Este 25 de julio se cumplen 60 años del último viaje de san Josemaría a Compostela. Llegó procedente de Londres y tras pasar por Vigo. Había estado en Santiago, entre otras ocasiones, con motivo de tres Años Santos Jacobeos, el primero en 1938 cuando, como ocurre ahora, se celebró el Jacobeo durante dos años seguidos debido al conflicto bélico.
En julio de 1961 san Josemaría estaba en Londres. Cuenta Andrés Vázquez de Prada en su biografía del fundador del Opus Dei cómo “a los dos días de su llegada le comunicaron que la ordenación de un grupo de sacerdotes de la Obra, que tendría lugar en Madrid, habría de retrasarse, porque se presentaron algunas dificultades formales. Al día siguiente de recibir la noticia, sábado 22 de julio de 1961, decidió ir a ver a don Leopoldo Eijo y Garay, que solía veranear en Vigo”.
El 23 de julio san Josemaría voló desde Londres con Álvaro del Portillo. En Biarritz le esperaba don Florencio Sánchez Bella, entonces consiliario del Opus Dei en España, e Isidoro Rasines. Sigue contando Vázquez de Prada: “Durmieron en Vitoria, y el lunes atravesaron la meseta, con un calor insoportable y un vehículo de limitada velocidad, desde la madrugada hasta la caída de la tarde. Abrazó a don Leopoldo: ¿Cuál era el problema? No había problema, todo estaba arreglado. Simplemente, el Obispo de Madrid lleva a mucho tiempo sin ver al Fundador y no quiso renunciar a esa alegría”.
Después de la estancia en Tui no quiso regresar a Londres sin ir a ver a los asistentes al curso de verano que se estaba celebrando en el Colegio Mayor La Estila. “Como era habitual por aquellos años, los Centros de Estudios de Madrid y Barcelona (hoy Montalbán y Monterols, respectivamente) se encontraban en el de La Estila para realizar un semestre conjunto de estudios internos”. Esto escribe José Antonio Galera, entonces el director de La Estila, en un detallado relato sobre la intendencia de la visita.
Mientras San Josemaría estaba en Vigo con don Leopoldo, en la tertulia del mediodía del 24 de julio “se había leído una carta procedente de ese país (Inglaterra) en la que se daban noticias de la estancia de nuestro Padre”, detalla Galera. Esa noche, a las 22.15 horas, don Florencio Sánchez Bella llamó y “me dijo escuetamente que al día siguiente, 25 de julio, llegarían a Santiago, hacia las diez horas”, relata.
Con la Residencia en obras y varios actos programados para celebrar la solemnidad de Santiago Apóstol, la llegada de San Josemaría sorprendió a los alumnos cuando estaban desayunando y, cuenta Galera, “pude percatarme de que la noticia había sido dada por el enorme rugido de regocijo que oí”. Él estaba fuera, en la Avenida de Coimbra.
San Josemaría llegó a las 10.10 horas y veinte minutos después comenzó una tertulia en el salón de actos ya que nada más entrar en el abarrotado vestíbulo dijo: “Vengo a ver a los pájaros y no la jaula”. Explica Galera: “Hacía muchos años que no teníamos ocasión de ver al Padre. Para muchos ese fue el día en que le conocieron. Allí estábamos más de cien hijos suyos Numerarios”.
Esa primera tertulia duró tres cuartos de hora y después San Josemaría celebró la Misa en El Pedroso, la casa de retiros contigua que estaba empezando a utilizarse. Al acabar vio, entre otras cosas, el libro de firmas del colegio mayor -en el que no firmó- donde está la dedicatoria del que fuera cardenal Roncalli, que en aquellos momentos era el papa Juan XXIII.
Por la tarde, entre otras cosas, estuvo escribiendo unas cartas, en papel con membrete de La Estila, y tuvo otras dos tertulias en el salón de actos, la primera después de comer y la segunda a última hora. En esta “habló de muchos temas y entre ellos recuerdo la distinción que hizo entre patronos e intercesores (de la Obra), del por qué de la oración que decimos al comenzar y terminar la meditación, etc.”, escribió Galera.
“Padre, ¿por qué nos habla tanto de libertad?”, le preguntó uno de los asistentes. “Es un tema en el que ahora es más necesario insistir, porque algunos se empeñan en negar nuestra libertad. Vosotros habéis de repetir la verdad por todos lados: que sois libérrimos en lo profesional, lo social, en lo político… con la misma libertad que los demás católicos, nuestros iguales”.
Al día siguiente, san Josemaría celebró la Misa en El Pedroso, a las 6.15 horas, y don Álvaro en La Estila. A las 7.15 horas salieron en coche hacia Biarritz para regresar a Londres.
Esta fue la última de una serie de visitas recordadas en 2004 por Jaime Cárdenas, entonces director de La Estila, en un artículo publicado en El Correo Gallego con el título “San Josemaría Escrivá y el Año Santo”. Evocaba como “San Josemaría quiso venir a Santiago, entre otras ocasiones, en tres Años Santos. La primera vez fue en julio de 1938, en unas circunstancias difíciles a causa de la contienda civil que hicieron que se prolongara el Año Santo de 1937 un año más”. Más adelante decía Cárdenas: “También vino a Santiago en septiembre de los Años Santos 1943 y 1948, en este último para dar un impulso al Colegio Mayor La Estila, que iniciaba sus actividades al acabar diciembre. Al tener la oportunidad de promover colegios mayores en diversas ciudades, san Josemaría quiso que uno de los primeros fuera en la ciudad del Apóstol”.
La primera peregrinación
«Dentro de unos días, iré a León de paso para Santiago, para ganar el jubileo. Ya me acordaré de pedir por ti junto al Apóstol. Procura tú, en cambio, pedir por mí: dile que haga todo lo que Él quiera, cueste lo que cueste». Esto escribía San Josemaría Escrivá a uno de los chicos que trataba, en el mes de julio de 1938. Lo hacía poco antes de emprender viaje a Compostela desde Burgos, donde residía temporalmente.
En Santiago el año santo se celebra cuando el 25 de julio coincide en domingo. El Papa Calixto II, que había peregrinado a Compostela siendo arzobispo en Vienne (Francia), estableció en 1122, cuando se colocó la última piedra de la catedral, el primer Año Santo para 1126. Pero sería el Papa Alejandro III, con la bula Regis Aeterni, el que estableció, el 25 de julio de 1178, la perennidad del Año Jubilar, dotando a la peregrinación de los máximos privilegios espirituales como es la indulgencia plenaria.
Solo en dos ocasiones se celebró un año jubilar cuando el día de Santiago no era domingo: la primera excepción fue en 1885 al ser convocado para celebrar el final del proceso de identificación de los restos del Apóstol. La segunda en 1938 cuando se prolongó a causa de la difícil situación provocada por la guerra. La prórroga, que el Vaticano confirmó el 18 de diciembre de 1937, unos días antes del cierre de la Puerta Santa, fue concedida por el Papa Pío XI, tras la petición del arzobispo de Santiago Tomás Muñiz de Pablos.
La tercera excepción será el 2022, ya que el Papa Francisco concedió la prolongación de este Año Santo durante todo el que viene.
Familiarizado con el Apóstol en Logroño y Zaragoza
San Josemaría decidió peregrinar en 1938 al sepulcro del Apóstol, cuya figura le resultaría muy familiar ya que en Logroño, adonde se trasladó a los 13 años, su parroquia era la de Santiago el Real. La portada del templo era una gran imagen ecuestre del discípulo de Jesucristo y varios relieves prolicromados del siglo XVI mostraban en el retablo diversas escenas de la vida de Santiago.
Y en Zaragoza fue testigo de las especiales relaciones entre el desanimado apóstol Santiago y la Virgen del Pilar. Así, en la Santa Capilla, donde celebró su Primera Misa el 30 de marzo de 1925, hay un altar central con un relieve en mármol que representa la venida de la Virgen indicando a Santiago y sus discípulos, que están en el altar de la izquierda, el lugar dónde quiere que se coloque el pilar, ese que han desgastado los besos de los fieles, entre ellos los de San Josemaría.
Además de ganar el jubileo, San Josemaría quería aprovechar la peregrinación para saludar al recién consagrado Obispo de León, el P. Carmelo Ballester. Le unía una gran amistad con este religioso paúl que le había invitado a la ceremonia de su consagración episcopal que tuvo lugar el 15 de mayo. No pudo asistir, ya que estaba en el frente de Teruel, pero «le mandamos un modesto regalo y le ofrecemos las oraciones y sacrificios de todos nosotros ese día», escribía en el número de mayo de 1938 de Noticias.
En una carta del 11 de julio a Santos Moro, obispo de Ávila, le anunciaba que iría a verlo pero «no inmediatamente: porque, camino de Santiago, quiere el santo Sr. Obispo de León que le acompañe el día de su fiesta, y en León estaré varios días a partir del próximo viernes».
Parada en León y meditación en un taxi
A las diez y cuarto de la mañana del 15 de julio salía de Burgos el tren en el que viajaba san Josemaría. El viaje se prolongó más de lo previsto debido a una larga parada en Venta de Baños. Don Eliodoro Gil lo esperaba en la estación de León y lo llevó al palacio episcopal donde el P. Ballester lo recibió cordialísimamente. Además, allí se encontró con otro viejo amigo, don José María Goy, que era el Vicario General y con el que esa tarde salió a dar un paseo por la ciudad.
Sobre lo ocurrido el día de la Virgen del Carmen escribía el mismo 16 de julio a sus hijos de Burgos: «Hoy he desayunado solo con Monseñor» y, para quitarles preocupaciones por su salud, añadía: «Me ha hecho tomar -¡asombraos!- fruta, jamón y chocolate».
A León había llegado desde el frente de Teruel Ricardo Fernández Vallespín. Aprovechando unos días de permiso por la convalecencia de sus heridas en el frente de Madrid, había ido al de Teruel para acompañar a Juan Jimenez Vargas. El día 17 don Eliodoro acompañó a san Josemaría y a Ricardo a la estación para coger el tren pero llegaron tarde y ya había salido. Lo alcanzaron en Veguellina de Orbigo, a unos 30 kilómetros de León, a donde los llevó un taxista.
Don Eliodoro escribió: «Así hubo ocasión de que el Padre, en el coche, nos dirigiese una meditación que no he olvidado nunca. Tomó como tema a un burro de noria que vimos trabajando en el camino. El Padre nos fue hablando apoyado en la parábola de ese borrico, sobre el trabajo esforzado y continuo -monótono, si se quiere- pero eficaz: ese trabajo que va llenando los cangilones que derraman el agua a los campos que se cubren de verdor y fecundidad. Allí, desde las ventanillas del coche, contemplamos la preciosa vega del Orbigo, donde se cultiva remolacha y lúpulo. Las palabras del Padre nos dejaban clara la importancia de saber obedecer humildemente al propio cumplimiento del deber: recorrer el camino justo, con los ojos vendados, iluminados por la luz interior de la fe, sabiéndonos instrumentos en las manos de Dios».
“Junto a las reliquias del Apóstol”
Los peregrinos llegaron a Santiago a medianoche y se alojaron en el hotel La Perla, ubicado en la Avenida Figueroa, cerca de los jardines de la Herradura. «Al día siguiente, 18 de julio, nuestro Padre estuvo rezando en la catedral, en la capilla del Santísimo, y en la pequeña cripta donde en una urna de plata se conservan los restos de Santiago. Había llegado a Compostela con piedad de peregrino, deseoso de purificar una vez más su alma y de llenarla de los tesoros de la gracia, que la Iglesia dispensa maternalmente por medio de la indulgencia jubilar», decía una publicación interna (Obras, febrero 1985. Recuerdos de nuestro fundador. La época de Burgos).
Desde León les había escrito a sus hijos de Burgos: «Pedid por mí, que este Jubileo jacobeo me limpie y me encienda el alma» (Carta 16-VII-1938).
San Josemaría celebró la Misa junto a la tumba del Apóstol y de ella glosó un intenso recuerdo en otra publicación (Noticias, agosto 1938): «Santiago de Compostela y finales de julio, en la Cripta, junto a las reliquias del Apóstol, se viven pausadamente las oraciones y las acciones de la Santa Misa. El sacerdote, juntas la manos y a la altura del rostro, se recoge; sus preces son por vosotros, por todos y cada uno… Un catedrático conocidísimo, vuestro amigo -vuestro hermano- actúa gozosamente de acólito, muy unido a las peticiones y a los hacimientos de gracias del Padre… Podéis asegurar que, en espíritu, ganasteis el jubileo jacobeo». El acólito era el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín (Ferrol, 23 de septiembre de 1910-Madrid, 28 de julio de 1988). El texto permite intuir la intensidad de la plegaria de Escrivá, en pleno conflicto bélico, con su familia que no podía salir de Madrid y sus hijos, pocos aún, dispersos.
Acabada la Misa, seguirían la costumbre de los peregrinos de darle el abrazo al Apóstol «manifestación expresiva de agradecimiento por haber enseñado el Evangelio en estas regiones» (Obras, febrero 1985).
Al día siguiente, 19 de julio, regresaron a León y el día 20 san Josemaría ya estaba de nuevo en Burgos. Unos días más tarde le escribía a un chico que estaba enfermo contándole, entre otras cosas: «Volví de mi último viaje antes de lo que pensaba; eso que aquel bendito Sr. Obispo de León me trató con un cariño y una confianza extremados y me hizo repetidas instancias para que me quedara allí con él de asiento» (Carta, 26-VII-1938).
¿Influyó la peregrinación a Compostela en el cambio de título del libro de “Consideraciones Espirituales” a “Camino”?
“Es imposible mediar la trascendencia íntima de aquel primer jubileo. Pero el caso es que, por aquel entonces, san Josemaría ultimaba en Burgos la redacción de un librito, Consideraciones Espirituales, que había visto la luz en Cuenca cuatro años antes y que contenía 440 puntos de meditación. Se había propuesto ampliarlo a 999 consideraciones y, a los pocos meses de su peregrinación compostelana, ya en fase de edición, decide de pronto cambiar el título y el libro se llamará Camino”.
Esto escribía el 26 de junio de 2004, fiesta de san Josemaría, el sacerdote y periodista Carlos Carrasco. Reconocía que “el Camino de san Josemaría no es un manual de peregrinos, aunque no pocos lo lleven en sus mochilas”, y apuntaba que el libro “es un aluvión de luz y de consejos para los que piensan en un camino largo, que abarca toda la vida, y que no termina hasta que lo hace en la eternidad de Dios”. Y concluía: “San Josemaria abre el libro con un desafío al caminante: “Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso (…). Enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.
OPUS DEI.