¿Eres de los que se ‘desavalorinan’ luego luego si no se te cumple algo que esperas?, o ¿de los que si sienten que se les cierra una puerta buscan el modo de abrir otra?
En cualquiera de los dos casos, el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 15, 21-28) tiene un mensaje para ti, sea que te anime a no tirar la toalla a las primeras de cambio, sea que te anime a aplicar esa cualidad nata en ti en la oración.
Nos cuenta San Mateo que estando Jesús en tierra extranjera, una mujer cananea que tenía una hija atormentada por un demonio, se puso a pedirle por ella; que Jesús no le contestó nada; que cuando los discípulos intercedieron por ella les dio a entender que Él había sido enviado específicamente a ayudar al pueblo judío, y que cuando por último ella misma se postró ante Él suplicando Su ayuda, le dijo: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos»(Mt 15,26).
De entrada cualquiera podría tomar esto como un desaire y pensar que Jesús faltó a la caridad, que tuvo actitudes discriminatorias, racistas o hasta misóginas.
Pero si se profundiza en el asunto se descubre que esta impresión inicial es falsa.Veamos por qué:
En primer lugar recordemos que el que nos narra el Evangelio es San Mateo, que se dirige a judíos convertidos al cristianismo, por lo que le interesa resaltar que Jesús es Aquél en el que se cumplen las promesas que Yahveh hizo desde antiguo de enviar a un Salvador para el pueblo de Israel. Sin embargo el mismo evangelista deja claramente establecido que ello no significa que Jesús sólo quiera salvar al pueblo judío. Y como muestra basta un botón, o mejor dicho dos: El primero es el relato del nacimiento de Jesús, en el que se ve que, a diferencia de nosotros que al nacer no pudimos elegir dónde vivir, Él sí pudo, y eligió vivir en una región conocida como ‘Galilea de los gentiles’, no porque todos ahí fueran muy amables, sino porque se llamaba ‘gentiles’ a los paganos, a aquellos que pertenecían a pueblos extranjeros Así pues, tenemos que pudiendo vivir en Jerusalén, Jesús quiso vivir en Nazaret, donde había judíos y gentiles, para expresar con ello que es el Salvador de todos.
El segundo es que, con respecto al Evangelio que nos ocupa, hay que notar que San Mateo comienza diciendo que Jesús «se retiró a la comarca de Tiro y Sidón», es decir que voluntariamente fue a tierra de paganos, lo cual demuestra que ni los despreciaba ni los discriminaba, pues de ser así no hubiera ido hasta allá.
Cabe preguntar, ¿entonces por qué trató así a esta mujer? A lo que los Padres de la Iglesia, santos y sabios varones de los primeros siglos del cristianismo, responden que quiso acicatear su fe, ayudarla a ir más allá, a insistir, a perseverar. Y hacen notar un detalle muy importante: Jesús le habla de ‘perritos’ y no de ‘perros’, lo cual hace toda la diferencia, pues hablar de ‘perros’ es despectivo (había contemporáneos Suyos que llamaban a los extranjeros ‘perros incircuncisos’); pero hablar de ‘perritos’ es usar un término cariñoso que hace pensar en mascotas, en seres que son amados y cuidados por sus amos.
La mujer lo comprende así. La estratagema de Jesús da resultado. Un resultado favorable para la mujer y sobre todo para nosotros, porque nos enseña una manera de orar. Fijémonos en esto: ella no le replica: ‘¿cómo te atreves a llamarme perrito?’, ni se marcha ofendida. Lo que hace es aceptar las palabras de Jesús pero hallarle el modo de darles la vuelta, por decirlo así, para usarlas a su favor.
Ella le dice:»Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (Mt 15,27). Como quien dice, ‘sí, soy perrito, pero de ésos que tienen amos que los dejan comer las migajitas, así que como Tú eres el Amo, dame las migajitas que me tocan y no me desampares porque dependo de Ti’. Es lo que podría llamarse ‘oración desarmadora’, pues ‘desarma’ al Señor apelando a Su misericordia, conmoviéndolo en Su punto más sensible…
Orar así es aceptar que uno no es nada y Él lo es todo; que uno es insignificante, pero Él es grande; que uno no puede nada pero Él lo puede todo, por lo que si considera que lo que le pedimos es para bien, tiene el poder de concedérnoslo.
Ante semejante actitud al Señor no le queda de otra que admirar la fe de la mujer y atenderla de inmediato. Pero ojo, que quede claro que no se trata aquí de una ‘fórmula mágica’ para obligar al Señor a cumplirnos caprichos, no, sino de una oración que no sólo ‘suena’ humilde sino que lo es realmente porque brota de un corazón lleno de humildad que acepta de antemano la voluntad del Señor, sea que conceda o no lo que se le pide, porque sabe que además de Todopoderoso, Él es un Amo Sabio y Bueno, cuyos designios son infinitamente mejores de lo que uno humanamente pudiera imaginarse.
Conviven así audacia y humildad, combinación certera que siempre toca el corazón de Aquel que cuando le pedimos migajas, prefiere siempre darnos Su Pan…
Con información de Alejandra Ma Sosa E