Las siete palabras

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

“Padre perdónales porque no saben lo que hacen”.

Cristo en la Cruz no sólo perdona a los creen en Él sino también a aquellos que no lo aceptan, lo rechazan, lo niegan o traicionan, perdona a todo el género humano representado por esos dos ladrones, uno arrepentido y el otro arrogante.  Cristo nos enseña la doctrina del perdón en el Padre nuestro y Él mismo la vive en carne propia en la Cruz dándonos ejemplo de humildad, mansedumbre, coherencia y amor. El perdón sana las heridas, restaura interiormente a la persona, nos da la gracia divina y nos redime íntegramente. Hermanos: perdonemos a todas aquellas personas que nos ofenden y nos hacen el mal.

“Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Las promesas hechas por Dios a su pueblo Israel son las mismas que hace Jesucristo al ladrón arrepentido, que en el último momento de su vida recapacita, se humilla y vuelve a la amistad con Dios para rehacer la alianza. El paraíso es la vida con Dios, contemplar cara a cara su bondad y su misericordia, es una situación de paz y perdón, de armonía interior, de disfrutar su presencia santa y amorosa. Hermanos: busquemos el arrepentimiento de corazón y pongámonos en paz con Dios.

“Mujer ahí está tu hijo. Ahí está tu Madre.”

Palabras pronunciadas con fe y esperanza de quien confía el cuidado de sus hermanos a una Madre amorosa y sencilla, valiente y perseverante hasta el final, que está sufriendo en carne propia el dolor de su Hijo, que permanece fiel y de pie junto a la Cruz. Palabras de confianza a un grupo de hermanos que sabe que cuidarán con amor a su Madre. Es un encargo mutuo, que implica corresponsabilidad y entrega, en la cual María se convierte en madre de la humanidad entera y todos nosotros en sus hijos. Hermanos: hagámonos cargo de quien sufre, de quien en el mundo se queda solo y desamparado, de quien no tiene esperanzas de vivir.

“Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?”

Jesucristo experimenta una emoción de angustia y soledad de quien está a punto de desfallecer, de quien se siente abatido por el dolor humano, de quien está frente a frente con la muerte. Pero Él mismo sabe que está viviendo el Cáliz de la voluntad divina, por eso no se vence, sino que suplica al Padre que se apiade de Él y se pone en sus manos. Esta es la situación angustiante que la humanidad experimenta ante el dolor, el sufrimiento y la soledad al sentirse vacía y lejos de Dios. Hermanos: Abandonémonos en el amor de Dios Padre que crea, en el poder de su Espíritu Santo que salva y en la Sangre de Cristo que nos purifica.

“Tengo sed”.

Es un signo de que Jesús está consciente, de que está sintiendo el cansancio y el dolor, pero también es una sensación de la presencia de la muerte. Le dan vinagre, pero su sed es de justicia y amor por la humanidad. Estas palabras significan la búsqueda constante del hombre por saciar sus necesidades primarias e inmediatas, pero también es una expresión que denota la necesidad de Dios y de su amor. Hermanos: saciemos nuestra sed de Dios, pongamos en Él nuestras debilidades y auxiliemos a quien lo necesita.

“Todo está cumplido”.

Jesús se está muriendo y eleva los ojos al cielo para buscar la misericordia del Padre, al cual entrega cuentas de su Plan divino y le dice “no se perdió ninguno de los que me diste”. No hay nada más por hacer, el plan se cumplió a la perfección y “amó a los suyos hasta el extremo”, no se reservó nada para sí mismo, lo entregó todo. Un día nos presentaremos ante el Padre celestial para entregarle cuentas de nuestra vida y la de los demás, esperemos que digamos las mismas palabras de Jesús, expresadas con amor y gozo. Hermanos: no dejemos nunca de cumplir la voluntad de Dios, dando lo mejor de nosotros mismos, con alegría y con amor.

“Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Jesucristo puso toda su vida en las manos del Padre y un poco antes de expirar, confía su espíritu a su amor y misericordia. Es una entrega consciente y oportuna.  En las manos de Dios está nuestro existir, desde el latido vital de nuestro corazón hasta el más leve respiro de nuestros pulmones. Ponernos en sus manos es creer que Él tiene el poder de renovar constantemente nuestra vida y mantenerla en la existencia para siempre como un don suyo.  Hermanos: pongamos toda nuestra existencia en las manos de Dios para que podamos entregar el espíritu sin miedos ni reservas el día de nuestra muerte. AMEN.

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