Navidad: quien no comprende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

La mirada de Jesús nos cambia la vida, la contemplación del amor de Dios en el rostro del Niño Dios no sólo nos da la paz, sino que también provoca sentirnos amados e inundados por la gloria de Dios. A partir de la contemplación del Niño Dios en los días de Navidad podemos considerar cómo nos mira Dios, qué imagen tiene de nosotros.

Para responder a esta inquietud, no puedo dejar de considerar una de las enseñanzas que nos ha ofrecido en estos días la palabra de Dios, al presentarnos el concepto que Jesús tenía de Juan Bautista.

Sabemos lo que los demás piensan de nosotros; qué piensan de nosotros nuestros familiares, los que nos quieren y nos conocen perfectamente bien; nuestros amigos, que son regularmente solidarios, cercanos y afectuosos con nosotros e incluso a veces cómplices de nuestros errores; y también sabemos qué piensan de nosotros nuestros enemigos.

Llega a ser un asunto de consideración lo que los demás piensan de nosotros. A veces nos sorprende la objetividad, mesura y honestidad de algunas personas cuando, conociéndonos y queriéndonos sinceramente, nos dicen la verdad y van señalando los errores que vamos cometiendo y que pueden complicarnos la vida.

Uno se sorprende de esta objetividad con la que algunos nos conocen y nos ayudan a rectificar en la vida. Pero también nos puede sorprender la subjetividad y el arrebato de algunas personas, su mala intención cuando nos juzgan, cuando simplemente quieren difamarnos. Pero una y otra cosa nos llega a sorprender: la objetividad de algunos y la subjetividad de otros.

Es un asunto que nos puede afectar para bien o para mal y que uno tiene que aprender a considerar en la vida. Muchas veces la gente nos juzga de acuerdo a lo que hacemos, y no de acuerdo a lo que somos. Y es un error que nosotros también podemos cometer en relación a los demás: cuando juzgamos, cuando nos quedamos con etiquetas, o cuando simplemente somos muy impulsivos en el juicio, basándonos únicamente en lo que hacen los demás y no en lo que son estas personas.

Es sorprendente el juicio de Jesús, su actuación delante de Juan Bautista. Juan llevaba una vida de bondad, tenía un historial impecable. Pero todos los hombres, por muy grandes que los consideremos, se pueden equivocar. Por lo que Juan, dentro de este historial impecable, llegó el momento en que también dudó acerca de Jesús.

No dudó de manera fácil, como nos pasa a nosotros que no aguantamos la adversidad, o cuando somos muy caprichosos en el trato con Dios. Cuando no resultan las cosas que le pedimos, fácilmente podemos darle la espalda o podemos caer en rebeldía solo por capricho, no porque se trate de una situación difícil.

Pero en el caso de Juan la duda es una cosa muy seria, no es una duda barata y basada en el capricho de una persona; es una duda muy seria que viene provocada por la injusticia que padece al estar encarcelado.

A todos nos cala el sufrimiento; hasta las almas más bondadosa y pías les puede calar el sufrimiento cuando enfrentan difamaciones, persecuciones, injusticias, vejaciones que lamentablemente no faltan en la vida. El historial de Juan era impecable, pero en este contexto, en algún momento dudó de Jesús.

El contraste que presenta el evangelio es sorprendente porque mientras Juan duda, Jesús siempre confía en él. A diferencia de las personas que nos tratan o nos juzgan de acuerdo a lo que hacemos, y no de acuerdo a lo que somos, Jesús ve la verdad más profunda. Juan había dudado de Jesús y le había mandado preguntar a través de sus discípulos si él era el Mesías. Y la respuesta de Jesús es sorprendente porque no obstante la duda de Juan, Jesús nunca desconfía de él.

Jesús sabe que una duda o un error no definen para siempre a la persona. Desgraciadamente en nuestro caso, un error, una infidelidad, muchas veces definen para siempre a una persona, y eso es algo completamente injusto, que saquemos del historial impecable de una persona un solo aspecto para ponerle etiquetas, en detrimento de la verdad de su vida.

Mientras Juan duda, Jesús no tiene ninguna duda sobre él. Jesús no cambia su concepto sobre Juan simplemente porque él tuvo una duda en un momento definitivamente muy difícil de su vida. Es como si a partir de la duda Jesús hiciera un panegírico de una persona importante en nuestra tradición cristiana y ahí está Jesús hablando maravillas de Juan Bautista y poniéndolo prácticamente como el más grande de todos los profetas.

Me fijo no solo en las palabras de Jesús, sino en su actitud para que aprendamos a no juzgar de acuerdo a lo que hacen las personas, sino de acuerdo a lo que son. Entender que hay una verdad más profunda en las personas que uno tiene que descubrir y valorar, especialmente para que no tengamos ninguna duda de la conversión de los demás. Como Jesús que, ante la duda de Juan el Bautista, no cambia el concepto que tiene acerca de este profeta.

Tengo en cuenta lo que ustedes piensan de mí, y lo que los enemigos piensan de mí. Pero estos días me mantengo en la ruta para llegar a la gruta de Belén donde podré mirar al Niño y dejarme mirar por Él. Delante del Niño me siento motivado al ver lo que Dios piensa de mí, lo que Dios piensa de nosotros, especialmente después de los errores que cometemos.

Cuando no sabemos ponderar las cosas nos puede llegar a dar miedo el juicio de Dios, porque perdemos de vista la paternidad y misericordia divinas. Por eso conviene volver sobre las páginas de la Biblia que hemos meditado en estas fiestas para recordar que, a pesar de la historia de pecado del pueblo de Israel, Dios lo trata con infinita misericordia.

Dios no nos pone etiquetas ni nos trata de acuerdo al error que hemos cometido. Dios ve lo más profundo del corazón, ve todas las posibilidades que alberga nuestro corazón, el arrepentimiento y las ganas que tenemos de cambiar.

Que este bendito contraste nos haga ser más objetivos y misericordiosos en lo que pensamos de los demás, pero también más conscientes y agradecidos por la bondad y misericordia de Dios que no deja de vernos como hijos y confiar incondicionalmente en nosotros, a pesar de los errores cometidos.

La Navidad está al alcance de una mirada. Por eso, dice el proverbio árabe: «Quien no comprende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación». No dejemos de mirar al Niño estos días de Navidad y dejémonos mirar por Él para que en esa mirada escuchemos todo lo que Dios ha querido decirnos en la intimidad, pues como dice Ovidio: «A menudo hay elocuencia en una mirada silenciosa».

En Navidad el silencio de Dios es más elocuente que todos los razonamientos humanos y que todas las explicaciones eruditas de los misterios de la vida. Con amor y humildad contemplen estos días al Niño Jesús para que en el silencio Dios responda a sus inquietudes más que con palabras con una presencia que habite sus almas y encienda sus corazones.

Que la Navidad, por tanto, nos lleve a una vivencia profunda del amor, en la que podamos entender que amar no es habituarse al otro, sino permanecer delante del otro con una mirada que sabe vislumbrar siempre su novedad y no la simple confirmación de nuestros prejuicios. Solo así el amor renueva la vida y muestra aquello de lo que de verdad Dios es sorprendentemente capaz.

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