Hemos escuchado hoy lo que tradicionalmente se llama “la curación del ciego de nacimiento”. Con esto, creo que el Evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús luz del mundo.
Este hecho milagroso resalta la identidad de Jesús, quien es luz del mundo, la luz que vence las tinieblas. No conocemos el nombre del ciego, sólo se nos dice que es un mendigo y que es ciego de nacimiento, que pide limosna a las afueras del templo. No conoce la luz, no se puede orientar por sí mismo, su vida está marcada por las tinieblas y por el desprecio de las personas, ya que consideraban la enfermedad como consecuencia de un pecado cometido por él o sus padres.
Un día, Jesús pasa junto a él y se interesa por su situación. El ciego no lo conoce, tal vez el tono de su voz le dio confianza y le permite que toque sus ojos; él no sabe lo que Jesús le pone, siente sus dedos tocando sus ojos y escucha su voz que le dice: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. Siloé significa “enviado”, allí se reunían muchos enfermos esperando ser curados en ese lugar; quizá era un lugar donde había acudido este ciego muchas veces; un lugar donde se compartía el dolor, el sufrimiento, donde se sentíacomprendido. Así que, siguiendo sus indicaciones va y se lava aquello que Jesús habíapuesto en sus ojos y comienza a ver. Su curación lo lleva a tener una actitud distinta: A caminar con firmeza, con seguridad, a admirar los colores, los rostros, su caminar debió ser resuelto.
Los vecinos lo conocen, pero ahora lo ven transformado. El que había sido ciego les expresa: “Un hombre que se llama Jesús me ha curado”. No sabe nada más de Jesús, no sabe de dónde es y dónde vive, no conoce su rostro, pero su voz la tiene gravada y él le ha permitido ver; lo ha sacado de las tinieblas, le ha concedido admirar la creación de
Dios. Los fariseos lo cuestionan, le piden explicaciones sobre Jesús y al no conocerlo, les habla de su experiencia: “Sólo sé una cosa: que yo era ciego y ahora veo”. Lo interrogan: “¿Qué piensas de Jesús?” y responde: “Que es un profeta”. Aquel ciego poco a poco se va quedando solo, sus padres no lo respaldan, los fariseos lo echan de la sinagoga, pero Jesús no abandona a quien se acerca a Él. Jesús sólo le hace una pregunta: “¿Crees en el Hijo del hombre?” Aquel hombre está dispuesto a creer, pero vuelve a sentir la ceguera, se da cuenta de que hay cosas que aquellos ojos no alcanzan a ver, ya que existe una ceguera en el alma y contesta desorientado: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dice: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es”. Ahora, Jesús vence la ceguera del alma de aquel hombre, quien se postra y dice: “Creo, Señor”.
Hermanos, con este itinerario de la persona ciega de nacimiento, Jesús nos está enseñando que existe un camino hacia la luz; un camino que se tiene que recorrer, desde la confianza, desde el conocimiento, para lograr una confesión de fe. Aquel ciego confió también es que se le abren los ojos del alma y expresa: “Creo, Señor”.
Hermanos, Jesús presenta su misión como un conflicto entre la luz y la oscuridad; el mundo de manera perversa pretende apagar la luz. Si analizamos nuestro mundo, nos damos cuenta que existe una carrera desenfrenada por adquirir posesiones materiales; existe el deseo de dominio de unos sobre otros; el marcado individualismo que nos conduce a ver las propias necesidades ignorando las de los demás. Esa lucha está tan fuerte, pero como cristianos, hemos de esforzarnos por permitir que la luz de Cristo ilumine nuestras tinieblas. No olvidemos que somos hijos de la luz, debemos caminar hacia la piscina de Siloé, por el camino podemos tener tropiezos como aquel ciego sin duda los tuvo, pero caminaba a lavarse sus ojos. No olvidemos que la piscina en nuestros días es la confesión, allí Jesús nos lavará la ceguera espiritual y nos permitirá ver las cosas desde Dios.
Este es un Evangelio hermoso que nos debe conducir a recordar ¿cuál es nuestro camino hacia la luz? ¿no será que seguimos en las tinieblas? Porque ciego, no es sólo aquel que en su vida no ha visto los colores, ciegos somos cuando no vemos lo que tendríamos que ver; ciego es el que no acierta a ver a los demás como hermanos y sólo los ve, si no como enemigos, sí como compradores, vendedores, consumidores; ciego es el que no quiere ver las necesidades de los hermanos y sólo ve sus propios intereses y los de su grupo; ciego es el que no acierta a ver la acción de Dios en la historia o en su vida.
Les invito para que, como aquel ciego, escuchemos la voz del Señor y permitamos que toque nuestros ojos para poder dar el paso hacia la luz. Sólo los fariseos, los arrogantes, los que viven a gusto en sus tinieblas seguirán ciegos, aunque Jesús nos siga invitando a todos a lavarnos los ojos.
Hermanos, Jesús nos quiere curar de nuestras cegueras, de nuestra miopía, ya estamos en el IV domingo de cuaresma, preguntémonos: ¿He iniciado el camino hacia la piscina de Siloé, que es la confesión? ¿He acudido a lavarme los ojos del alma? ¿He dejado que Jesús toque mis ojos?
Les propongo para que podamos ser curados de nuestra ceguera espiritual:
1° Admitir que podemos estar entre los ciegos, que tal vez vemos borrosa o deformada la realidad.
2° Acercarse a Jesús, pedirle a gritos la curación: “Señor, que vea”. Este acercarse a Jesús, implica escucharlo, para asimilar su pensamiento y poder ver las cosas como Él las ve.
3° Para ser curados como el ciego, necesitamos dejarnos tocar por Él. Jesús le untó los ojos con barro y dejarse tocar por el Señor, es recibir el gesto del perdón en el sacramento de la Reconciliación, es participar de su Cuerpo en la Eucaristía, alimentarnos de Él, que nos toque. Hermanos, continuemos el camino hacia la luz,
Aquel que es nuestra luz y quiere que veamos la realidad tal como es, como Dios la ha creado.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!