* No sabes si será decaimiento físico o una especie de cansancio interior lo que se ha apoderado de ti, o las dos cosas a la vez…: luchas sin lucha, sin el afán de una auténtica mejora positiva, para pegar la alegría y el amor de Cristo a las almas.
* Quiero recordarte las palabras claras del Espíritu Santo: sólo será coronado el que haya peleado «legitime» –de verdad, a pesar de los pesares. (Surco, 163)
La alegría, el optimismo sobrenatural y humano, son compatibles con el cansancio físico, con el dolor, con las lágrimas –porque tenemos corazón–, con las dificultades en nuestra vida interior o en la tarea apostólica.
Él, «perfectus Deus, perfectus Homo» –perfecto Dios y perfecto Hombre–, que tenía toda la felicidad del Cielo, quiso experimentar la fatiga y el cansancio, el llanto y el dolor…, para que entendamos que ser sobrenaturales supone ser muy humanos. (Forja, 290)
Cuando nos cansemos –en el trabajo, en el estudio, en la tarea apostólica–, cuando encontremos cerrazón en el horizonte, entonces, los ojos a Cristo: a Jesús bueno, a Jesús cansado, a Jesús hambriento y sediento.
¡Cómo te haces entender, Señor!
¡Cómo te haces querer!
Te nos muestras como nosotros, en todo menos en el pecado: para que palpemos que contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones, nuestras culpas.
Porque no importan ni el cansancio, ni el hambre, ni la sed, ni las lágrimas… Cristo se cansó, pasó hambre, estuvo sediento, lloró.
Lo que importa es la lucha –una contienda amable, porque el Señor permanece siempre a nuestro lado– para cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos (Cfr. Ioh IV, 34.).
(Amigos de Dios, 201)
Por SAN JOSEMARÍA.