacia el encuentro con CRISTO glorioso.

Comparte:
Leave a Comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *