Pentecostés

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Terminamos con la solemnidad de Pentecostés el tiempo litúrgico de la Pascua. Vivimos de la victoria de JESÚS con la Resurrección, pues de otra forma no se habría hecho posible la vida cristiana. Todo ofrece una relectura a partir de la Resurrección. DIOS se revela como TRINIDAD, la Creación es obra del VERBO: PALABRA del PADRE. El hombre está llamado a un destino eterno que deja atrás las inciertas regiones del Sheol. En el mundo aparece un Plan Divino para su transformación: instaurar el Reino de DIOS. Un Mensaje nuevo e insospechado es dado al mundo: DIOS ama al hombre incondicionalmente, y puede verse libre de las opresiones de las falsas deidades. El hombre es responsable de sus actos, pero su culpa puede ser perdonada siempre, dándose el previo y sincero arrepentimiento. DIOS ofrece al hombre Esperanza y sentido de la vida, para evitar la tentación a girar sobre sí mismo eliminando cualquier horizonte, haciéndolo candidato al suicidio. Estas son algunas pinceladas del gran campo de actuación en el que se mueve el ESPÍRITU SANTO después de Pentecostés. De forma extraordinaria, el ESPÍRITU SANTO creó las especiales condiciones para dar humanidad al VERBO de DIOS en las entrañas de la VIRGEN MARÍA; de forma similar el ESPÍRITU SANTO realiza a lo largo de los siglos el trabajo de incorporar a los hombre a la humanidad glorificada de JESUCRISTO, que es la Cabeza de la Iglesia (Cf. Col 1,18).

 

¿Conocemos al ESPÍRITU SANTO?

En los ambientes católicos años atrás se decía que el ESPÍRITU SANTO era el gran desconocido. Este desconocimiento iba unido a la ignorancia de la propia Escritura, pero algo se ha corregido aunque tengamos un amplio trecho por delante. Algunos teólogos han expuesto en las últimas décadas obras concienzudas sobre la actuación del ESPÍRITU SANTO, y muchas personas han tenido noticia de los movimientos pentecostales tanto dentro del campo evangélico como del perteneciente a la Iglesia Católica. Desde el Concilio Vaticano II los papas se han visto interpelados por la corriente pentecostal católica y han mantenido hasta ahora una actitud positiva frente a la Renovación Carismática Católica. A nadie sensato se le escapa que la acción del ESPÍRITU SANTO opera en todos los movimientos y carismas eclesiales, y ninguno tiene el monopolio de las manifestaciones del ESPÍRITU SANTO. Ahora bien, en la RCC se toman en serio los carismas y las acciones carismáticas señaladas en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de san Pablo principalmente. En la RCC se valora la glosolalia y la profecía; y se concede un campo con gran proyección pastoral a la oración de sanación y liberación. Estas dos últimas acciones del ESPÍRITU SANTO vienen a reforzar el Sacramento de la Reconciliación. Recordamos que san Pablo, en una de las listas de carismas, hace distinción entre curaciones y milagros (Cf. 1Cor 12,9-10:28-30). La RCC ha socializado un poco más los carismas dentro de las comunidades cristianas, fortaleciendo el carácter sacerdotal de los fieles infundido en el Bautismo. De forma espontánea surgen grupos reducidos de hermanos, que se reúnen para realizar una oración de intercesión por una necesidad particular o una causa general como la paz, la pandemia o la ideología con la que se pretende provocar el cambio antropológico en toda la cultura occidental. A veces son las necesidades específicas de la Iglesia como la escasez de sacerdotes y religiosos, la marcha de la propia diócesis, o la preparación de un próximo sínodo. Como podemos observar, vamos conociendo al ESPÍRITU SANTO por los efectos que produce su presencia. En los grupos de RCC existe una percepción afinada de la presencia del ESPÍRITU SANTO cuando se lo invoca, y no debe parecer extraño, pues es la tercera Persona de la TRINIDAD, explícitamente declarado en el Credo nicenoconstantinopolitano, y confesamos “la misma adoración y gloria que al PADRE y al HIJO”.  Debe ser habitual dirigirnos al ESPÍRITU SANTO para adorar, pedir, agradecer, alabar e invocar-llamar-. Esto último es lo que los discípulos estuvieron haciendo en Jerusalén por mandato del SEÑOR después de la Ascensión, hasta que por fin en Pentecostés el ESPÍRITU SANTO se manifestó de forma singular.

 

Todo es nuevo

DIOS se hace presente e íntimo y parece que nada ha cambiado. Traen al niño a bautizar, recibe el Sacramento y externamente nada ha cambiado; y si el niño es recién nacido tampoco nos puede informar de la moción interior dada. Vamos a la Santa Misa, se proclaman las lecturas y en el mejor de los casos una Palabra ilumina el corazón, pero puede suceder que las lecturas pasen desapercibidas en el fondo de su contenido. Sin embargo el ESPÍRITU SANTO no ha dejado de conceder “la Gracia de Estado” al lector que las proclamó para servir de forma conveniente a la asamblea. En la misma celebración llega el momento de la consagración del pan y del vino, se pronuncian las palabras por el ministro debidamente ordenado, y después de las mismas lo que antes era pan sigue con la misma forma y color, lo mismo que la resultante Sangre de CRISTO con respecto al vino que era antes. La transformación del pan y del vino no pudo ser mayor y nuestros sentidos físicos no perciben variación alguna. Nuestro corazón, alma o conciencia es el ámbito interno que podría informarnos de otra cosa si el SEÑOR así lo quiere. Pero el ESPÍRITU SANTO actuó en el pan y el vino con un poder inimaginable y lo realiza sin ser notado. Esta forma de proceder por parte de DIOS pone delante de nuestros ojos la gran pobreza que nos constituye.

 

El Día llegó

“Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar” (Cf. Hch 2,1).La transcendencia de aquel primer Pentecostés con el que daba comienzo la Iglesia tardaría en percibirse. JESÚS les había advertido que su formación se prolongaría y el mismo ESPÍRITU SANTO ocuparía su lugar: “el ESPÍRITU SANTO vendrá, os recordará todo lo que YO os he dicho, y os conducirá hasta la Verdad completa” (Cf. Jn 16,13). Dentro del grupo de los discípulos el ESPÍRITU SANTO se va a manifestar: “no salgáis de Jerusalén hasta que recibáis la Promesa del PADRE” (Cf. Hch 1,4). El ESPÍRITU SANTO se manifestaría en pocos días, pero el SEÑOR no les precisó tampoco el día exacto. El discípulo orante tiene que añadir a su oración la vigilancia y la espera. La madurez espiritual camina junto a la templanza. DIOS es el protagonista de su obra, y el discípulo sigue a su SEÑOR contemplando su obra. Para que el Día de la efusión del ESPÍRITU SANTO estuviese de acuerdo con el SEÑOR había que recomponer el número de los Doce y la elección recayó sobre Matías. Los requisitos para la incorporación al grupo eran sencillos: haber acompañado al SEÑOR en su ministerio público y ser testigo de su Resurrección. La Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, lleva en los basamentos de las puertas los nombres de los Doce, lo mismo que las propias puertas están designadas con los nombres de las Doce Tribus del Pueblo elegido (Cf. Ap 21,11-14). El día de Pentecostés dio comienzo el modo en el que el RESUCITADO se relaciona con su Iglesia hasta que llegue el momento de la Parusía; por tanto había que significar con claridad que daba comienzo el tiempo de la Iglesia con un especial protagonismo de la Tercera Persona de la TRINIDAD. La Iglesia es la convocación de “otros cristos” -otros ungidos-. Los pertenecientes estamos marcados por el carácter que el mismo ESPÍRITU SANTO ha grabado en nuestros corazones. Nada se puede comparar a la transcendente novedad de ser ontológicamente cristiano. Esta última expresión no está en nuestro lenguaje coloquial, pero es necesario decir de algún modo, que no existe nada comparable a la dignidad recibida por el hombre cuando el ESPÍRITU SANTO lo marca para la eternidad como hijo de DIOS. ¿Otras religiones, otras creencias? En el mejor de los casos, pérdida de tiempo; y en el peor la pérdida eterna de uno mismo. ¿Agradecemos suficientemente el don absolutamente gratuito de nuestra elección cristiana? A una gran mayoría la han convencido de que cualquier religión tiene el mismo valor, e incluso el no estar adherido a ninguna.

 

El Cielo se abrió

“Aquel día el Cielo se abrió y el ESPÍRITU SANTO descendió por primera vez al grupo de los Doce con los otros ciento veinte discípulos, las santas mujeres y los parientes del SEÑOR con MARÍA, la Madre de JESÚS a la cabeza” (Cf. Hch 1,14-15). Las oraciones alcanzaron su punto crítico en aquel Día, en el día de Pentecostés. Esta fiesta se vivía como una de las grandes celebraciones de los judíos, y en Jerusalén se reunían judíos venidos de muchos lugares. La pascua, en abril; Pentecostés, a los cincuenta días, para ofrecer la acción de gracias por los primeros frutos de la tierra; y el Yom-Kippur con la Fiesta de las Tiendas para pedir perdón -expiación- y recordar la condición peregrinante y nómada por el desierto camino de la Tierra Prometida. Ahora Pentecostés recibía un nuevo significado: el ESPÍRITU SANTO daba comienzo con poder manifestándose en medio de los discípulos de JESÚS, y con ello ponía en movimiento a la Iglesia, que se había estado gestando en silencio durante tres años. En aquel Día la Ley del RESUCITADO no se escribiría en losas de piedra, sino en los corazones de los convocados, porque el ESPÍRITU SANTO daba comienzo a un modo nuevo de Alianza: La Nueva ley de la Nueva Alianza se escribe en los corazones de los creyentes como había anunciado el profeta Jeremías (Cf. Jr 31,31-34).

 

Los discípulos reunidos

¿Estaban todos los discípulos de JESÚS reunidos en el mismo lugar? Por los datos que nos ofrece el Nuevo Testamento, había otros muchos discípulos que no estaban allí, pero estaban los fundamentales y suficientes. Dentro del conjunto de discípulos, los Doce representan el núcleo del discipulado y después se van distribuyendo en grupos diferentes. “Llegado el Día de Pentecostés estaban los discípulos reunidos en el mismo lugar” (v.1). JESÚS les había dicho: “no salgáis de Jerusalén, hasta que seáis revestidos de la Fuerza de lo Alto” (Cf. Hch 1,4). Los discípulos reunidos en un mismo lugar da inicio, por otra parte, al nosotros que constituye el fundamento humano de la Iglesia. La unidad del Pueblo elegido fue un objetivo permanente dentro del Plan de DIOS a lo largo del Antiguo Testamento. La unidad estuvo también entre los objetivos mesiánicos de JESÚS: “cuántas veces, Jerusalén, te he querido reunir como la gallina cobija a sus polluelos” (Cf. Lc 13,34). Pero donde la unidad resalta como una categoría mesiánica indiscutible es en la Oración Sacerdotal recogida por el evangelista san Juan (Cf. Jn 17). La unidad de los discípulos o de la iglesia es un don del SEÑOR, y resulta temerario atentar contra el mismo. Algunos hoy dentro de nuestra Iglesia dicen, ¿no se han ido los que se separaron?, pues que vuelvan, ¿para qué tanto ecumenismo? Las divisiones habidas ofrecen una cura de humildad para todos en el camino del reencuentro, que obliga a la vuelta a las fuentes, y como consecuencia una gran ocasión para la renovación de la Fe. Si esto se lleva a término con sincera apertura al ESPÍRITU SANTO se volverían a producir milagros de conversión semejantes a los vividos en los comienzos de la Iglesia. Pero algo se cruza una y otra vez en los caminos del diálogo para que la necesaria unidad de las Iglesias se produzca.

 

Un ruido del Cielo

“De repente, vino del Cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban” (v.2). Después de la oración de Salomón, la Gloria del SEÑOR llenó el Templo (Cf. 2Cro 7,1). Ahora la Gloria del SEÑOR no recae sobre el segundo Templo de Jerusalén cuyo Santo de los Santos está vacío, sin el Arca de la Alianza. Además, de forma profética la cortina que separaba al Santo de los Santos del altar del Incienso se rasgó por medio en el instante de la muerte de JESÚS en la Cruz (Cf. Mt 27,51).Ya no está localizada la Gloria del SEÑOR en el Templo de Jerusalén y es necesaria encontrarla en el Mensaje de los discípulos de JESÚS. La Gloria del SEÑOR, o la presencia del ESPÍRITU SANTO irrumpe en medio de los discípulos como un ruido celestial. El Apocalipsis nos habla del ruido como de aguas innumerables producido por las multitudes celestiales (Cf. Ap 19,6). Se abrió el Cielo y surgen de forma misteriosa los inscritos en el Libro de la Vida. La Iglesia de JESUCRISTO que comienza a manifestarse en la tierra no está sola: “una nube innumerable de hermanos redimidos nos rodean” (Cf. Hb 12,1); El vidente del Apocalipsis oye en el Cielo un gran ruido de muchedumbre inmensa, que decía: ¡aleluya!, la salvación, la gloria y el poder son de nuestro DIOS” (Cf. Ap 19,1). Sigue diciendo el vidente: “de nuevo oí el ruido de una inmensa muchedumbre y como el ruido de grandes aguas y de el fragor de fuertes truenos”  (Cf. Ap 19,6). Todo esto sucede en el plano espiritual para el que los autores bíblicos recurren a imágenes tomadas del mundo físico. Pero el autor de la carta a los Hebreos señala la diferencia entre lo vivido por el Pueblo elegido al pie del Monte Sinaí y lo que acontece cuando la Iglesia o los hermanos están reunidos: “no os habéis acercado a una realidad sensible como fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, huracán, sonido de trompetas o ruido de palabras, que suplicaron los que lo oyeron, que no se les hablara más. Vosotros en cambio os habéis acercado al Monte Síon, a la Ciudad del DIOS vivo, a la Jerusalén Celestial, a la reunión solemne de los  primogénitos inscritos en los Cielos y a DIOS, Juez Universal, y a los espíritus de los justos llegados a su consumación; y a JESÚS Mediador de una Nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel” (Cf. Hb 12,18-24). La Escritura nos acerca al ESPÍRITU SANTO a través de distintos símbolos como el agua, el fuego o el viento; pero si queremos poner rostro y voz al ESPÍRITU SANTO lo podemos hacer tomando la voz y la presencia de las personas ungidas. Un caso ejemplar lo muestra el pasaje donde Pablo y Bernabé son designados para la misión: “Había en la Iglesia fundada en Antioquia profetas y maestros. Mientras estaban celebrando el culto del SEÑOR y ayunando, dijo el ESPÍRITU SANTO: separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Cf. Hch 13,1-2). El ESPÍRITU SANTO acababa de hablar a través del carisma de profecía de alguno de los hermanos reunidos. El ESPÍRITU SANTO no se deja oír como una voz anónima y difusa. Todas estas consideraciones nos llevan a pensar que la experiencia fundacional de la Iglesia en Pentecostés se completa con una profunda comunión con la Iglesia triunfante del Cielo, que misteriosamente abre sus puertas para hacer partícipes a los discípulos de JESÚS, enviados a una dura tarea evangelizadora. Las estancias celestiales comenzaron a llenarse con los justos que en las regiones del Sheol esperaban la Redención.

 

Otra interpretación

El fuerte viento venido del Cielo que llena la casa (v.2) evoca el RUAH que en los comienzos sobrevuela el caos inicial y pone orden en las cosas creadas (Cf. Gen 1,1ss). La casa en la que los discípulos se encuentran reunidos es el punto de partida desde el que se extiende la fuerza renovadora del Evangelio. El ESPÍRITU SANTO llevaba algún tiempo modelando las personalidades de los discípulos de JESÚS y en Pentecostés se daba por concluida la preparación para la misión. Desde estos momentos comenzaba otra fase en la vida de los discípulos de JESÚS, que pasaban a ser testigos cualificados del mismo.

 

Lenguas de fuego

El ESPÍRITU SANTO como fuego entra en los discípulos y los renueva o transforma en cierta medida, pues el camino a penas ha comenzado. El viento llenó la casa, el fuego los afecta personalmente, y todavía están para suceder otras acciones del ESPÍRITU SANTO en ese día. Purificados como Isaías (Cf.  Is 6,6-7) por el Fuego Divino sus corazones proclamarán con un nuevo ardor las palabras del MAESTRO, dando a las mismas una plena actualidad. Sus mentes y voluntades están ungidas con capacidad de actualizar el Mensaje. Revestidos con esta nueva túnica espiritual desaparece el hombre viejo, débil, miedoso y diletante. Ahora el discípulo tiene horizontes que traspasan las fronteras de Palestina, y el límite de la actividad lo establecerá las fuerzas que el mismo SEÑOR les quiera dar, porque están dispuestos a sacrificarse por el evangelio. Nadie puede quedar sin escuchar el Mensaje que JESÚS ha traído a los hombres de parte del PADRE. Este es el fuego que JESÚS había querido que estuviera ya ardiendo en la tierra (Cf. Lc 10,49-50).

 

Otras lenguas

¿Otros idiomas o glosolalia? “Se pusieron a hablar en otras lenguas, según el ESPÍRITU SANTO les concedía expresarse” (v.4). El texto recoge una lista amplia de judíos que estaban en Jerusalén procedentes de las más diversas regiones, y escuchaban a los Apóstoles en su propia lengua nativa. Nada impide al Poder de DIOS manifestarse según lo crea conveniente y cualquiera de las dos opciones son posibles según el presente texto. La glosolalia consiste en la expresión verbal mediante un lenguaje preconceptual, en el que se abandonan las frases construidas con sujeto, verbo y predicado, y se permanece en un modo de expresión semejante a un anárquico tarareo, como refiere san Agustín. San Pablo aborda distintas cuestiones con respecto a la glosolalia en el capítulo catorce de la primera carta a los Corintios, aunque la cosa tiene más derivadas. Para algunos intérpretes de este texto la irrupción inicial de los Apóstoles en el ambiente creado alrededor fue producido por una gran glosolalia, ante la cual algunos decían que aquellos hombres estaban borrachos, pues ese júbilo, a las nueve de la mañana, con unas expresiones ininteligibles daban pide para esa conclusión (v.13). Admirados y sobrecogidos muchos entendían aquella “jerga caótica” en su propia lengua (v.11). Se estaba produciendo una segunda acción carismática en muchos oyentes: la interpretación del Mensaje dado en la glosolalia. San Pablo lo dice muy bien: “quien habla en lenguas -glosolalia- lo hace en el espíritu, pero él mismo no sabe lo que dice, porque se dirige a DIOS con un lenguaje misterioso. En las reuniones que tengáis hablad en lenguas, si hay alguien que tenga el don de interpretarlas (Cf. 1Cor 14,13). “Los convocados alrededor de los Apóstoles estaban estupefactos, porque los oían hablar de las maravillas de DIOS en su propia lengua” (v.11).

 

Las maravillas de DIOS

El contenido del Mensaje dado en glosolalia o en lenguaje reconocible giraba en torno a las “maravillas de DIOS”. El propio modo de predicar era en sí mismo un signo extraordinario de la Divina providencia. Las exposiciones doctrinales y sermones de los rabinos nada tenían que ver con el fuego ardiente de aquellos galileos, que de forma súbita parecía que tocaban el Cielo y lo traducían a las conciencias de los hombres. Una nueva fuerza en la predicación, nuevos contenidos y un agente nuevo en la misión, el ESPÍRITU SANTO, que era el gran TESTIGO y hacía verdaderos testigos a los discípulos de JESÚS. Los convocados alrededor de los Apóstoles participan de un contacto excepcional con el MISTERIO: aquellos no se estaban acercando a un monte llameante por la tormenta y sobrecogedor por el sonido de la trompeta; pero el impacto de la efusión del ESPÍRITU SANTO no deja indiferente a nadie y todos se pronuncian, bien para entrar en la corriente de la adoración, o levantar la barrera del escepticismo que borra cualquier huella de la Presencia de DIOS. De nuevo la libertad del hombre es respetada en todo momento.

 

La efusión del ESPÍRITU SANTO en la Iglesia

Ningún católico duda de la presencia del ESPÍRITU SANTO en la Iglesia, pues veinte siglos de historia constituyen un suficiente aval. Esta presencia divina del ESPÍRITU SANTO no ha evitado grandes quiebras y heridas producidas por la negligencia humana. Sin entrar en cuestiones de otra índole, tan sólo nos quedamos con los grandes cismas que originaron la ruptura y la alteración del don de la unidad. Pero las comunidades de cristianos orantes abiertas al ESPÍRITU SANTO pueden servir de medio en cada época, tiempo y lugar a efusiones del ESPÍRITU SANTO, que ponen al creyente con la fuente de la experiencia original de Pentecostés. Miles de personas orando en glosolalia crean un ámbito de experiencia espiritual y sanación, que puede ser percibido por el hombre de Fe. El clima espiritual de una oración en glosolalia conduce a un profundo silencio de adoración en el que se toca la orla del MISTERIO. Esta experiencia religiosa produce altos beneficios espirituales para los participantes y constituye un testimonio evangelizador excepcional. El ESPÍRITU SANTO sigue actuando en la vida de la Iglesia y lo sabemos los que participamos de la Santa Misa o recibimos el perdón sacramental; pero siguen siendo necesarias los ámbitos de manifestación carismática del ESPÍRITU SANTO como acredita el libro de los Hechos de los Apóstoles. En casa de Cornelio, Pedro fue testigo del don de profecía y de lenguas dado por el ESPÍRITU SANTO a los asistentes (Cf. Hch 10,45-46), y una vez constatados aquellos signos nada podía impedir que fueran bautizados. Algo parecido sucede en Éfeso cuando Pablo se encuentra con algunos discípulos del Bautista, que desconocían quién era el ESPÍRITU SANTO; entonces, el Apóstol les impone las manos y comienzan a profetizar y hablar en lenguas (Cf. Hch 19,1-7). Las maravillas de DIOS tienen que ser cantadas y contadas; proclamadas en la predicación profética y  expresadas dentro del halo de misterio de la glosolalia. ¿Se pueden anular estas manifestaciones del ESPÍRITU SANTO que forman parte de los signos fundacionales de la Iglesia?.

 

Todo comienza de nuevo

DIOS en su HIJO JESUCRISTO hace nuevas todas las cosas. Esta verdad teológica se abre paso como verdad histórica con ciertas dificultades, pues requiere la colaboración humana. Como en los comienzos, DIOS había dispuesto un jardín para el hombre como símbolo de una tierra en armonía perfecta, pero las cosas no salieron bien. Ahora el núcleo esencial de la regeneración es inamovible, porque JESÚS ha resucitado y venció al pecado y la muerte que lo acompaña, pero la Divina Providencia se encuentra con el mismo problema a resolver: las decisiones humanas que no siempre se ajustan al Plan de DIOS.

 

Al atardecer de aquel Día

DIOS comienza a realizar su obra con los hombres al atardecer. Cada día de la Creación, según el Génesis da inicio al atardecer (Cf. Gen 1,1ss). Al atardecer, DIOS bajaba al Edén para encontrarse con el hombre (Cf. Gen 3,8); y un día DIOS vino como de costumbre y el hombre se había escondido, porque estaba desnudo y sentía miedo. Al atardecer de aquel Día, DIOS pensaba comenzar de nuevo todas las cosas y se acercó para ver a los suyos. Todo daba comienzo el Primer Día de la Semana, y como en el comienzo aparece la LUZ que disipa las tinieblas del miedo y la gran depresión en la que estaban sumergidos aquellos discípulos.

 

Puertas cerradas

La Divina Misericordia traspasa las barreras del miedo: “el primer Día de la Semana estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (v.19) Aquel miedo instintivo desaparece cuando JESÚS resucitado se sitúa en medio de ellos. Los discípulos recuperan la centralidad en JESÚS y todos los miedos desaparecen. La aparición de JESÚS no es un fantasma,  ilusión personal o colectiva. JESÚS bendice con la Paz inmediatamente a los suyos: “la Paz esté con vosotros” (v.19). De nuevo fijamos la atención en el poder transformador de las palabras de JESÚS y con toda propiedad en la Resurrección. “Las palabras de JESÚS son Espíritu y son Vida” (Cf. Jn 6,63) y ante ellas el corazón del hombre no puede permanecer indiferente. La Paz del RESUCITADO es una bendición de bienaventuranza que trae un poco de Cielo a la tierra. El corazón transformado por la Paz crea las condiciones óptimas para el Reino de DIOS.

 

Las señales de la Pasión

La identidad del RESUCITADO es la misma que la del CRUCIFICADO: JESÚS es el mismo ayer, hoy y siempre” (Cf. Hb 13,8). La señal de los clavos y el costado abierto por la lanza del soldado romano son perfectamente visibles, y JESÚS se las muestra. La presencia de JESÚS ya no ofrece dudas para los reunidos. De distintas formas JESÚS tuvo que mostrarse en la Resurrección para ser identificado. JESÚS es el  mismo, pero presenta ligeras variaciones que acentúan el cambio de estado: las apariencias no borran la identidad. El mismo JESÚS que está en la EUCARISTÍA se hace presente en el ministro que preside. Lo mismo que encontramos el perfil de JESÚS en los evangelios, emerge en el dolor y sufrimiento del enfermo o el dolor plasmado en el rostro del sin-techo.

 

JESÚS es la fuente del ESPÍRITU SANTO

JESÚS lo había dicho: “el que crea, que venga a MÍ y beba, y de él manará corrientes de Agua Viva. Esto lo decía refiriéndose al ESPÍRITU SANTO que recibirían todos los que creyeran en ÉL” (Cf. Jn 7,37-39). Los discípulos se encuentran al comienzo de una obra que todavía no se terminó: “JESÚS sopló sobre ellos, y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quien se los retengáis, les quedan retenidos” (v.23). Estamos “al atardecer de aquel Día” y el ESPÍRITU SANTO ha sido insuflado por el VERBO como en los comienzos, pero en aquel caso se trataba del alma particular de carácter inmortal que convertía al hombre en alguien con “ánima” para la eternidad. En este caso, JESÚS ofrece a los discípulos el mismo ESPÍRITU SANTO que une al PADRE y al HIJO en un vínculo misterioso, que nos sumerge en la TRINIDAD para toda la eternidad. ¿Quién es el ESPÍRITU SANTO? Nos acercamos a  ÉL diciendo que es diferente del PADRE y del HIJO, y también es Persona. Otro modo de ver Pentecostés y acercarnos al momento en el que surge la Iglesia y aproximarnos a su misterio desde otro ángulo.

 

Enviados para ofrecer el Perdón

JESÚS nos había dicho: “tanto amó DIOS al mundo, que envió a su HIJO al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de ÉL” (Cf. Jn 3,16). JESÚS recibe por parte del PADRE la capacidad de perdonar a los hombres de modo incondicional: su misericordia no tiene límites, sin perjuicio misteriosamente de su Justicia. DIOS no es compatible con el pecado, por lo que el pecado debe ser perdonado y el pecador arrepentirse para recibir el perdón. Los discípulos tendrán que predicar, pero las exigencias de la Verdad impondrán que el pecado en su momento sea puesto a la luz para eliminarlo de la faz de la tierra. El pecado mata al hombre y entorpece el Plan de DIOS, pero a DIOS mismo no lo alcanza. Si es eliminada de la faz de la tierra, la violencia, la mentira, el odio, la soberbia o la depravación; y esas fuerzas satánicas fueran sustituidas por tendencias de fraternidad, sinceridad, espíritu de servicio y respeto de la integridad personal; entonces el mundo se haría verdaderamente humano. El pecado destruye al hombre y a la sociedad en su raíz, aunque aparentemente todo se quedara en el recinto privado. Una desestructuración personal se traslada a la familia, que genera a su vez individuos con dificultades de integración social. Lo que dio comienzo en el núcleo familiar es transferido a la sociedad en general.

 

El enviado

El mayor beneficio social que realiza la Iglesia es la verdadera evangelización, a través de personas ungidas por el ESPÍRITU SANTO. El invierno espiritual que se está viviendo se alimenta a sí mismo de fagocitar lo que pueda quedar de bueno y noble en una Iglesia que se percibe en retirada. La Iglesia, los discípulos de JESÚS deben leer los signos de los tiempos, pero en ningún caso adecuarse a las modas de los tiempos que se enfrentan de manera directa al mensaje. Tal y como está planteada la controversia ideológica y social, no se puede entender una Iglesia de JESUCRISTO que no esté claramente perseguida por defender al hombre en su verdadera naturaleza y el Mensaje de JESÚS.

 

San Pablo, primera carta a los Corintios 12,3b-7,12-13

Bien sabemos que los dones de DIOS son variados y responden a las necesidades de la Iglesia, incluso si hablamos de los que parecen de interés al estrecho margen particular. Si tenemos en cuenta la Fe, la Esperanza y la Caridad como las virtudes básicas del cristiano también éstas inciden en el conjunto de la vida cristiana; y es algo que no necesita mucha insistencia. Este capítulo doce de la primera carta a los Corintios muestra una gran variedad doctrinal, y responde a cuestiones concretas planteadas por las comunidades de Corinto, y puede ser que estemos ante la compilación de fragmentos de distintas cartas formando este escrito. Todo ello no es obstáculo alguno para que el Apóstol haya expuesto una doctrina de valor inapreciable para los cristianos de todos los tiempos; pues se agradece, entre otras cosas, el grado de vitalidad con el que están propuestas las consideraciones. Todavía hoy podemos sentir, al leer el escrito, la energía del Apóstol que nos interpela, exhorta y enseña. Con unos versículos extraídos de este escrito da hoy la liturgia cumplida cuenta del sentido de esta celebración.

 

JESÚS es SEÑOR

La prueba de la presencia del ESPÍRITU SANTO en la Iglesia es su capacidad para anunciar que JESUCRISTO es DIOS: “nadie puede decir, JESUCRISTO es SEÑOR, si no está movido por el ESPÍRITU SANTO” (v.3b).

 

Diversidad de dones

Un único SEÑOR JESUCRISTO, y un único ESPÍRITU SANTO, que reparte diversidad de carismas, ministerios y operaciones, o funciones. Todos estos dones parten de un único DIOS que es TRINIDAD y san Pablo reconoce muy bien en sus escritos: “la Gracia de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el Amor del PADRE; y la Comunión del ESPÍRITU SANTO, estén con todos vosotros” (Cf. 2Cor 13,14). El ESPÍRITU SANTO concede diferentes de carismas; el mismo SEÑOR da diversidad de ministerios, y hay numerosas operaciones dadas por el mismo DIOS que obra en todos (v4-6). La finalidad es el bien o provecho común, que es la Iglesia (v.7).

 

Condición orgánica de los distintos dones

Todos los dones contribuyen al perfeccionamiento o santidad personal y de la comunidad, pero ninguno es autosuficiente. Cada don lleva consigo el sello de la comunión y complementariedad con otros dones. Si el Amor prescindiera de la Fe sería un sentimentalismo; y si la Fe carece de Amor, dice el Apóstol, no es más que una campana vacía (Cf. 1Cor 13,1). Los dones son visibles en las personas que los ejercitan y se sienten vinculadas a otros hermanos de la comunidad. En una comunidad viva cada miembro de la misma ostenta un don con una claridad que lo identifica en el servicio que presta.

 

El reconocimiento del laicado

Entre las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II estuvo la relevancia dada al papel de los bautizados dentro de la marcha de la Iglesia. Después del Concilio se sucedieron bastantes documentos que incluían la acción directa de los laicos, pues siendo la evangelización la razón de ser de la Iglesia, los laicos ocupan un papel protagonista en ambientes específicos: el familiar, laboral o de ocio. San Pablo se había anticipado algunos siglos en medio de una sociedad altamente pagana, idolátrica y secularizada con respecto al Cristianismo. Distintos hábitos de comportamiento de acuerdo con la mentalidad idolátrica se presentaban enfrentados al Evangelio. El Apóstol apela al Bautismo recibido como la fuente de la diversidad de carismas y de la comunión con CRISTO y con los hermanos dentro de la Iglesia en Corinto: “en un solo ESPÍRITU hemos sido todos bautizados para no formar más que un Cuerpo, judíos y griegos; esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo ESPÍRITU” (v.13). Sumergidos en el mismo y único ESPÍRITU que nos une al PADRE y al HIJO de forma indeleble; y destinados a crecer en la vida cristiana bebiendo de un solo ESPÍRITU que sigue gradualmente nuestros pasos hasta llegar a la medida de CRISTO (Cf. Ef 4,13).

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