¡Señor, que no seamos sordos a tu voz!

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

La voz de Dios (su Palabra) es una lámpara para nuestros pasos (cf. Sal 119, v.105), una luz que nos guía (orienta) e ilumina el camino de obscuridad en el que se encuentra el mundo. No querer escuchar la voz de Dios es cerrar el espíritu a lo más trascendente que éste pueda descubrir, a la verdad  más alta que puede encontrar, al bien más perfecto que pueda vivir.

Esta misma sordera nos lleva a ser indiferentes ante el dolor ajeno, a ser apáticos ante la alegría de los demás y a ser irresponsables en el compromiso social (insolidarios).

¡No endurezcan su corazón!

El corazón endurecido es el corazón muerto, sin ánimo, sin ganas, sin sentimientos, ni emociones, ni deseos, ni aspiraciones, ni sueños ni esperanzas, ni nada.

Endurecer el corazón a Dios es cerrarle las puertas de nuestra vida y todo lo que conlleva: lo ético, lo moral, lo psicológico, lo humano, lo social, lo político (ateísmo práctico) y espiritual (pseudo religión).

Un corazón duro es infecundo, no produce nada, sólo tristeza y dolor. Este corazón es infértil, insolidario, insensible, indiferente, inconmovible, inhumano. Nuestro corazón debe ser como el de Jesús y el del buen samaritano.

Jesucristo enseñaba con autoridad

El ser humano necesita ser liberado del mal y Jesucristo tiene esta autoridad: Le ordenó al espíritu salir del hombre: ¡Cállate y sal de él! Jesús tiene poder sobre todo lo creado y la creatura que va a ser aniquilada será la muerte (cf. 1ª Cor 15,26).

Jesucristo enseñaba con amor, con humildad, con misericordia, con ternura, compasión y alegría. Era honesto, sincero, transparente, amable y atento. Por eso lo admiraban y lo seguían.

Necesitamos callar nuestros demonios (pecados) y sacarlos de nuestra vida. Decirle al mal: ¡cállate!. Dar buen testimonio es la mejor manera de enseñar la religión. ¡El mal se vence a fuerza del bien! (cf. Rom 12,21).

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