En Basílica de Guadalupe, la Conferencia del Episcopado Mexicano dio el adiós el Papa emérito. Se trató del homenaje póstumo que fue, a la vez, la primera aparición pública en una celebración de este calibre del nuncio apostólico Joseph Spiteri, diplomático que aún mantiene un recatado bajo perfil.
Una veintena de obispos y arzobispos en Basílica de Guadalupe destacando la presencia del cardenal arzobispo emérito de México, Norberto Rivera Carrera, y del siempre ausente arzobispo Aguiar. La provincia de México en pleno, por lo menos en la persona del emérito, al reconocer el Papa emérito Benedicto XVI.
Y aunque la celebración fue presidida por el nuncio Spiteri, la voz la llevó el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Rogelio Cabrera López, a través de una larga homilía que quiso ser un recuerdo personal del arzobispo de Monterrey del difunto Papa. Previo a la celebración, el secretario de la CEM, Ramón Castro Castro, hizo una rápida catequesis de las ideas madre de la teología de Benedicto XVI.
Así, ante una Basílica de Guadalupe en la que había una buena concurrencia de fieles entre los que estaban los representantes del cuerpo diplomático acreditado en México, Rogelio Cabrera López destacó los cinco momentos de su vida en los que influyó el Papa Ratzinger. “Muchas cosas quisiera decir, pero no es el momento oportuno”, diría Cabrera López quien destacó los hechos particulares que, de alguna forma, forjaron también su identidad sacerdotal y episcopal, con insistente ahínco en el testamento espiritual del pontífice emérito y de la frase que fue casi el eslogan de identidad de la homilía predicada el 10 de enero en Basílica de Guadalupe: “Manténganse firmes en la fe y no se dejen confundir”.
El primero momento, Aparecida. “Me llamó profundamente el corazón -diría el arzobispo Cabrera- al escuchar al Papa Benedicto que nos indicaba el momento crucial de nuestra historia y nuestra Iglesia…” En una encrucijada que el Papa advertía para tomar el camino correcto, mantenerse firme en la fe y no dejarse confundir. Tomar el amor como prueba de unidad advirtiendo que “quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas”.
Para Cabrera López, Benedicto fue “apologeta de Dios” puesto en el centro de la vida… “Sin Dios, todo se falsifica y cualquier receta es destructiva”.
El segundo momento fue la visita a León, Guanajuato. La presencia de Benedicto XVI quiso “animarnos en este desconcierto de guerra y violencia, a veces pareciera que el malvado triunfa y que el mal es la última estación del ser humano y no es así…” Con eso, Cabrera se refirió a lo que México vivía en 2012 y falso camino que la nación ha tomado., el de la normalización de la violencia, pero fue sólo breve referencia de la visita que parecía eco lejano ante la difícil realidad que se ha recrudecido desde que Benedicto XVI vino a México arrepentido por no haber visitado a la Virgen de Guadalupe.
Significativo fue el sínodo de los obispos de 2012 en la que Cabrera López recordó: “De modo muy espontáneo, en una de sus intervenciones, nos habló de algo bien importante, de la profesión y de la confesión de fe que es exactamente su recomendación en el testamento: “Manténganse firmes en la fe…”
A juicio del arzobispo de Monterrey, Benedicto XVI fue paladín del dolor, de aceptar la cruz y llevar en sí el sufrimiento de Cristo, más que el del poder del Papa. El báculo en sus manos no era símbolo de poder y autoridad, era portador de la cruz de Cristo, “puedo decir que el báculo fue para él siempre, la cruz de Cristo. Y como a todos nuestros pontífices recientes, grandes santos, les ha tocado ser vicarios del dolor de Cristo”. Y en unas cuantas expresiones, sintetizó lo que fueron las cruces que Ratzinger cargó: ¡Cuántas críticas!, incluso insultos, pero nunca desmayó; sabía que esa era la misión, que ese era el encargo de Jesús, que como vicario suyo no podría ser otra cosa mas que conducirnos a nosotros por el camino de la fe y hacernos entender que Cristo está vivo y que Él camina con su Iglesia”
El siguiente recuerdo fue la visita ad limina en Roma en 2005. Una oportunidad de platicar y estar cerca del Papa. En ese momento, Cabrera López era arzobispo de Tuxtla Gutiérrez. Benedicto le recomendaría de manera personal: “Hay que querer mucho a los sacerdotes de la diócesis”.
Cabrera López trajo a cuenta el último momento, el de los funerales en Roma, donde fue testigo del amor y de la oración de los fieles por el Papa emérito, de la importante presencia de sacerdotes en las exequias, unos tres mil, y de lo que fueron las dos columnas en la vida del pontífice: Gracias y Perdón. “No hay otra manera de vivir así la vida, agradecer y pedir perdón y así lo hizo él en el testamento espiritual, al final dice: ‘Recen por mi para que el Señor, a pesar de mis defectos y pecados, me reciba en la morada eterna”.
A la luz del pasaje evangélico del camino de Emaús, uno de los favoritos del Papa emérito, Cabrera indicó, como los discípulos, que Benedicto “ha querido caminar con nosotros y supo de los peligros del camino, supo de la falsedad de los ídolos del mundo”.
El arzobispo de Monterrey consideró que la Iglesia vive en tiempos afortunados porque Dios ha provisto de pastores santos y muy grandes. Y enunciado desde Pío XII hasta el Papa Francisco Cabrera enfatizó: “¿Qué mas podemos pedir? Lo tenemos todo, todo el amor de Dios, por eso caminamos con confianza, seguros de que vamos con Cristo, seguros de que tenemos una Mamá que nos quiere tanto, la Virgen de Guadalupe”.
Y señaló dos características del buen católico mexicano: “Un buen católico, un buen mexicano sabe que tiene tres amores inseparables: el amor de Cristo en la eucaristía, el amor a María, la Virgen de Guadalupe, el amor a los pastores y, de modo especial, al sucesor de Pedro. ¿Qué mexicanos no tienen esos amores?… ¡Cómo quisimos al Papa Juan Pablo II! ¡Cómo quisimos al Papa Benedicto! ¡Cómo queremos ahora al Papa Francisco!”
Al terminar la eucaristía, el nuncio Spiteri hizo una tímida referencia al Papa que le concedió la dignidad episcopal y le nombró nuncio apostólico en Sri Lanka en 2009: “Una palabra final. Recordemos el amor inmenso del Papa Benedicto por Jesucristo, Nuestro Señor y las dos palabras que mencionó don Rogelio durante la homilía: Gracias y Perdón. Aprendamos también nosotros a decir siempre gracias a Dios, a nuestros hermanos y hermanas. Pedir perdón a Dios, a nuestros hermanos y hermanas, para poder empezar cada día como verdaderamente nuevo en el amor del Señor y en la serenidad de nuestro corazón”.