La función principal de las armas es provocar la muerte, mientras que el amor provoca la vida.
Amaos, o armaos unos a otros; se ha confundido de nuevo el mandamiento que dicta el amor al prójimo sobre todas las cosas, el amor a Dios y el amor a uno mismo. La función principal de las armas es provocar la muerte, mientras que el objeto del amor es dar vida.
Amar a alguien como nos ama Cristo, en primer lugar, significa que hemos llegado a experimentar el amor que Dios tiene por nosotros; sin embargo, antes debemos darnos cuenta de que Dios nos ha amado primero y que, además, nos ama de forma personal. Ello se reconoce para que su amor nos impulse a amar a los demás y, como consecuencia, amarnos los unos a los otros.
Antes de llegar a esta cima del amor, el hombre debe purificar las concepciones totalmente humanas que tiene de éste para acoger el misterio del amor divino, el cual pasa, en principio, a través del sufrimiento.
La palabra amor designa, en efecto, gran cantidad de cosas diferentes, carnales o espirituales, pasionales o pensadas, graves o ligeras, que expansionan o destruyen. Se ama a algo agradable, por ejemplo, a un animal, a un amigo, a los padres, a los hijos o a una mujer.
Por otra parte, amar tiene tantos armónicos en los vínculos sociales y familiares que, en ocasiones, se diluye entre todo un cúmulo de palabras. No obstante, lo cierto es que se sabe del valor de la afectividad aun cuando no se ha experimentado el amor divino.
Dios, tan grande, tan puro, ¿puede bajarse a amar al hombre pequeño e imperfecto? Y, por su parte, ¿cómo puede corresponder el hombre a ese amor? ¿Qué relación existe entre este amor?
Agustín explica que el amor consiste en que uno se ame a sí mismo y, a la vez, se ame el bien del amado, en cuanto éste sea realmente bueno. Y en este amor, el amante del bien del amado lleva a la unión entre ambos, de tal modo que, cuanto más se conviertan en uno, más intenso será el amor.
Se puede decir que la ley del amor divino se convierte en la ley de todos los actos humanos que manifiestan al amor; “así como el alma es la vida del cuerpo, Dios es la vida del alma” que se da a conocer en el amor; en otras palabras, si Dios está en ti y tú estás en Dios, se podrá manifestar el amor verdadero.
A decir verdad, esta dualidad del amor tendrá un impacto con los demás en forma menos solemne en lo que atañe a las relaciones con los hombres, pero todo va conforme al mismo sentido del amor.
No se puede agradar a Dios sin respetar a los otros hombres, pero, sobre todo, a los más abandonados; el amor no puede desalentarse, hace uso del perdón sin límites, así como el bien que se devuelve por el mal.
Renunciar a todas las ofensas es heroísmo, no debilidad, sin descuidar las exigencias cotidianas que nos invitan a entregarnos, afirmando que sin el amor nada tiene valor.
El amor es diálogo, comunión, acogida, ayuda mutua, comprensión, mesura, calidez y calidad en el trato cotidiano. Quien así lo hiciere es reflejo del amor, amor sin medida. El amor es la obra única y multiforme de toda la existencia humana.
RUAN ANGEL BADILLO LAGOS