Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo trigésimo del tiempo ordinario.
Aunque toda la obra de evangelización en cada diócesis significa cumplir con la misión que Cristo encomendó a su Iglesia, llamamos “misioneros” a los miles de hombres y mujeres que en la actualidad han dejado su patria para ir a llevar el Evangelio a naciones donde la Iglesia apenas está naciente. Los “misioneros” son hombres y mujeres que han recibido una vocación especial de Cristo para marchar a otras tierras llevando la luz del santo Evangelio.
El DOMUND es una fiesta que nos viene a recordar que, en esencia, todo bautizado es misionero en la Iglesia, y que todos y cada uno tenemos deberes de oración y ayuda material en favor, no sólo de los misioneros, sino también de toda la gente que evangeliza en seminarios, hospitales, orfanatorios, asilos, dispensarios, escuelas, etcétera, en los lugares de más pobreza en el mundo. Por eso hoy ofrecemos nuestras Eucaristías por las misiones de la Iglesia y por todos nuestros misioneros enviados “ad gentes”, es decir, a los pueblos del mundo entero; y nuestra colecta de hoy en cada Misa llegará hasta los puntos más lejanos que podamos imaginar, y a las obras más necesitadas que realiza nuestra Iglesia en favor de los más pobres de este mundo.
Esta celebración del Domund es la causa de que la lectura de la carta a los Hebreos hoy se interrumpa, y en su lugar la segunda lectura está tomada de la primera carta de San Pablo a Timoteo. En este pasaje el Apóstol pide que en la comunidad cristiana, que Timoteo preside, se haga oración por todos los hombres, pero en particular por los jefes de Estado y demás autoridades. Hay lugares donde las autoridades no facilitan el libre ejercicio de la religión, incluso algunos creyentes son perseguidos a causa de la fe. Entre nosotros, aunque haya libertad de culto, se aprueban leyes contrarias a los principios del respeto a la vida y a la institución familiar. Hemos de seguir orando por nuestros gobernantes, para que, como dice San Pablo: “podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.
No podemos detener nuestra obra evangelizadora y olvidar los lugares donde Cristo no es conocido: las misiones deben continuar. Dice San Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Lo más grave en México y en la mayoría de las naciones es que existe la negación de la única verdad sobre Dios. Jesucristo es la verdad, como Él mismo se presentó, como el camino, la verdad y la vida.
El Papa Francisco durante todo su ministerio nos ha llamado ser una “Iglesia en salida misionera”, es decir, una Iglesia que no se contenta con atender a los cristianos que se reúnen y frecuentan la comunidad, sino salir en búsqueda al encuentro de los que están fuera, para encontrar a los que se han alejado, o a los que nunca han pertenecido y tener una actitud de diálogo fraterno, que lleve a otros a desear pertenecer a nuestra comunidad. Esta “Iglesia en salida misionera” incluye a todos los bautizados, no sólo a los ministros y consagrados. También nos ha llamado a ser una “Iglesia hospital de campaña”, que sale al encuentro de los migrantes, enfermos y todos los más necesitados, material o moralmente, para ofrecer la salud y el descanso en Cristo. De modo que el reto es enorme si lo tomamos en serio.
La primera lectura de hoy, tomada del profeta Jeremías, presenta el anuncio del regreso del pueblo de Israel del destierro en Babilonia a su propia tierra. El mismo profeta que les anunciaba el castigo del próximo destierro, ahora les anunciaba que vendría luego el regreso. Regresará un pueblo de hombres y mujeres pobres y disminuidos, entre los que vendrá el ciego, el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz; una multitud que viene llorando, pero que será consolada por su Señor. Esto es una figura de nuestra vida de destierro en “este valle de lágrimas”, de un pueblo creyente que va camino a la casa del Padre, nuestra Patria eterna.
Esta profecía mesiánica se cumple en el Evangelio de hoy, según San Marcos, en el cual Jesús le devuelve la vista a un ciego de nacimiento, y éste, una vez recuperado, le sigue gozoso por el camino. Este ciego se encontraba sentado al borde del camino y luego termina siguiendo a Jesús, dando saltos de júbilo por el camino. Esta palabrita, “camino”, es una clave teológica pues significa la vida cristiana, la cual no puede consistir en estar establecidos fijamente junto al camino. Creer en Cristo implica no estar fijo en las propias ideas y costumbres, sino el dinamismo de quien va descubriendo en el camino de seguimiento a Jesús nuevos retos y desafíos de justicia y caridad.
Como dice nuestro dicho: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Pero el que quiera recibir la luz de Cristo, podrá ver la vida de un modo de totalmente nuevo. Este ciego antes pedía limosna junto al camino. Pongamos atención para no pasar la vida pidiendo limosna a la suerte, al destino, o una persona de la que dependamos en cualquier forma. Seamos ricos en el amor de Cristo, un amor correspondido al cien por ciento, como nadie jamás nos va a corresponder; seamos libres, no deseando otra cosa que hacer la voluntad del Señor; tengamos paz, sabiendo ya con seguridad cuál es nuestro destino: la casa del Padre.
El ciego le gritaba a Jesús Nazareno diciendo: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Lo cual significa una confesión de fe en que Jesús es el Mesías esperado, capaz de curarlo, tal como lo anunciaban las profecías. La gente reprendía al ciego porque les molestaban sus gritos. También nosotros podemos encontrar en nuestra vida, quien quiera acallar nuestra voz que clama buscando al Señor; por eso necesitamos perseverar como el ciego aquel y superar los respetos humanos, que quieren frenar nuestra búsqueda.
Jesús pide que llamen al ciego, y algunos lo llaman. Tal vez tu tarea, si ya ves con la luz de Cristo, sea ir a llamar a otros para que vengan a su encuentro, y decirle a esos otros: “¡Ánimo! Levántate, porque él te llama”. No queramos ocupar el lugar de Jesús, sino que, más bien, llevemos a nuestros hermanos a Jesús.
Hoy se han cumplido 71 años de la presencia de las Madres Oblatas de Jesús Sacerdote en Yucatán, y en particular en nuestro Seminario. Bendigamos al Señor por tener entre nosotros una comunidad religiosa que tiene un carisma sacerdotal, que las lleva a Consagrarse a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, orando por los seminaristas y sacerdotes, y apoyando a los seminaristas en su formación y a los sacerdotes en su trabajo ministerial.
Y tengamos presente hoy a nuestro Seminario, hoy que tenía que haberse celebrado su tradicional Kermesse, pero de nuevo, a causa de la pandemia, ha tenido que celebrarse a distancia en el llamado “Seminiariotón”. Apoyemos a nuestro Seminario.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega.
Arzobispo de Yucatán.